Untalented

19. ¿Ciempiés o conejo?

El arte, como era de esperarse, tampoco era algo natural en Carly. Razón por la cual, optó por la clase para principiantes, sabía perfectamente que el camino que había elegido no sería para nada sencillo, pero lo había escogido ella misma y eso ya era un comienzo. Si fracasaba no habría nadie atrás de ella a quién recriminarle nada. Todo estaba en sus manos y si se desmoronaba, también debería reconstruirse con esas mismas manos. Era algo nuevo, aterrador, desafiante y al mismo tiempo era infinitamente liberador.

Al principio estaba muy insegura. Quiso salir corriendo en más de una ocasión, pero se obligaba a sí misma a no hacerlo. Respiraba profundo y continuaba, aunque las manos le temblasen y probablemente un niño de kínder dibujara mejor que ella, intentaba no desanimarse y practicaba en cada momento libre que tenía.

Cuando se comienza algo nuevo siempre es difícil. Es imposible evitar esas caídas que nos dejan marca, que nos duelen y hacen creer que no lo lograremos. Pero solo el éxito hace que esas heridas valgan la pena, el saber que cada intento nos acerca un paso más a nuestra meta es un motivo para continuar y no rendirse. Carly comenzaba a aprender eso.

— ¿Qué opinas? —le preguntó Carly a Guido, su profesor en la academia de arte.

Guido tenía 28 años, era mucho más alto que el promedio y eso hacía que muchos se sintieran algo intimidados en su presencia, sin embargo, era un hombre muy noble y comprensivo. Proveniente de Argentina, viajó a California porque se ganó una beca universitaria, planeaba regresar a su país en cuanto se hubiese graduado, para montar una exposición en Mar del Plata, su ciudad natal.

Sus planes cambiaron drásticamente en cuanto se mudó a un edificio nuevo y conoció a Melody. Ella tenía doce años, era hija de su vecina, una camarera con dos empleos que además era madre soltera. La cuidaba por las tardes algunas veces, cuando su mamá tenía algún turno extra, y para entretenerla le enseñaba lo que sabía sobre arte y ella absorbía todo como una esponja. Se dio cuenta de que disfrutaba mucho hacer eso, enseñar a otros sobre aquello que amaba. Y nunca había sido tan feliz.

—Es un ciempiés muy bonito —respondió observando con detenimiento el dibujo que la pelirroja le mostraba.

—Se supone que debería ser un perro —dijo Carly entrecerrando los ojos y prestando atención a su dibujo. Sí, en efecto, parecía un ciempiés... o un agujero en la pared.

—La buena noticia es que esta vez sí parece un animal. Vas avanzando —palmeó dos veces la espalda de la pelirroja y ésta le sonrió—. Recuerda que debes visualizarlo y luego ponerlo sobre el papel. La técnica viene con el tiempo, pero la pasión por algo no se puede aprender.

En un principio Guido llegó a pensar que Carly quería hacer una especie de dibujo abstracto, cuando en realidad solo quería dibujar un florero. Ella tenía claro que aún le faltaba mucho por aprender, pero en su caso cualquier avance, por pequeño que fuese, significaba mucho.

—Yo le dije que los conejos solo tienen cuatro patas —comentó Frida, una chiquilla de diez años que se sentaba cerca de Carly. En realidad, la mayoría de los que estaban en el curso para principiantes no tenían más de trece años.

La clase terminó y ella pidió permiso para quedarse un rato más. Permiso que le fue concedido sin ningún problema. Carly se quedó practicando y perdió la noción del tiempo, hasta que el sonido de su teléfono la hizo regresar a la realidad.

Andrew: Te espero afuera.

Por alguna razón Andrew había adoptado la costumbre de recogerla cuando salía de la academia. Cuando Carly le contó sobre su decisión de estudiar arte, aun sabiendo que era muy mala en eso, pudo ver el orgullo en la mirada del joven y eso la reconfortó mucho.

Luego de lo ocurrido en la cena del señor Collins no estaba segura de lo que sucedería. Imaginó montones de escenarios, en donde el muchacho decidía que no quería ser su amigo nunca más, o que por su culpa lo enviarían a un internado en el extranjero y él jamás de lo perdonaría. Se sorprendió cuando lo vio en la escuela y éste le contó lo que había pasado el fin de semana. El señor Collins estaba dispuesto a cumplir su amenaza, pero no contaba con que Andrew se le enfrentaría, también lo amenazó con divulgar la verdad acerca las razones de la separación él y su madre. El joven nunca se había sentido tan bien como en el momento en que su progenitor salió de su casa molesto y murmurando insultos. Fue cuando supo que lo había logrado, le ganó en su propio juego.

Carly: Ahora salgo.

La pelirroja guardó sus cosas, se despidió del intendente de limpieza, que era el único que seguía en el lugar además de ella, y se encaminó a la salida. Cuando vio a Andrew se sintió como en una película antigua, de esas en las que el galán esperaba a la protagonista a la salida de la escuela, recostado sobre su motocicleta y con su chaqueta de cuero. Esa sería la parte en que ella correría a los brazos de su amado, él la recibiría con un cálido beso y ambos se subirían a la moto para ir a un lugar romántico mientras de fondo sonaría una canción de Frank Sinatra.

Pero volviendo a la realidad, recordó que ella no era esa protagonista, que el chico de la chaqueta de cuero estaba enamorado de alguien más y que si intentaba lanzarse a sus brazos para recibir un beso, probablemente él la esquivaría y ella terminaría con la cara estampada en el asfalto.

—Robinson —dijo él en forma de saludo cuando la tuvo enfrente.

—Si me dices así siento que debo responder «presente» —se burló ella.

—Blake estuvo intentando «intimidarme» para que le cuente que es lo que haces ahora por las tardes —comentó el muchacho.

—Por favor no le digas nada. Si se entera tendré que considerar seriamente la opción de salir disfrazada para que no me reconozca. —A Carly le había caído como anillo al dedo que el equipo de la escuela clasificase a las finales estatales, así Blake se mantenía ocupado y no la estaba siguiendo todo el día.



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En el texto hay: amistad chica y chico, talento, romance amistad

Editado: 31.10.2022

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