Untalented

16. Aeropuertos y destino

La señora Robinson había crecido con tres hermanos mayores y muchos primos a su alrededor, por lo que sus primeros años de vida estuvieron llenos de juegos rudos y horas viendo partidos de futbol en la televisión. Con el tiempo le fue tomando el gusto a esas actividades, aunque muchas veces deseó tener una hermana con quien pudiese tener charlas sobre temas de mujeres e incluso peleas por cualquier tontería. Por estas razones, la señora Robinson disfrutaba tanto de tener momentos madre e hija junto a Carly haciendo cosas de chicas. Nunca había intentado sumarse a las pijamadas de su hija y Madison, por algún extraño motivo no se sentía bienvenida. Pero Cloe parecía muy contenta con su presencia y eso la animó a sugerir aquello.

—¿Qué hacemos primero? —cuestionó Carly cuando las tres ya estaban en su habitación con los pijamas puestos.

—Podemos salir y llenar de papel de baño la casa de mi profesor de matemáticas —sugirió Cloe.

—Puede que sea una madre flexible en ciertos temas, pero también tengo mis límites. Nada de vandalismo en esta pijamada —sentenció la señora Robinson.

Decidieron comenzar con la comida y luego ver algunos tutoriales de maquillaje. Todas se divirtieron a pesar de que a nadie le quedó como se supone que debería ser o que Carly siguiese sin entender por qué necesitaba embarrarse tantos productos en el rostro para lograr un «look natural». Por último, pasaron a un clásico en las pijamadas: Hablar de chicos.

—Nunca me has contado cómo se conocieron papá y tú —dijo la pelirroja luego de que ella y Cloe llegasen a la conclusión de que no valía la pena hablar de los chicos de su escuela, quienes en su mayoría eran unos bobos.

—Claro que conoces la historia —replicó su madre.

—Solo lo básico, ambos iban a tomar un avión y se conocieron, comenzaron a salir, se casaron y aquí estoy yo —se señaló a sí misma—. Jamás me has dicho cómo te invitó a salir —comentó—. Lo cual debió ser algo digno de ver. El hombre aún se sonroja cuando ella le dice un cumplido — le susurró a eso último a Cloe.

—Bien, no tienes que insistir más. Les voy a contar la historia. —Las chicas se acomodaron emocionadas por escuchar el relato.

—Debimos ir por palomitas —se lamentó Cloe antes de que Carly le pasara un paquete de bolitas de queso—. Esto funcionará.

La señora Robinson les comenzó a contarles lo ocurrido aquel martes 27 de junio de 1989.

Un Joven Stephen Robinson estaba listo para dar su primera conferencia en la universidad de Harvard, acompañado de su fiel amigo Karl De Lucah.

—Te digo que lo pienses —insistió Karl por enésima vez.

—No importa lo que digas, no saldré con tu prima —respondió Stephen.

Karl llevaba meses empecinado con encontrarle una novia a su mejor amigo. Le había presentado a casi todas las mujeres que conocía, incluso a su tía Lola, quien les llevaba casi treinta años a ambos.

—Necesitas una chica —dijo.

—No sé por qué insistes tanto, si tú tampoco tienes novia —espetó al tiempo que acomodaba sus gafas.

—Es distinto, yo sé que no estoy hecho para el compromiso a largo plazo. Es por eso que prefiero las cosas momentáneas, nada de ataduras. En cambio, tú —le picó el hombro con el dedo índice—. Tienes una etiqueta que dice «material para formar una familia» pegada en la frente. Y tampoco has salido con una chica en años —acusó.

—Sabes que soy tímido —se defendió.

—Pero si sigues así, las sospechas de mi padre se harán ciertas y terminarás casándote conmigo cuando tengamos cincuenta años.

—Sabes que no me casaría contigo, roncas mucho —se burló Stephen.

—Tendrías mucha suerte de encontrar a alguien como yo —espetó Karl.

—Por comentarios como ese es que tu padre pensó que salíamos.

Cuando ambos recién se conocieron pasaban tanto tiempo juntos que al padre de Karl le resultó sumamente extraño, puesto que su hijo nunca había tenido un amigo tan cercano como lo era Stephen. Eso, aunado a los motes que solían ponerse, lo llevó a encarar a su hijo con y decirle: «sabes que te aceptaremos de cualquier forma». Ese fue uno de los momentos más incómodos en la vida de Karl, quien le explicó a su padre que no era lo que él pensaba, aunque hasta la fecha no estaba seguro de que su padre le hubiese creído, pues de vez en cuando aparecían panfletos de cómo aceptarte a ti mismo en su buzón.

—Tienes razón —admitió—. Pero, aun así, sabes que es verdad lo que te digo. No puedes escapar de las chicas solo porque te da miedo hablar con ellas. Ya sé que es algo vergonzoso cuando empiezas a tartamudear y...

Stephen dejó de prestarle atención a las palabras de Karl. Se distrajo al ver a una hermosa chica de cabello castaño entraba a la sala de espera del aeropuerto, caminaba con suma confianza, como si supiera que atraía todas las miradas del lugar y no le importara. Stephen nunca había visto a una mujer igual, era simplemente perfecta.

—¿Qué te pasa? —un golpe en su antebrazo logró sacarlo de su ensoñación—. Ya veo qué pasa —dijo Karl al ver hacia dónde se dirigía la mirada de su amigo—. Ve a hablarle.

—No ¿Cómo crees? Ella está fuera de mi liga.

—¡¿Fuera de tu liga?! ¡Eres Stephen Robinson, acabas de vender un software por millones de dólares y estás camino a dar una conferencia en una de las universidades más prestigiosas del mundo! Es imposible que alguien esté "fuera de tu liga"—lo animó.

—No sabría qué decirle, de seguro pensará que soy un tipo raro y se irá lo más lejos que pueda —pronunció con desgana—. Además, ya se está yendo —señaló a la puerta por la que la chica estaba a punto de irse—. Quizás jamás la vuelva a ver...

En ese momento el destino, ese niño juguetón que mueve sus hilos a su antojo, decidió que hacer que Stephen se tragase sus palabras. La voz en el intercomunicador anunciaba la cancelación de todos los vuelos debido al mal tiempo.



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En el texto hay: amistad chica y chico, talento, romance amistad

Editado: 31.10.2022

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