Era sábado por la tarde, Cloe y Carly estaban en la sala de la casa de los Robinson, faltaban aun unas horas para la cena de los socios del bufete de abogados del padre de Andrew.
— ¿Estás lista para tu cita que no es una cita, aunque en realidad todos sabemos que es una cita? —Preguntó Cloe.
—Sé lo que intentas hacer y te repito que no es una cita. Hasta Andrew dijo que no quería pasar por ese suplicio el solo y me pidió de favor que fuera con él, como amigos —La pelirroja hizo énfasis en la última palabra.
—Eso es porque es igual de necio que tú —replicó su amiga—. Andrew lleva años yendo a ese evento y nunca ha solicitado compañía de nadie, hasta ahora —aclaró—. Eso sin contar el hecho de que desde que ustedes dos pasan tiempo juntos, él está menos amargado. Ya casi no pone esa cara de «muévete o muérete» que tenía a diario y hasta es más amable. ¿Es que acaso necesitas algo más para entender que le gustas? —dijo mientras levantaba las manos en un gesto dramático.
Carly intentaba procesar las palabras de Cloe, se preguntaba si podría Andrew tener ese tipo de sentimientos por ella. De inmediato desechó esa idea. La razón que los llevó a hacerse amigos fue aquel trato que ella le propuso y ese trato implicaba ayudarlo a conquistar a Madison. Estaba segura de que él estaba loco por esa chica, estuvo tras de ella durante meses e incluso le escribió y envió una carta cuando ésta se mudó. Recordó la emoción en el rostro del joven cuando se enteró de que Madi llevaba esa carta consigo. La pelirroja no olvidaría ese momento, porque fue una de las primeras veces en las que lo vio demostrar sentimientos genuinos.
Concluyó que no era posible que ella le gustase a Andrew por una simple razón: Madison.
Había una posibilidad de que Andrew hubiese comenzado a superarla, puesto que no la había mencionado en un tiempo considerable y cuando por casualidad su nombre era pronunciado en presencia de él, no se inmutaba ni un poco, como si no supiese de quién hablaban.
A pesar de esa posibilidad, que Andrew olvidase a Madison no significaba que la pelirroja fuese quien le quitaría el sueño ahora. Porque Madi era un punto de referencia sobre los gustos de Andrew y si había algo que Carly sabía, era que ella no se parecería a Madison ni en un millón de años. Madison era brillante en cualquier cosa que se proponía, también era una perfeccionista consumada, cuidaba cada detalle de su vida como si el no hacerlo le produjera un agudo dolor físico. Y Carly, ella era Carly, aun intentaba descubrir quién era en realidad, no era fan de las cosas tan estructuradas e intentaba tomar la vida como se le presentaba.
Y a eso habría que sumarle todas esas veces en que Andrew dejó en claro que la pelirroja no era su tipo.
Antes de que Carly pudiese exponerle sus nuevos argumentos a Cloe, la señora Robinson entró con un bellísimo vestido en las manos. El vestido era de color azul, con mangas de encaje y un pequeño cinturón dorado, el dobladillo quedaba más arriba de sus rodillas. Cloe lanzó un gritó al verlo y pidió que le dejaran probárselo.
—Tendrás que buscar algo más para ponerte, porque yo no pienso quitarme esto jamás —dijo Cloe mientras giraba frente al espejo. El vestido era simplemente precioso.
Entre la señora Robinson y Cloe se encargaron de preparar al Carly para su «no cita». Maquillarla fue relativamente sencillo a comparación del retó que resultó hacerle un peinado. La señora Robinson quería que llevara el cabello recogido en un moño alto, pero Carly no paraba de quejarse porque le dolía mucho. Al final optaron por hacerle unas ondas en el cabello y colocarle una peineta a un costado.
—Estás hermosa, no sé en qué momento creciste tanto —dijo la madre de Carly a punto de llorar.
—Tranquila, mamá, no llores. Solo voy a una cena, no es como si me fuese a casar o algo así —Carly intentó calmarla.
— ¡Para una madre no existe ningún momento inoportuno para llorar por ver a sus hijos crecer!
—Yo creo que hasta a mí me están dando ganas de llorar —habló Cloe mientras se abanicaba con la mano.
Carly las abrazó a ambas y justo sonó el timbre. Andrew estaba en la puerta con un traje negro y una corbata color vino. La madre de Carly no esperó mucho, lo tomó del brazo y lo llevó a la sala para luego comenzar a sacarles fotos por montón. Con ayuda de Cloe lograron salir, aunque la señora Robinson quería seguir con la sesión fotográfica.
—Perdona a mi mamá, esta algo emocionada —dijo la pelirroja mientras subía al auto de Andrew. Para ella era raro verlo sin su motocicleta.
—No te preocupes, supongo es algo natural en las madres. Aunque creo que tendrás que conducir tú, con tanto flash ya quedé ciego —bromeó antes de encender el vehículo.
El camino fue bastante ameno, hablaban de cosas sin importancia y se reían de lo que sea.
Llegaron al lugar en el que sería la cena, era un salón muy elegante con grandes candelabros de cristal y meseros por todos lados. La mayoría de los invitados eras personas de mediana edad, con trajes finos y sonrisas acartonadas.
—Gracias por venir —dijo Andrew cuando apenas entraron.
—No hay de qué, puede que hasta sea divertido —respondió Carly, no muy segura de lo que acababa de decir, puesto que el ambiente no era muy alentador.
—No, créeme que no será divertido —aseguró él—. Pero prometo que intentaré que sea breve. Solo debo saludar a algunas personas de cuyo nombre no me acuerdo, dejar que mi padre finja tener una familia feliz por un rato y luego podremos irnos.
Como si con solo mencionarlo lo hubiese invocado, el señor Collins apareció frente a ellos con una enorme sonrisa.
— ¡Andrew! —Pronunció alegremente— ¡Qué bueno que estás aquí! —pasó el brazo por sobre los hombros de su hijo, gesto que incomodó sobremanera al muchacho. Odiaba tanta hipocresía.
—Ella es Carly —presentó a la pelirroja mientras se desasía del incomodo intento de abrazo de su progenitor.