Capítulo 2 – Ruido en el pecho

Las mañanas en el colegio no eran mi parte favorita del día, pero había algo en esa rutina que a veces me hacía sentir mejor, ya que eran cosas que no cambiarían a menos que algo más interesante tuviera que suceder, como una presentación o algún evento. Como si el bullicio, los gritos en el pasillo, y los uniformes mal puestos pudieran hacerme creer que cualquier cosa que esté pasando nunca sería tan grande, aunque fuera por unas horas.

Ese día, como muchos otros, llegue tarde, ni yo misma me explicaba por qué, pero corrí hasta mi salón subiendo esas escaleras interminables que al final de ellas me hacían sentir esa fuerte falta de aire haciendo que piense que mejor me hubiera quedado en cama, pero al menos encontraba una distracción.

Al entrar al aula saludé a la maestra y ella me permitió ingresar, me senté junto a mi grupo de amigas al lado de la ventana y apoye el mentón en la palma de la mano. Afuera, las hojas bailaban al ritmo de un viento tibio y una bonita escena, como para sacar una foto. Dentro del aula, solo se oían los pasos de la maestra y el sonido de la tiza contra el pizarrón, aunque no preste mucha atención a la explicación, mantenía la mente en otras cosas, simplemente perdida.

Nunca me considere inteligente, mucho menos alguien quien pudiera alardear de sacar las mejores notas, pero tampoco me sentía burra, además mi tres amigas o el grupito con el que siempre estaba, eran de las mejores en el aula, siempre en el cuadro de honor, siempre con el uniforme perfecto, y con ese aire de "superioridad" que solo ellas podían tener o hacer sentir a los demás, y a decir verdad, a pesar de esas cosas yo las quería, y las quería demasiado, en especial a Laura, que a pesar de todo, estuvo para mí en momentos muy difíciles y yo para ella, fuimos grandes amigas y sin duda siempre me gustó sentirme aceptada por ella.

Estaba sumergida en mis pensamientos intentando entender la clase, cuando un papelito cayó sobre mi mesa, mire hacia atrás sabiendo de quien se trataba, entre cerré los ojos y sonreí levemente tomando este para leerlo

-¿Me extrañaste?

Solte una leve risa silenciosa al leerlo, tome mi bolígrafo y escribir algo rapido

Gire ya sabiendo quién era y le pase el papelito por debajo de la mesa para que la maestra no nos viera.

-Tanto como al examen de química.

Él sonrió como si no esperara menos.

-Eso fue cruel. Incluso para ti.

-¿Dormiste otra vez? -mientras escribía, note como el definitivamente no tenía la mejor letra del mundo.

-No dormí. Medité horizontalmente durante ocho horas. Es distinto.

Negué con la cabeza, divertida. Ya estaba acostumbrada a sus respuestas absurdas.

-No sé cómo logras pasar los cursos.

-Yo tampoco. Pero el universo me quiere. O algo así.

Había algo en él que no se podía explicar tan fácil. Una mezcla de desorden y encanto. No era el chico más popular, ni el más aplicado. Pero tenía una forma de existir que llamaba la atención, una seguridad muy interesante. Una manera de hablar que parecía convertir todo en algo más liviano.

Senti un movimiento detrás mío, y cuando escuche su voz me dí cuenta que se había acercado a mi -¿Tienes apuntes de historia? -me preguntó, bajando un poco la voz, como si supiera que pedir ayuda hería su orgullo.

-¿Otra vez? Eres un caso perdido. -me di levemente la vuelta para poder verlo

-Un caso perdido con carisma -replicó él, guiñándome un ojo.

Solo le pase el cuaderno, resignada.
-No quiero ser cómplice de tu vagancia.

-No lo eres. Eres mi salvación académica.
-Uf, qué horror...
-¿Sabes? Me ofendes y me ayudas. No entiendo qué clase de vínculo es este.

-Uno disfuncional, probablemente.

Nos miraron un segundo. No demasiado, pero lo suficiente para que algo se instalara en el aire. No era amor... todavía. No lo sabíamos en ese momento. Pero ya se sentía como una historia que apenas empezaba a escribirse, o quizás eso pensaba el.

Pasaron horas de clase, y entonces la bendita campana que anunciaba el recreo sonó, mis amigas se adelantaron mientras yo terminaba unas cosas hasta que pude salir.

El sol comenzaba a calentar con más fuerza, dibujando sombras largas bajo los árboles del patio. El timbre del recreo había sonado hacía unos minutos, y el bullicio habitual de los estudiantes llenaba cada rincón del colegio. Me gustaban los descansos, ya que al menos así no tenía que estar pensando en poner en la siguiente pregunta de los libros, o como redactar bien alguna oración en la clase de literatura. Caminaba lentamente por el pasillo, con la mochila colgada de un solo hombro y la mente enredada entre tareas, emociones confusas y una sensación constante de no encajar del todo.

Al llegar al árbol de siempre, donde solia reunirme durante los recreos, vi a Laura, Clara y Lina ya sentadas. Laura hablaba animadamente, agitando las manos mientras relataba algo que parecía haber ocurrido en clase. Clara reía de forma discreta, como siempre, y Bianca, con su expresión despreocupada, comía una empanada mientras revisaba su celular. La escena parecía relajada, pero yo sabía que la tranquilidad era solo superficial. Entre ellas siempre flotaban palabras no dichas, juicios disimulados y miradas que decían más de lo que se permitían expresar.

-¡Al fin apareces! -exclamó Laura, dándome un espacio a su lado-. Pensamos que te habías quedado dormida en clase.

-No, solo estaba entregando unos ejercicios al profe -respondía con una sonrisa cansada mientras me sentaba a su lado.

-¿Y cómo vas con eso? -preguntó Clara, girando el rostro hacia mi con curiosidad sincera-. Dijiste que estabas medio perdida en trigonometría, ¿no?

Trigonometría, a quien se le ocurrió? Como si no fuera suficiente ya la aritmética y el álgebra, suspiré recostando la cabeza en la mesa, agradeciendo en parte, que la conversación no comenzara con algo más incómodo.

-Sí, un poco. No entiendo muy bien algunos ejercicios... aunque Luca me ayudó la otra vez - y me arrepentí de decirlo apenas las palabras salieron de mi boca.