《El Psicoanalista》
El Dr. A.J Hill se situaba en modo pensativo al frente de su ventana favorita, de la cual él sólo tenía acceso, y por lo tanto, conocimiento de la vista que le proporcionaba el objeto cada vez que él quería. Se dió la vuelta, preparado para comenzar. Dió unos cuantos pasos suaves sobre la alfombra, se acercaba a su paciente. El Dr. Hill lucía como un hombre en sus entrados cincuenta, con escaso cabello castaño y un vientre medianamente abultado. Las arrugas en su rostro enmarcaban su edad avanzada, pero se mantenía jubiloso, alerta y perspicaz. La luz procedente de la ventana semi abierta solo lograba iluminar un lado de su rostro, haciéndole lucir un poco tenebroso.
- Antes de empezar, quiero asegurarme de que entiendes varias cuestiones. - el Dr. Hill se dirigió a su cliente con voz calma, sin apuros, mientras tomaba asiento detrás del escritorio donde habían papeles y archivos varios, además de una placa muy mona con su nombre y una pequeña tabla donde tomaría las notas que él creyera necesarias.
Hizo amago de tragarse la bilis antes de volver a comenzar. - Mira, - Dejó su taza de té sobre la mesa y se reclinó en la silla hacia atrás.- nadie puede cambiar el pasado. El pasado está fuera de nuestro control. - volvió a inclinarse hacia adelante mientras que sus ojos se dirigían a los de su paciente. Juntó sus manos y esbozó una sonrisa carente de dientes. -Tienes que aceptar esto para poder pasar página. - lo dijo muy suavemente, para facilitar que la información llegara con éxito a los oídos de la persona frente a el. - Pero la libertad está en ésta revelación: lo que hagas, cualquier decisión que tomes de ahora en adelante te abrirá puertas, en el futuro.
El rostro del Dr. Hill carecía de empatía, pero trataba de crear cuidadosamente una fachada de amabilidad con sus sonrisas sin dientes. Pero su actitud aún era intimidatoria. Cuando se sintió satisfecho con lo que le dijo a su paciente. Volvió a empezar, continuando a la par de su oración anterior. - No lo vayas a olvidar. - su rostro cambió a uno de suma sabiduría quisquillosa, sonrió.
- Bien, te has comprometido a participar en éste juego, es un paso importante. - las sonrisas iban y venían conforme el Dr. formulaba la oración, el paciente quiso fruncir el ceño. Tomó la tabla en la que se sujetaban varios papeles y una pluma; luego se apoyó de vuelta en la silla, ésta rechinó un poco. - Y yo voy a ayudarte en el proceso.
El Dr. olvidó por un momento lo que sostenía, aún tenía cosas para decir. - A veces, a veces esas cosas pueden resultar un tanto...- fijó su cabeza en el suelo, eligiendo cada palabra con cuidado. - siniestras, incluso terroríficas. - subió de vuelta su rostro, para mirar fijamente a su paciente. - Pero yo estoy aquí para que, por muy difíciles que se pongan las cosas, - sonrió con gracia, achicando sus ojos. - siempre encuentres un modo de superar la adversidad.
De nuevo sonrió sin mostrar sus dientes, acto seguido se empezó a reír sigilosamente mirando a nada en concreto. De pronto fijó sus ojos en la tabla que reposaba en su regazo. - Muy bien, vamos a empezar con un ejercicio sencillo. - subió su cabeza un segundo para poder mirar en el extremo derecho de su escritorio, donde se posaban dos cartas, una sobre la otra. Tomó una en su mano derecha y, al revés como estaba, se la acercó a su paciente, poniéndola delicadamente al frente de el individuo.
- ¿Puedes tomar la carta y mirar atentamente la imagen del reverso? Dime que sientes al verla.
El Dr. se puso cómodo en su silla, superpuso una pierna sobre la otra y allí apoyó la tabla, la pluma estaba en el escritorio, pero lo suficientemente cerca de él para poder tomarla con facilidad. - Es esencial que respondas con sinceridad para que el ejercicio sea efectivo.
Para el Señor Hill, las bromas y las fachadas habían culminado. Preparado para el juego real, su rostro precariamente amigable se hubo apagado, dejando a relucir un semblante sólido, intacto y firme. Lo mismo pasó con su exterior. El paciente debía de saber que éste paso en la consulta era primordial. Basto de charla, Hill esperó en silencio a que su paciente hiciera lo que él le había pedido. Al ver la duda en el lenguaje corporal de su analizado, Hill tuvo la obligación de sonreír de nuevo, a su manera: sin dentadura, para poder infligir un poco de seguridad. El doctor podía llegar a ser bastante paciente si se lo proponía.
El analizado se sentía cómodo con sus guantes negros, acolchados y calientes le brindaban seguridad. Sentía como si alguna vez llegase a lastimarse y estuviera usando en ese momento los guantes, éstos le protegerían. Al mismo tiempo trataba de convencerse a sí mismo de que el Doctor Hill era buena persona y no le haría daño. Con una mano tomó la parte posterior de la carta que tenía ante sus ojos. Era amarillenta, como una postal antigua, pero se sentía firme. Dió una respiración antes de voltear dicha hoja.
Simplemente en la cabeza del paciente hubo confusión, se había imaginado cantidad de cosas que podría tener esa hoja, millones de veces más inquietantes en comparación a lo que sus ojos veían.
Era una foto, desde lejos, lo suficientemente lejos para poder capturar una pradera llena de trigo; al fondo de la imagen se podía detallar una casa, o un granero, cuya fachada estaba pintada de un rojo brillante. Lo que más inquietaba en la imagen era lo que estaba en el primer plano de la misma.
Era un espantapájaros un poco fuera de lugar. Claro, en los trigales suelen haber espantapájaros, pero éstos no son tan terroríficos cómo el que estaba en la foto. Parecía un auténtico hombre,con los brazos extendidos y los pies firmes en la tierra. Lo inquietante era que no tenia rostro, lo que se suponía debía ser su cabeza era una simple bolsa que se superponía creando un claroscuro en la parte superior del objeto. El resto también era de color negro, o gris oscuro, el paciente no podía afirmarlo con veracidad.