Priya venía de una familia acomodada, tanto que pudo cambiar de carrera varias veces sin mayores preocupaciones, e incluso abrir su propia cafetería. Aunque su forma de vestir era llamativa y su personalidad muy extrovertida, era una persona genuinamente amable. Daba una imagen despreocupada, pero siempre estaba presente cuando alguien la necesitaba.
Conoció a Dianna en la universidad, durante la segunda carrera de ambas. Priya estaba completamente perdida ese día: no sabía en qué salón le correspondía estar, ni cómo ubicarse en el nuevo campus. Fue gracias a esa confusión que terminó entrando por error al aula donde Dianna estaba inscrita. A partir de ese pequeño accidente, nació una amistad inesperada pero poderosa.
Desde entonces se volvieron inseparables. Dianna, que por aquel entonces también era extrovertida, disfrutaba de salir a bailar, tomar algo y divertirse. Nada que ver con la persona en la que se había convertido después de la tragedia.
Lo curioso es que fue la misma Priya quien le presentó a Nicolás. Aunque Dianna era sociable, no se atrevía a confesar lo que sentía. En una salida a una piscina, le contó a Priya que Nicolás era un chico que había conocido en el colegio, pero que jamás se animó a hablarle.
Priya, fiel a su estilo, tomó cartas en el asunto. Organizó una fiesta donde sí o sí tendrían que interactuar. Todo salió tan bien esa noche que parecía un cuento romántico. Pero hoy, Priya no podía evitar pensar que si no los hubiera presentado, tal vez todo sería diferente. Tal vez Dianna no estaría tan rota.
Priya tenía un carro que llamaba bastante la atención. Era uno de esos deportivos japoneses que parecen salidos de una película de carreras, ruidoso y veloz, justo como su personalidad. Siempre llegaba tarde, incluso a su propio negocio, y no parecía importarle.
Cuando llegó a recoger a Dianna, tocó la bocina con tanta energía que parecía completamente loca, haciendo que Dianna, sobresaltada, casi dejara caer su celular en un charco de agua.
Priya bajó la ventana y gritó con una sonrisa burlona:
—Si tu mejor amiga no fuera tu jefa, ya estarías sin trabajo desde hace rato.
Dianna le devolvió la sonrisa con ironía mientras se subía al carro:
—Vaya la suerte que tengo...
—No se te olvide que yo te ofrecí trabajar conmigo en segundo semestre —agregó Priya mientras aceleraba.
Dianna la miró divertida:
—Fue una de las mejores ideas que tuviste en mucho tiempo. Es como si, por fin, hubieras puesto tu cerebro a funcionar.
Priya fingió estar ofendida y exclamó:
—¿Me estás diciendo que no pienso? Eso es muy ofensivo para mi intelecto.
Ambas rieron mientras el carro rugía al salir del vecindario, como si ese estruendo formara parte de su rutina diaria. A Dianna no le gustaba cómo Priya conducía por las calles, tan rápido y temeraria, pero prefería no decirlo en voz alta. Después de cruzar varios semáforos justo antes de que cambiaran a rojo y de recibir algunos gritos e insultos de conductores molestos, finalmente llegaron a la cafetería.
Antes de bajarse del auto, Priya le lanzó una mirada cómplice y dijo:
—Tal vez hoy venga a visitarte alguien que... conociste ayer.
Dianna frunció el ceño, alarmada.
—¿Por qué le dijiste dónde trabajo? ¡Te dije que no quiero conocer a nadie ahora!
Priya suspiró, sin perder su tono alegre.
—Tienes que darle una oportunidad, aunque sea como amigo. No te vas a arrepentir, vas a pasarla muy bien. Además, es extranjero, viene desde Inglaterra. Tal vez hasta te lleve a conocer el Palacio de Buckingham y todo eso. Lo conocí en una fiesta que organizó su familia. Ya verás, te va a gustar.
Dianna bufó, resignada.
—Está bien... pero no te aseguro que esto vaya a seguir. Solo voy a ver si podemos ser amigos y, después, te diré si pasa algo.
—¡Con eso tengo suficiente! —dijo Priya triunfante—. Solo prepárate, porque cuando lo veas, te vas a quedar... enamorada.
El día transcurrió con tranquilidad, aunque no faltaron los clientes difíciles. Algunos extranjeros llegaban creyendo que todo giraba a su alrededor, algo que Dianna ya había aprendido a manejar con paciencia. Estaba exhausta, llenando vasos de café, calentando panes y limpiando la barra, cuando, cerca del mediodía, lo vio.
El chico de la noche anterior entró por la puerta.
Dianna se quedó paralizada. Era exactamente igual a Nicolás. Mismo cabello, misma expresión... como si nunca se hubiera ido.
Estaba atendiendo a un cliente en ese momento, pero su desconcierto fue tan evidente que el hombre frente a ella se molestó al notar que no lo escuchaba.
—¡Oye! —chasqueó los dedos frente a ella, como si llamara a un perro.
Ella solo se disculpó y se apresuró a terminar de atenderlo. Cuando al fin se desocupó, notó que el chico la esperaba en la barra, tranquilo, con una sonrisa suave.
—¿Por qué saliste corriendo anoche? —le preguntó con amabilidad.
Ella no respondió de inmediato. Solo lo miró, con la expresión vacía de quien no quiere sentir nada. Luego, con una voz casi robótica, preguntó:
—¿Y de qué forma crees que puedes ayudarme? No quiero salir con nadie ahora.
Él la miró con calma, sin perder la amabilidad en su tono.
—No soy una mala persona, solo te pido una oportunidad. Mira, Priya ya me contó un poco de lo que te pasó.
—¿Y con eso crees que puedes ayudarme? —insistió Dianna, con una mezcla de cansancio y desconfianza.
—Solo quiero hablar, como amigos. No soy psicólogo, pero estudié artes. A veces eso también puede ser una forma de terapia. Además, tu amiga está siendo muy insistente... por favor, acepta, al menos esta vez.
Ella suspiró profundamente, rindiéndose poco a poco a la idea.
—Todos estos días estoy trabajando... el único día libre que tengo es el domingo.
Andrew sonrió, con una tranquilidad que contrastaba con el ajetreo de la cafetería.