Ha pasado una estación y el humano sigue en Urania, junto a la reina, con quien convive muy de cerca. Pasan las tardes juntos, después de cumplir con sus obligaciones y sin descuidar a los habitantes. Cada atardecer, Raven y el extraño suben a la cascada Espíritu. Mientras tanto, en la Laguna Aqua, en las cercanías del Palacio, Taiga y Loreto se encuentran conversando tranquilamente.
—Loreto, ¿crees que el humano se vaya pronto? —preguntó Taiga, jugueteando con sus pies en el agua. La ninfa de cabello castaño estaba preocupada y triste por no pasar tiempo con la reina.
—No lo sé, parece que Raven no quiere que el humano se vaya —expresó la guardiana de la laguna, cruzándose de brazos mientras observaba hacia la cascada.
—Creo que todavía no encuentra la manera de regresar al humano. No te enfades con ella —sonrió Taiga, mientras le salpicaba un poco de agua, queriendo jugar con Loreto.
—¡Taiga! —exclamó la ninfa de cabello azul—. ¿Así quieres jugar? —dijo Loreto en tono juguetón.
—¡Espera! —dijo Taiga, quien corría por la orilla de la laguna.
Taiga intentaba animar a Loreto para que olvidara su tristeza. Antes de la llegada del joven extraño, las tres solían pasar cada tarde juntas en la laguna hasta el ocaso. Pero, por ahora, la reina trataba de averiguar cómo es que un humano amable, pero no de noble corazón, había llegado a esta tierra. Mientras tanto, la reina atendía al joven, que había pasado de ser un intruso a un invitado.
Pasaron un rato jugando, hasta que, de pronto, detrás de unos arbustos se escuchó un ruido. Las ninfas se sorprendieron, pero Taiga se acercó para revisar qué ocurría y se encontró con Og, un centauro, que en su mano sujetaba de un cuerno a Urn, un sátiro.
—¡Urn! ¿De nuevo tú? —dijo Taiga, observando al sátiro—. ¿Hasta cuándo me dejarás en paz?
—Me disculpo, señorita, pero encontré a este sátiro espiando —dijo Og, haciendo una reverencia.
—Descuida, solo haces tu trabajo. Gracias —respondió amablemente la guardiana del bosque a su protector.
Loreto, al percatarse de la tardanza de su amiga, se acercó para ver qué sucedía y se encontró con el pequeño alboroto.
—¿Qué sucede? —cuestionó Loreto con tono autoritario.
—Es el sátiro, señorita —respondió nervioso el centauro al ver a la guardiana del lago.
—No sé qué hacer contigo, Urn. Eres insoportable —dijo enfadada la ninfa de cabello castaño. El aludido bajó las orejas.
—Esta situación no se puede repetir —reprendió Loreto a Urn—. Que sea la última vez.
Urn se sintió apenado, pero era imposible para él. La atracción que sienten los sátiros hacia las ninfas es incontrolable.
—Me retiro, dejo a las señoritas seguir con sus asuntos —dijo Og, caminando en la dirección opuesta a las ninfas.
La guardiana del bosque se despidió con un ademán de Og. El centauro se dirigió hacia el bosque, y las ninfas permanecieron en la laguna hasta el atardecer. Ambas se despidieron, y cada una se fue hacia su hogar.