Era una tarde solitaria. La lluvia caía afuera de la ventana. Una chica estaba sentada en el balcón de su casa, mirando cómo las hojas de los árboles se movían de un lado a otro. Casi podía sentir la profundidad del cielo envolviéndola, como si estuviera en una película de drama. Un cielo gris, con nubes aún más grises, y un sonido ambiental digno de toda ciudad.
El vacío del cielo se reflejaba en sus ojos azules, que estaban en la misma situación: vacíos. Algo se había perdido en la vida de Dianna. Algo había desaparecido. Alguien cercano a ella se había ido para siempre.
Aunque aún recordaba qué era lo que se había ido, su mente seguía buscando la pieza que completaba su vida en el pasado. Dianna se esforzaba por recordar cómo había sucedido todo, mientras sostenía una taza de café con leche entre sus manos, intentando calentarlas del frío. Seguía mirando las nubes, buscando entre ellas lo que había pasado, hasta que, como en una película, todos los recuerdos comenzaron a regresar a su mente.
Una noche, su novio Nicolás estaba camino al aeropuerto para abordar un avión. Antes de subir, se comunicó con Dianna para decirle que todo iba bien. Había viajado a otro país para cerrar un trato complicado. Dianna estaba feliz de que por fin se estuviera cumpliendo aquello que él había soñado durante tanto tiempo. Lo que no sabía ella en ese momento era que Nicolás planeaba proponerle matrimonio. Estaba esperando regresar para hacerlo, pero nunca pudo llegar.
Dianna había calculado el tiempo que él se demoraría en llegar. Pasaron las horas, y veía que no aparecía.
Cuando esa parte del recuerdo llegó, cerró los ojos para no seguir recordando. Pero al abrirlos, notó que seguía en el mismo lugar de la casa, el mismo sitio en el que se había sentado a esperar a Nicolás. Aquello la sacudió por dentro, aunque no era algo extraño que le ocurriera. Desde que Nicolás partió, eso le pasaba constantemente.
La lluvia había parado y ya era de noche. De repente, su celular sonó. Era su mejor amiga, que la llamaba para invitarla al cine. No era la primera llamada: había varias perdidas, además de unos mensajes preocupados.
Dianna, con toda la paciencia del mundo, tomó el celular y contestó:
—Hola, ¿todo bien en casa?
Su amiga Priya le respondió con ese tono tan alegre que la caracterizaba, un tono que no parecía el de alguien preocupado, sino el de alguien que simplemente amaba divertirse:
—¿¡Por qué no contestas el maldito teléfono!? Te estoy llamando desde hace rato para que salgamos. No me digas que estás otra vez sobrepensando en lo que pasó. Ya te dije que cuando te sientas mal, me tienes que llamar. No quiero que pase lo de la otra vez. Esta vez no voy a ir a buscarte al aeropuerto.
Ella solo suspiró y dijo:
—No quiero salir hoy... estaba lloviendo, hace frío.
Priya se quejó con ternura:
—Amiga, ¡eso fue hace más de una hora! ¿Qué me estás diciendo? Ponte un abrigo y sal. No quiero verte triste ni escucharte así. Tienes que salir, conocer nuevas personas. No te puedes quedar atrapada en ese lugar. Si sigues así, voy a tener que ir por ti.
Dianna solo rió y respondió:
—Está bien, solo no vengas a casa. La vez anterior llegaste supuestamente para salir, pero te quedaste organizando toda mi casa. Eso ya no es algo natural, amiga, eso es un problema serio de TOC.
Su amiga se despidió antes de colgar:
—Si la próxima vez que vuelva a tu apartamento veo que todo no está en su lugar, voy a tener que mudarme contigo definitivamente. Ponte algo lindo y te espero en el cine que está al lado del parque.
Dianna se quedó sentada por un minuto, abrazando un peluche que Nicolás le había regalado en Navidad. Hasta que le llegó un mensaje de su amiga, con un tono que parecía casi una advertencia, como si la estuviera vigilando desde alguna cámara. El mensaje decía, en letras claras y con una amenaza disfrazada de cariño:
"Si estás viendo ese maldito muñeco otra vez, quiero decirte que voy a ir a tu casa y lo voy a tirar a la basura. ¡Supéralo!"
Ella solo suspiró y dejó el peluche a un lado para ir a alistarse. Empezó a revisar la ropa que tenía. Era poca, pero aun así le costaba decidir qué ponerse esa noche, una tarea que antes no habría sido difícil para ella. Dianna solía preparar cada salida con detalle: pensaba en la ropa, el maquillaje y hasta en los accesorios que debía usar. Pero en el presente, todo eso le resultaba complicado.
Aun así, terminó de arreglarse para ir al cine con su amiga.
Priya no era una chica que encajara con su nombre. Era de origen japonés, pero se vestía de la forma más extravagante posible, como si fuera una muñeca recién salida de un anime. Aunque si alguien la escuchaba hablar solo por teléfono, juraría que era una chica afrodescendiente del Bronx. Cuando vio a Dianna bajarse del taxi, corrió hacia ella y la abrazó por detrás. Dianna se sobresaltó, aún muy sensible.
Priya se separó de ella, riendo:
—¿Qué te pasa? Parece como si hubieras visto a un ladrón. No te voy a robar, amiga... La próxima vez voy a tu apartamento y te ayudo a vestirte. Mira, aquí hay unos chicos muy guapos que te quieren conocer...
Dianna solo rodó los ojos y respondió:
—No quiero conocer chicos nuevos, Priya. Solo vine porque tú me lo pediste. No quiero estar en una relación otra vez.
Priya cruzó los brazos, con una media sonrisa:
—Es una lástima... porque ya está aquí, y no se va a ir.
Sin darle tiempo a reaccionar, la tomó de la mano y la arrastró hacia el interior del cine. Allí, recostado contra una pared y mirando el celular, estaba un chico que parecía salido de uno de esos libros cliché que le gustaban a Priya.
Dianna susurró, con fastidio:
—¿En serio tuviste que invitar a uno de esos "bad boys"? Sabes que no me gustan ese tipo de personas.
Priya le guiñó un ojo:
—Bueno, si tú no lo quieres, me lo quedo yo.