Carly y Andrew quedaron en encontrarse en el parque al que él solía ir, justo en el que Carly lo había hallado la primera vez.
Si querían descubrir el talento de Carly debían poner manos a la obra.
La tía de Andrew le había encargado que cuidara a su perro, así que, a él no le quedo de otra, más que llevarlo consigo. Por suerte, el can era un pequeño Shnauzer y transportarlo no le era difícil.
Cuando él llegó al parque, eran alrededor de las diez treinta de la mañana. Pudo ver a Carly sentada sobre la única banca en todo el lugar que no se encontraba en estado inutilizable. A medida que se acercaba se percató de que ella estaba hablando sola « ¿Por qué no me sorprende? » pensó Andrew. Se paró frente a ella. Carly estaba tan sumida en su plática consigo misma y parecía no notar su presencia.
Andrew se aclaró la garganta en un intento por captar su atención. Pero ella seguía murmurando cosas que para él eran imposibles de comprender.
— ¿Con qué vamos a comenzar? —Andrew habló con un tono algo elevado para asegurarse de que ella lo escuchara.
Carly dirigió su mirada hacia él, se veía muy sorprendida, pues no se había percatado del momento en que Andrew llegó al lugar.
—Buenos días Andrew... — Al ver al pequeño acompañante de Andrew, Carly no pudo terminar la frase. Su rostro expresaba terror y Andrew lo notó, no entendía el motivo de tal reacción por parte de ella.
— ¿Ahora qué te pasó? — Preguntó, acercándose un poco más a ella. De pronto Carly corrió despavorida, agitando los brazos y gritando a todo pulmón, ocultándose detrás de un viejo roble.
— ¡Aleja a esa bestia peluda de mí! —gritó estando aún detrás del árbol. Andrew observo al cachorro que estaba olfateando algo en el suelo, no lo pudo evitar y soltó una carcajada, ¿quién podría espantarse de una cosa tan pequeña?
— Sparkle no es una bestia, no seas cobarde y sal de ahí —habló sin gritar, pero con la suficiente fuerza para que ella lo escuchara.
— ¡Lo que tienes ahí es un arma mortal con patas! —La chica se había sentado detrás del árbol y se cubría la cara con ambas manos. A su mente llegaban los recuerdos del día en que su padre llegó con un perro a casa.
Carly tenía alrededor cinco años, acogió al enorme San Bernardo con gran ilusión. A cambio de eso, el can la arrastró por toda la casa, dejando como resultado muchos raspones y un enorme mechón de cabello perdido. Nunca había tenido una buena relación con los animales.
Durante toda su vida, fue rasguñada, mordida, picoteada, escupida, perseguida, y picada por infinidad de animales. Siempre quiso una mascota pero tal parecía que el destino no quería lo mismo.
—No tengo todo el día, si no sales de ahí me iré —le advirtió Andrew, al principio le había parecido divertida la reacción de la chica, pero estaba tan aburrido que se empezaba a replantear si ayudarla era una buena idea o no.
—Ven aquí —Pidió Carly, asomándose por un costado del roble.
Andrew tomó al cachorro y se dispuso a ir hacia el improvisado escondite.
— ¡Acércate, pero deja al perro ahí! —Andrew bufó. Consciente de que si no dejaba al cachorro ahí, Carly podría desmayarse por el susto. Tomó la correa y la ató a un lado de la banca, sacó una pelota de su bolsillo y la puso frente al perro.
—Vuelvo enseguida amiguito —pronunció mientras le acariciaba la cabeza y el can movía la cola.
—Ya estoy aquí. ¿Qué quieres? —Cuestionó Andrew; Carly se quitó las manos de la cara y lo observó un momento, lucía molesto y eso la hacía sentir insegura, ¿qué tal si decidía abandonarla en su búsqueda?
—Hay... hay algo que debo decirte. —Su voz era temblorosa, sus dedos de movían constantemente, dejando en evidencia su nerviosismo.
—Pues dilo. —Andrew prefería las cosas directas. Eso de andar con rodeos siempre lo exasperaba.
—Es que yo...
— ¡Habla ya, mujer! —El chico ya había perdido la paciencia.
—Yo le temo a los perros. Listo lo dije. —Confesó, como si fuese su más grande secreto.
— ¿Es en serio?, créeme que si no me lo dices no me entero —Carly lo vio indignada. Luego recordó que él era Andrew Collins ¿Qué podía esperar de un chico así de frio?
—Esto es algo muy serio —pronunció algo molesta
— ¿Qué te parece si Sparkle, se queda ahí un momento mientras hacemos lo que sea que se te haya ocurrido para «encontrar tu talento»? —Sugirió Andrew y se sentó a un lado de ella.
—Puedo vivir con eso —respondió.
—Deberíamos comenzar limitando nuestras opciones —dijo Andrew. Carly sacó de su bolso una libreta y se la extendió.
— ¿Qué sabes hacer? —Ante esa pregunta, Carly torció la boca y se quedó pensando un buen rato.
—Quizá sería más fácil decirte lo que no sé hacer —sugirió al notar que no había sido realmente buena para algo jamás.
—Bien. Comencemos, ¿sabes tocar algún instrumento?
—Lo más cercano a tocar un instrumento que he hecho ha sido soplar dentro de una botella vacía. Sonaba bastante bien. —Recordó la vez en que ella y el mejor amigo de su padre armaron su propia banda en la cocina, él tocaba la batería, que constaba de un montón de ollas, y ella soplaba una botella vacía. Tal vez no fuera el sonido más agradable, pero ella le encantaba imaginar que en verdad eran buenos.
Andrew tachó «habilidad musical» en la libreta que Carly le había dado.
— ¿Bailas o algo por el estilo? —Inquirió.
—Lo resumiré diciendo que me tropiezo con mis propios pies. —Admitió algo avergonzada.
—Eso deja varios deportes fuera —comentó Andrew. Todo se ponía más difícil cada vez.
Se mantuvieron así por casi una hora. Hasta que Andrew vio que ya era hora de darle de comer a Sparkle.
—Luego seguimos. Debo alimentar a Sparkle —Andrew se levantó.
Notó que en la banca se encontraba atada la correa pero el cachorro no estaba allí.
— ¡La tía Jess va a matarme! —Se llevó ambas manos a la cabeza.