Andrew iba en su motocicleta, el viento chocaba fuertemente contra su casco. Conducía a una velocidad impresionante, cosa que no era común en él, pues sabía que, si le multaban por ir excesivamente rápido, le diría adiós a su amiga de dos ruedas. Pero en esa ocasión tenía un motivo para ir así de rápido.
Carly le había llamado, diciendo que fuera inmediatamente a su casa, pues tenía una emergencia grandísima de la cual no quiso dar detalles. Sonaba muy preocupada al teléfono y eso hizo que Andrew también se alarmara, cogiera las llaves de su vehículo y fuese de inmediato a la mansión Robinson.
Al llegar frente a la enorme casa apenas aparcó la motocicleta y corrió hacia la entrada. La puerta estaba cerrada, tocó el timbre una y otra vez, como si la vida se le fuese en ello. La puerta fue abierta y una sonriente Carly apareció delante de él.
—Hola, Andrew —dijo.
Andrew no respondió, solo se quedó observándola y al verla completamente sana y salva dirigió su vista al interior del lugar, buscando rastros de algún incendio o algún demente con un cuchillo, pero todo se encontraba en perfecto orden.
—Has venido muy rápido —comentó—. Cuando te llame dijiste estar en tu casa. Para haber llegado tan pronto debiste haber conducido a gran velocidad ¡Pudiste hacerte daño! —regañó la pelirroja, frunciendo el ceño y cruzando ambos brazos sobre su pecho.
La expresión de Andrew era para sacarle una foto. Se encontraba totalmente sorprendido y aliviado al mismo tiempo. Por un lado, le hacía feliz que Carly estuviese bien, por mucho que la gente dijera que Andrew Collins era un chico oscuro y sin sentimientos; él no era una mala persona. Por otro lado, no entendía entonces cuál era el motivo de que Carly le hubiese hablado tan preocupada.
—¿En dónde está la emergencia? —cuestionó al salir de su estupor.
—Oh, pasa —le invitó Carly—. Te explicaré adentro.
Andrew cruzó la puerta y siguió a la chica hacia lo que parecía ser la sala. Ella lo condujo hasta el sofá y ambos tomaron asiento en el fino mueble blanco, obviamente seleccionado por la señora Robinson. A pesar de que el padre de Carly quería un sofá con refrigerador incluido, cuando Amanda se proponía conseguir algo, lo hacía y no iba a permitir que su excéntrico marido arruinara la decoración que ella misma había elegido para su hogar.
—¡Creo que ya sé en qué estamos fallando para encontrar mi talento! —pronunció entusiasmada.
—¿Y esa es la razón de que me llamaras tan alterada que pareciese que Drácula te perseguía? —preguntó alzando una ceja y contando hasta diez en su interior para evitar mostrar su enojo.
—Lo siento, creo que me sobresalté de más. —Carly se encogió de hombros, pues recién se estaba percatando de ese hecho.
—No hay problema —Andrew trataba de sonar calmado—. Entonces dime ¿En qué se supone que estamos fallando?
—No somos amigos —respondió Carly—. Papá me dijo el otro día que sus amigos fueron de mucha ayuda para él, antes de que sus inventos fueran reconocidos —explicó la chica, mientras Andrew la escuchaba atentamente.
—Así que, estás diciendo que debemos ser amigos para que esto funcione —dijo. Carly solo asintió.
—Bien, seamos amigos —Andrew habló muy tranquilo.
—No es tan fácil.
—¿Por qué no habría de serlo? —cuestiono el joven confundido.
—Los amigos no se hacen, así como así —dijo Carly como si fuese lo más obvio del mundo.
—Yo creo que sí —replicó el muchacho.
—Te equivocas, esto lleva tiempo.
—¿Cómo se hicieron amigas tú y Madison? —cuestionó intentando entender cuáles eran las ideas que la pelirroja tenía sobre la amistad. Aunque en el fondo sentía una genuina curiosidad por conocer ese dato, es decir, ambas chicas eran totalmente diferentes de la cabeza a los pies. Madison tenía la piel color canela, los ojos marrón chocolate, el cabello rizado y era de estatura algo pequeña; mientras Carly era alta, su piel un tanto pálida, herencia de su padre, sus ojos poseían un color verde brillante y, lo que más resaltaba de la chica, su hermosa cabellera rojiza.
Además, no eran diferentes únicamente en el aspecto físico, su personalidad también difería, como el día y la noche. Siendo Madison una persona bastante segura de sí misma, poseía el mejor promedio de la escuela y era presidenta de al menos cinco clubes. Carly, al contrario; era más bien tímida e intentaba mantener un perfil bajo, tan bajo como es posible cuando eres la hija del gran Stephen Robinson.
—Nos conocimos en primer grado —respondió—. Ningún niño quería juntarse con nosotras porque Madison no paraba de hablar sobre la composición de minerales y a mí me tenían miedo por el color de mi cabello, decían que no era normal —sonrió ante aquel recuerdo—. Supongo que eso bastó, ella era lo bastante inteligente como para saber que los pelirrojos no son extraterrestres y yo estaba acostumbrada a las pláticas de mi padre sobre ciencia y cosas de ese tipo.
—Sólo se tenían la una a la otra —comentó Andrew, procesando lo que acababa de escuchar.
—Algo así —dijo ella con un gesto despreocupado— ¿Sabes algo? Hacer amigos es más fácil para los niños, solo dicen su nombre, color favorito ¡Y listo! Son mejores amigos así... —Carly dejó la frase a medias cuando una idea cruzó por su cabeza. Necesitaba que Andrew y ella fueran amigos y debía ser rápido. No había tiempo para conocerse de a poco. Si los niños podían crear lazos de amistad tan rápido, ellos también lo harían.
La pelirroja procedió a contarle su plan a Andrew paso a paso mientras él negaba con la cabeza en numerosas ocasiones. A pesar de que él no estaba convencido, después de un buen rato en el que Carly estuvo insistiendo, el muchacho dio su brazo a torcer.
—Sigue pareciéndome ridículo —dijo.
—Calla y pásame la otra manta —respondió Carly con un dejo de molestia, que se debía a la actitud poco colaboradora de Andrew.