—No llores.
—Es que esto es muy triste.
—No lo veas así. Es el ciclo de la vida. La preparatoria no puede durar para siempre. Sé que es duro para ti aceptarlo, pero créeme que vendrán cosas muy buenas para todos.
—Esta es la última vez que voy a verle.
—Eso no es cierto. Tú tienes un lugar especial en su corazón. —Stephen le dio un par de palmadas en la espalda.
—Eso lo sé. Lo que me entristece es que pase tan rápido, casi parece que fue ayer cuando todo comenzó y de pronto hoy es la graduación. Se irás prometiendo no perder el contacto y luego extraviará su teléfono, encontrará mejores personas y se olvidará de mí. No seré más que una imagen borrosa en su memoria —Sollozó.
—Tío Karl, hasta yo noté que lo que acabas de decir no tiene ningún sentido —dijo Carly con esa expresión que había heredado de su madre, esa que Amanda usaba cada que se burlaba de Stephen o de Karl.
—¿Escuchaste eso Steph? —se dirigió a su amigo— Ahora soy un viejo que no para de decir disparates. —Volvió a dejarse caer sobre el sillón de la sala de los Robinson.
El tío Karl llevaba días en un estado sensible y ni siquiera Stephen había sido capaz de mejorarle el humor. La razón: La más pequeña de los Robinson estaba a punto de graduarse de la preparatoria. Karl solía pasar por una especie de crisis cada que notaba que Carly estaba creciendo, esto se derivaba del cariño que tenía por ella, pues la consideraba casi una hija, y también de su miedo a envejecer. Carly mayor=Tío Karl más viejo.
—Solo es mi graduación, no tienes razón para agobiarte tanto. Además, ya te dije que voy a tomarme un año sabático mientras busco alguna universidad a la que quiera ir. Si lo piensas, tendré más tiempo para actividades de Karl-y —intentó tranquilizarlo.
—Eso si no te la pasas con tu novio, anteriormente conocido como: el mayordomo —profirió con la cabeza enterrada en un cojín.
—Yo sé que Andrew te agrada, no sé por qué insistes en hacerte el duro —comentó Stephen.
—Porque alguien tiene que hacerlo. Y tú eres tan blando que ya tomaste el papel del policía bueno, así que, yo debo ser el policía malo. —contestó con obviedad.
—¡Carly, Stephen, es hora de irnos! —exclamó Amanda desde la entrada.
—Karl, si no te apuras vamos a llegar tarde —insistió el señor Robinson. Karl no se movió ni un milímetro.
—Vamos, tío Karl —el nombrado se fingió no escuchar nada y la pelirroja decidió que era momento de usar la artillería pesada—. Supongo que nadie va a extrañarme si falto a la ceremonia —soltó un suspiro—. De seguro cualquiera puede dar el discurso de graduación... —al escuchar esas palabras el tío Karl se levantó de inmediato del sofá.
—Por qué no me lo dijiste antes —Tomó a los dos Robinson del brazo y se encaminó a la puerta a toda prisa—. Tú, ve con tus padres y yo llegaré luego. —Casi aventó a ambos hacia afuera y se dispuso a hacer algunas llamadas. Necesitaba un traje, pues se la había pasado en pijama, y también quería al menos cinco camarógrafos para no perderse ningún plano del discurso de su sobrina.
***
Carly jamás había sido una oradora experta, por esta razón se sorprendió mucho al escuchar que había sido elegida por su clase, para ser quien diese el discurso en la ceremonia de graduación.
Al principio creyó que era una broma pues no entendía quién pudo haber votado por ella. La realidad era que, desde que se corrió el rumor de que la razón para que Madison no volviera a la escuela había sido cierta pelirroja, se ganó la gratitud de muchas personas a quienes Madi atormentaba pero que no habían sido capaces de hacer algo al respecto.
Eso es lo la llevó a aquel momento, cuando la directora pronunció su nombre y ella se levantó para ir al pódium. A cada paso que daba los latidos de su corazón se aceleraban y todo comenzaba a suceder como en cámara lenta. En su mente se repetía una y otra vez la siguiente frase: «No te tropieces». Una vez en su lugar se atrevió a ver al frente y casi se arrepiente de hacerlo.
