De un momento a otro, Dianna estaba afuera. Pero algo no cuadraba. Ya no llovía ni hacía frío; de hecho, todo lo contrario. El sol brillaba con fuerza, calentando cada rincón, casi como si fuera pleno verano.
Sabía que algo raro estaba ocurriendo. Estaba volviendo, sin querer, al recuerdo de la primera salida con Nicolás, cuando aún eran solo dos jóvenes enamorados.
Él estaba ahí, justo frente a ella, con una sonrisa que iluminaba todo. En sus manos sostenía un ramo de flores —bocas de dragón blancas— y sus ojos verdes, vivos y brillantes, parecían del mismo color que las hojas del ramo. Dianna se quedó inmóvil, sintiendo que volvía a vivir aquel instante perdido en el tiempo.
Pero una voz detrás de ella la sacó del ensueño, y con ella volvió la realidad: la lluvia seguía cayendo, el viento era helado y la noche apenas comenzaba. La voz era de su amiga, Priya, quien la llamaba por segunda vez. Al no recibir respuesta, la tomó del brazo y la hizo volver al interior del cine.
—La próxima vez que vayas a escapar de una cita, por favor, avísame —dijo Priya en tono de broma—. El chico apuesto me dijo que no se iba a quedar al lado de... una loca. Lo mandé al carajo. Nadie que piense que mi mejor amiga es una loca merece mi atención.
Pausa.
—Pero por otro lado, otro chico —que, claro, en mi opinión no es tan guapo como el anterior— se preocupó por ti y me pidió tu número...
Dianna abrió los ojos, sobresaltada.
—No me digas que se lo diste. Te dije que no quiero salir con nadie, ni ahora ni nunca —dijo con angustia.
Priya la tomó suavemente de los hombros, mirándola con firmeza.
—Lo de Nicolás pasó hace medio año. Tienes que superarlo. Sé que no lo vas a olvidar, pero si sigues desconectándote así del mundo, no vas a avanzar. La vida sigue. Y mañana tienes que ir a trabajar, así que no quiero verte triste otra vez.
Dianna solo asintió con la cabeza.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? —preguntó en voz baja.
Priya sonrió.
—Yo te saqué de ese apartamento para que tomaras aire fresco... y, de paso, conocieras a alguien nuevo. Lo segundo no pasó, así que haremos lo primero: una noche de amigas. Y el lunes será otro día. Ahora vamos a ver una película, y te quiero feliz.
Sin oponerse, Dianna la siguió. Vio cómo Priya compraba las entradas, las golosinas, y las guiaba con entusiasmo hacia la sala.
La película fue lo mejor que pudo haberle pasado esa noche. Era una comedia ligera sobre un chico torpe y sus intentos fallidos por conquistar a una chica. Por un momento, Dianna se olvidó de todo. Rió. Se relajó. Sintió, por unos minutos, que el peso en su pecho era menos.
Pero como todo, el final llegó. Y tuvo que regresar a su apartamento. Sola. Con los mismos pensamientos de siempre. Aunque esta vez... no se sintieron tan pesados. Tal vez porque era tarde, o tal vez, porque por un momento, había vuelto a sentirse viva.
Se arregló para irse a dormir y tomó el peluche que descansaba en el sillón de la sala de televisión. Tenía muy presente lo que le decía Priya:
—Si quieres mejorar, tienes que dejar las cosas atrás. Ya sabes, como en las películas de terror... si te llevas algo de una casa abandonada, el fantasma te va a seguir. Y el fantasma de Nick te va a seguir si no botas sus cosas.
Pero eso era algo que, en ese momento, a Dianna no le importaba. Solo quería sentir que él seguía a su lado, y aquel peluche en forma de ganso era lo único que lograba calmarla cada noche.
Después, fue a su habitación. Desde el accidente no había podido dormir con la luz apagada. Siempre dejaba encendida una pequeña lámpara que iluminaba suavemente la habitación. Ni Priya ni su psicólogo estaban de acuerdo con eso; decían que no era bueno para su salud mental ni física. Pero era lo único que la tranquilizaba. Y esa noche no fue la excepción: apenas apoyó la cabeza sobre la almohada, se quedó dormida al instante.
Y entonces despertó dentro de su sueño.
Estaba en un campo cubierto de pasto verde, brillante, como sacado de una postal de verano. Era el mismo parque donde había celebrado su cumpleaños número veintitrés. Los pájaros cantaban, el viento era suave, y Nicolás estaba a su lado.
Pero había algo extraño.
No podía ver su rostro. Parecía cubierto por una especie de filtro borroso, como si alguien lo hubiera difuminado a propósito. Un detalle que la inquietó profundamente, porque en el fondo... sabía que algo en ese recuerdo no estaba bien.
Extrañamente, aquel sueño coincidía con el momento exacto en el que Nicolás le había regalado ese peluche. Justo el que tenía en brazos antes de dormirse. Eso fue lo que le confirmó que estaba soñando.
Y en cuanto lo comprendió, todo comenzó a cambiar.
El pasto dejó de ser verde. Se marchitó rápidamente hasta quedar completamente seco y sin vida. Dianna sintió cómo una ola de angustia y resentimiento le invadía el pecho. A pocos metros, vio a unos pájaros muertos esparcidos en el suelo. Entonces, murmuró entre sollozos, con la voz quebrada:
—No fue mi intención... no quería que eso pasara. Por favor... voy a fingir que no sé que estoy soñando... pero no me dejes sola.
De repente, sintió una presencia detrás de ella. Era Nicolás, pero no como lo recordaba. Su cuerpo parecía estar descomponiéndose, como si se estuviera pudriendo en vida. Dianna retrocedió asustada, paralizada por el horror. Y entonces, de él salió una voz ronca y escalofriante que dijo:
—Demasiado tarde...
Dianna se despertó de golpe, empapada en sudor. Eran exactamente las 3:33 de la madrugada. Esa hora que muchos dicen que es cuando los espíritus se manifiestan. Había quedado dormida mirando hacia su mesa de noche, donde estaba su celular, y desde allí pudo ver la hora.
Pero algo más la perturbó.
No podía moverse. Sentía el cuerpo completamente paralizado. Una presión extraña la aplastaba contra el colchón. Sintió claramente cómo algo se sentaba a su lado.