—... Y es por eso que Andrew estaba conmigo cuando tú llegaste. —Después de llevar un largo rato sentados en una heladería, muchas explicaciones y tres barquillos de helado napolitano, Carly había terminado de relatar su historia.
El tío Karl permanecía callado, no sabía qué debía decir. ¿Tenía que regañarle? ¿Abrazarla? ¿Ponerse a llorar mientras ven una película? Todo era más fácil cuando la pelirroja tenía cinco años y un par de chistes malos eran más que suficientes para poner una sonrisa en su rostro. Descartó la idea del regaño, a pesar de que en su interior tuviese ganas de gritar, puesto que no concebía que su pequeña pensara de esa forma sobre sí misma, no solucionaría nada con eso. Quizá si la abrazaba ella lo tomaría como un gesto de lástima y no como uno de apoyo. Lo que menos quería era que ella sintiera que compartía sus pensamientos, que él también la considerara una destalentada. ¿Por qué no había un manual para tratar con tu sobrina adolescente cuando siente que es una fracasada?, en ese momento Karl era capaz de dar todo lo que tenía a cambio de borrar esa expresión de tristeza en el rostro de su sobrina.
Para Carly, el silencio de su tío era insoportable, detestaba no saber lo que él estaba pensando. La falta de palabras no hacía más que confirmar eso a lo que ella tanto le temía: Lo había decepcionado. Su respiración comenzaba a acelerarse y las lágrimas se precipitaron de sus ojos comenzando a rodar sobre sus mejillas.
—Yo... —la pelirroja intentaba sonar normal, pero fallaba terriblemente—... lo siento tanto. —no pudo soportarlo más y comenzó a llorar desconsoladamente.
Todas las alarmas se encendieron para el tío Karl, quien se apresuró a rodear la mesa y abrazar a su sobrina, limpiando las lágrimas que salían sin parar.
—No, no, no, cariño, no llores —pidió con un dejo de desesperación en su voz.
—Solo dilo, estás decepcionado —sollozó Carly—. Te fallé, y también mis padres, incluso a esos microorganismos de los que hablabas. Soy un desastre.
—No le has fallado a nadie, Carly Robinson, no lo harías aunque te lo propusieras. —el tío Karl había pronunciado el nombre completo de su sobrina unas dos o tres veces y siempre fue por motivos sumamente importantes—. Está bien, admito que no esperaba escuchar el modo en el que te has sentido y que odié con todo mí ser que te refirieras a ti misma como una fracasada. Porque no lo eres. Pero eso no significa que esté decepcionado, a veces los adultos olvidamos lo complicado que es tener tu edad, con un mundo por delante y sin la seguridad de saber que perteneces a un lugar. —Acarició la cabeza de la pelirroja—. No está mal sentirse inseguro de vez en cuando, no está mal tener dudas. Y ¿Sabes qué? Llora si lo necesitas, solo recuerda que luego debes levantarte porque eso...
—Es lo que haría una Robinson —completó recordando el lema de su abuelo.
—No —dijo el tío Karl—. Eso es lo que yo sé que haría Carly —esas palabras le devolvieron el alma al cuerpo a la pelirroja.
— ¿Le dirás sobre esto a mis papás? —cuestionó ella luego de calmarse un poco.
— ¿Les dije alguna vez del jarrón chino que rompiste el día de acción de gracias? —pronunció alzando una ceja.
— ¡Ese fuiste tú! —lo acusó Carly. El año anterior, ambos estaban jugando con las espadas laser de su padre, y antes de notarlo, el jarrón favorito de la señora Robinson estaba esparcido en el piso de la sala. Por fortuna el tío Karl tenía algunos contactos que pudieron reemplazarlo antes de que alguien lo notase.
—Ese no es el punto —hizo un gesto con la mano restándole importancia—. Lo que quiero decir es que no diré nada si tú no quieres que lo diga —aseguró poniendo su mano derecha a la altura de su hombro para enfatizar la seriedad de su palabras.
—Gracias, tío Karl.
—Puede que estés recibiendo ayuda del falso mayordomo...
—Se llama Andrew —corrigió la pelirroja.
—Como sea. Tienes que saber que si necesitas de mi ayuda no debes dudar en pedirla, si hay algo que pueda hacer para que encuentres lo que buscas, créeme que sin importar lo que sea, yo lo haré.
—Lo sé, y no tienes idea de lo mucho que lo agradezco —El silenció volvió a hacerse presente, pero este era un silencio distinto, uno cálido, de esos que prometen que sin importar lo que el futuro pueda traer consigo, todo estará bien, un silencio que inunda el ambiente de paz.
—Siento interrumpir este precioso momento, pero ya vamos a cerrar —dijo un muchacho que no parecía tener más de dieciséis años y sostenía un trapeador en la mano.
—Lo siento, ya nos vamos —El tío Karl le entregó un par de billetes que eran más que suficientes para pagar lo que habían consumido y ambos se fueron con rumbo a la mansión Robinson.
Karl pensó en lo que podría suceder si Stephen y Amanda se enteraban de lo que Carly le había contado, estaba seguro de que su mejor amigo perdería la cabeza. Desde su nacimiento, la pequeña pelirroja significó el mundo para la familia Robinson, la noticia de que ella misma se consideraba tan poco virtuosa sería un golpe muy duro. Por fue que decidió guardar el secreto, por su sobrina y también por su mejor amigo, sus dos personas favoritas en el mundo.
***
El viernes por la tarde Carly estaba en su casa haciendo tareas junto a Cloe. Quizá sería más acertado decir que ambas chicas estaban conversando mientras sostenían un par de libros sobre su regazo.
—No sé cómo lo soportas —dijo Cloe refiriéndose a Blake, quien había estado prácticamente persiguiendo a Carly toda la semana.
—Puede que Blake sea un pesado, egocéntrico, pretencioso y superficial pero... —la pelirroja se quedó pensando un par de minutos—... No sé cómo acabar esa frase.
—Es que no hay ningún pero —se burló Cloe.
—Debería haberlo —contestó Carly, no porque quisiera defender al muchacho, sino porque deseaba pensar que sin importar cuantos defectos se pudieran tener, había una luz al final del túnel. Se aferraba a ese pensamiento para evitar deprimirse por su falta de talento.