Esas eran muchas personas.
No solo eran sus compañeros, también los familiares de éstos y sus maestros.
Estuvo a punto de salir corriendo hasta que vio a las personas sentadas en la primera fila de los asientos para familiares. Esas personas la veían llenas de orgullo, incluso su abuela, la única otra pelirroja en su familia, había llegado para estar con ella.
No muy lejos de ahí, divisó a sus amigos. Cloe con el cabello recogido a un lado, a pesar de estar con una toga igual a la de los demás, resaltaba entre la multitud. Gabe con varias medallas por sus logros académicos y un diploma entre sus manos. Blake sentado junto a ellos, después del incidente con Madison se había vuelto parte de su círculo de amigos, tenía la nariz un poco roja debido a la alergia que le provocaba Fígaro, el gato que adoptó en el refugio. Andrew peinado como pocas veces, acababa de reírse de algo dicho por Cloe. Segundos después el muchacho les lanzó una dura mirada a los estudiantes de las filas de atrás para que dejasen de hacer ruido, luego fijó su vista en el escenario y le hizo un gesto para que ella respirara. Este gesto le dio algo de confianza a la pelirroja, tomó un par de respiraciones profundas antes de hablar.
Carly había pasado semanas enteras intentando hallar un tema para su discurso. Vio montones de discursos de graduación y ninguno parecía ser lo que estaba buscando. Los atletas comparaban la vida con un partido y llamaban «equipo» a sus amigos; los estudiantes sobresalientes no paraban de citar a autores muertos hace siglos; y algunos otros aprovechaban el momento para hacerse los graciosos.
Ella llegó a la conclusión de que cada uno hablaba sobre lo que conocía mejor que nada en el mundo. Así que, ella decidió hacer lo mismo, hablar sobre aquello que estaba presente en casi cada momento de su vida: Tropiezos.
—Hola —fue lo primero que salió de su boca y se detuvo un momento antes de continuar—. Realmente no soy muy buena en esto de hablar en público, mi corazón late muy fuerte, me sudan las manos y tengo la sensación de que algo dentro de mi estómago está vibrando. Tenía que decirlo. —Algunas personas se rieron de aquel chiste involuntario y eso le dio algo de confianza—. Hoy termina una etapa de nuestras vidas que duró cuatro años. Es curioso como por momentos solo queríamos que la preparatoria acabase y ahora muchos quisieran volver el tiempo atrás y regresar a ese momento en que la directora nos hablaba sobre perseguir nuestros sueños y estar listos para levantarnos cada vez que caigamos. Y es de eso de lo que quiero hablarles. Desde que aprendí a caminar, los tropiezos se volvieron un factor recurrente, tanto en el sentido metafórico como literal. Siempre creí que las caídas eran fallos y que debía evitarlas a toda costa. Hace poco me di cuenta que los últimos meses me he caído y he fallado más veces que nunca en mi vida. Y créanme, me tropiezo muchas más veces que el promedio, incluso si no estoy de pie, no pregunten cómo. Después de analizar el porqué del aumento de esta cifra, noté que había estado haciendo algo diferente en este tiempo: Estaba intentando. Después de hoy es probable que muchos no nos volvamos a ver. O puede que simplemente nos encontremos en la calle y nos veamos por unos segundos, preguntándonos internamente si conocemos a esa persona, apartando la mirada y después de unas horas, recordaremos que era ese chico o chica con quien nos cruzábamos todos los días. Y eso está bien, porque no voy a pedirles que me recuerden siempre. Lo que quiero pedirles hoy, es que lo intenten. No importa de qué se trate, ni tampoco lo imposible que parezca y mucho menos lo que otros digan. Si creen en ello, deben intentarlo, aunque fallen, aunque se tropiecen tantas veces que la idea de quedarse en el suelo resulte atractiva, no se detengan. Porque solo hay una cosa capaz de calmar el dolor de esas caídas y de las decepciones: Tener éxito. Gracias a todos por estos cuatro años. —Los aplausos no se hicieron esperar, al igual que algunas lágrimas, la mayoría eran del tío Karl.