Claudio puso un pie en el cordón de la vereda y luego el otro, el derecho. Al bajarse del colectivo giró su cabeza hacia atrás para saludar al colectivero con un asentimiento, el cuál ya lo conocía desde hace mucho tiempo, inclusive antes de que lo cambiaran de escuela. Esa vez el chofer, Adriano Romero, lo había dejado bajar por la misma puerta de entrada por la que subían los pasajeros ya que ese día el colectivo estaba abarrotado de personas, por lo que le hubiera sido una gran dificultad atravesar todo el vehículo para bajar solo siete metros más cerca de su objetivo. Una práctica que los colectiveros aceptaban únicamente en esos casos, aunque las empresas de transporte no los obligaran a consentir.
El conductor esperó a que el muchacho estuviera completamente en el suelo, le devolvió el saludo extendiendo su mano izquierda y con un enérgico:
-¡Suerte con tu previa Claudio!- el cuál vino acompañado de una sonora carcajada. Al hacer esto, con su mano derecha presionó el botón que cerraba las puertas del vehículo para luego acelerar el colectivo y seguir con su camino.
Claudio observó el vehículo alejarse con una sonrisa por el comentario del conductor. Hace tiempo que Claudio relataba al colectivero sus “desventuras” en su actual colegio cuando tomaba el A24 para buscar a sus amigos en su antigua escuela. A lo que este le daba consejos muy valiosos sobre el comportamiento adulto basados en su experiencia (que el usaba para anticiparse a las acciones de sus profesores) y del tránsito de las zonas más importantes de la ciudad. El resultado era un dialogo acalorado en el que las carcajadas del conductor se complementaban con las pequeñas risas del joven, las cuáles eran tan escasas como las inversiones en Argentina. De esta manera, las historias de Claudio eran para el conductor tan necesarias como la posibilidad de este de llevarlo desde un punto a otro de la ciudad. Por lo que cada día que iba a su antigua escuela terminaba trabando un amistoso diálogo referido a noticias de la juventud actual como alcohol, internet, villeros, youtubers, rugbiers golpeadores y, cuando no, mujeres; aunque ese tema siempre lo acababa sacando Adriano.
Claudio vio al vehículo doblar por la calle del costado derecho de la escuela. Esa vez Adriano lo había escuchado sobre lo referido al UPD y a Bianca, la cuál conocía desde hace meses, dándole consejos sobre el día, la hora y la forma de cómo encararla. Ese día no había sido la excepción.
Claudio volvió a centrarse en el presente. Miró hacia adelante para dirigirse hacia la entrada de la escuela hasta colocarse en las afueras de esta, justo donde una gran masa de padres y tutores esperaban para recoger a sus hijos, hermanos, primos y sobrinos. La escuela en la que estaba era la Unidad Educativa de Gestión Privada Nroº 34 “Don Luis Orione”. Este era un colegio católico de la congregación de los Orionitas, los cuáles todavía, al igual que la casi totalidad de las escuelas religiosas, eran de administración privada, es decir que los padres pagaban por la educación de sus hijos. Claudio esperaba la salida de sus amigos apoyado en el costado izquierdo de la estatua del santo de la institución. No estuvo mucho tiempo. Al poco tiempo una gran cantidad de alumnos salían desorganizadamente a través del gran arco de piedra blanca maciza que marcaba establecía la entrada/salida del colegio. Como era de esperar, Claudio tuvo que esperar en medio de la gran masa humana hasta que sus amigos aparecían tan solitarios como alegres al final de la ola de alumnos que salían del último turno de clases que terminaba a las 13:10. Sin embargo, creía haber escuchado que ese jueves en particular tenían una obra teatral por lo que, como era costumbre, los harían salir en el turno de clases anterior. Es decir, alrededor de las 12:30.
Ellos eran cuatro en total; dos mujeres y dos varones con los que había convivido desde prácticamente 1º grado, pero que había conocido paulatinamente con el paso del tiempo en la escuela. Cuando estaba con ellos el grupo era prácticamente inseparable; iban al recreo juntos, merendaban juntos, estudiaban juntos y hasta coincidían en los mismos turnos de Educación Física. Solamente se separaban al volver a sus casas o al ir al baño.
El primero de ellos del lado izquierdo era Héctor. El “Gordo” del grupo. Tenía alrededor de 1.60 mtr. y 70 kilos, no era petiso pero sus atributos físicos le hacían parecerlo. Era blanco de piel y con huesos muy grandes. Era muy extrovertido pero sin llegar a sofocar con tantas palabras como Fabiana. Tenía un humor propio de hace 20 años y una calma en todas las actividades verdaderamente envidiable. No era muy inteligente, al contrario, pero tampoco era demasiado hueco. Claudio no recuerda una sola vez que se haya enojado en los dos años que lleva con él, puesto que la casi totalidad de las cuestiones en lo referido a la escuela le daba lo mismo. Solamente se apuraba o era más determinado en su comportamiento cuando había buena comida de por medio.
La siguiente era Lucila, la más callada del grupo. Era pequeña y delgada, tenía una piel ligeramente amarronada y un cabello también marrón con un par de trenzas. Tenía un comportamiento notablemente tímido con aquellos que no conoce a diferencia de su grupo. Era desmesuradamente inteligente, lo que se reflejaba en sus calificaciones y promedio académico, pero lo denotaba más en su vocabulario al hablar y en las soluciones que daba a los problemas que le surgían al grupo. Caminaba tan sumisamente como lo era su personalidad y al hablar no demostraba un desarrollado lenguaje personal y corporal.
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Editado: 12.01.2021