Urania

Capítulo 7

Por ahora, en el bosque, los elfos Hureral, Vennehelael y Lierur cuidan a los animales. Están haciendo un gran trabajo. Se siente paz y armonía, la tan ansiada paz que no se sentía desde que Taiga y Raven no están. Todo en Urania no ha sido igual.

—Es todo tan bello —dijo Hureral sonriendo alegremente.
—Lo hemos hecho bien, madre —comentó el elfo de cabello negro.
—Mucho mejor que la ninfa. ¿Cierto, Vennehelael? —expresó orgulloso el elfo castaño.
—Lierur, es mejor que no sigas con esas palabras —replicó Hureral, un poco molesta. Lierur, su hermano, la observó frunciendo el ceño.
—Hermana, solo es una opinión —contestó con enfado el castaño.
—Para ser la primera vez que cuidamos del bosque —dijo Vennehelael, serio. Es la verdad. Los elfos solo vivían en Urania, pero no hacían nada por ayudar.
—Volvamos a casa —dijo Hureral sonriendo—. ¿Vienes con nosotros, Lierur?
—Estaré un poco más con los animales en el bosque —respondió el elfo castaño, calmado.

Hureral y Vennehelael volvieron a lo profundo del bosque, a esa parte donde la luz del sol no penetra por la espesura del follaje. En una pequeña cabaña hecha en un enorme árbol de sauce se encuentran Vanna y Sisath, resguardados de la luz solar, ya que son en extremo sensibles a ella.
En la isla Sirenia, Og logra acercarse a una de las encantadoras sirenas. Ella tiene el cabello de color azul; su nombre es Yoko. El centauro busca información respecto a los diferentes sucesos referidos a la isla. Ella se encontraba sola en una laguna poco profunda, jugando con un delfín.

—Bella tarde —saludó amable el centauro a la alegre sirena, a lo cual el delfín saltó de felicidad.
—Hola —respondió tímidamente con una sonrisa.
—Disculpe, bella sirena —prosiguió Og, tranquilo—, se nota que siempre hay alegría aquí.
—Es cierto —dijo la sirena—. Las guardianas ni ustedes nos visitan.
—Urania no es la misma desde hace mucho —replicó Og con tristeza.
—El festival está próximo —comentó ella sonriente—. Anhelo escuchar las flautas unidas al arpa de Redne.
—Hermosa época —continuó el centauro—. Perdón que pregunte por su nombre.
—Yoko —respondió ella. Hacía algún tiempo que no veía al centauro. A las otras sirenas no les agrada que estén en la isla y menos que se acerquen para conversar.
—Hermoso nombre para tan sublime criatura —dijo él con una sonrisa, lo que provocó una ligera risa nerviosa de parte de Yoko.
—Dígame, ¿qué asunto trae por aquí a un centauro? —indagó la sirena, curiosa.
—Estoy revisando el estado en el que se encuentra la Barrera —respondió Og, serio—. Además, busco situaciones inusuales.
—Yo no he visto nada inusual —dijo Yoko, un poco pensativa.
—¿Está segura? —cuestionó el centauro a la sirena.
—Todo es bastante normal —argumentó la joven sirena—. Desde que la gran luz amarilla aparece detrás de la isla hasta que se esconde tras la montaña de fuego. Nada pasa que sea extraño para mí.
—Hace poco vi una cosa rara —comentó él, extrañado—. Era grande, de madera. Andaba sobre el agua, movido por el aliento del mar. Parecía una gran corteza.
—Eso se llama barco —inquirió ella—. Pasan siempre por aquí.
—Yoko, has dicho de más a este centauro —se escuchó otra voz de mujer, pero con un tono más frío y soberbio. Es otra sirena de cabello azul verdoso.
—Talía —dijo sorprendida Yoko—. No sabía que vendrías.
—Tampoco esperaba la visita de un centauro —dijo con desprecio hacia Og, mientras lo observaba con sus grandes ojos rojos.
—Lamento la intrusión —expresó el centauro apenado—. Solo vine para revisar la Barrera.
—¿Ya lo has hecho? —preguntó, seria, Talía.
—Así es. Ya hice la revisión —habló Og, un poco nervioso. La interrupción de la sirena Talía lo ha tomado desprevenido.
—Entonces vete con las ninfas —interrumpió al centauro—. Deja que vivamos en paz.

Dicho esto, Talía sujetó de la mano a Yoko y se sumergieron en la laguna para irse lejos de Og. El centauro solo las observó. Ya no pudo decir nada más.
Al regresar, Og trató de comprender lo ocurrido. En su camino al Palacio, la tierra tuvo una ligera sacudida. Fue suficiente para mover algunas ramas y provocó derrumbes. El sismo hizo que todos en Urania se asustaran. Parece que la situación los tiene bastante nerviosos. El Monte Vatra empieza a lanzar ligeras fumarolas. Para el atardecer, una alfombra gris cubre las cercanías de la montaña.
Al observar el bosque cubierto de un color ámbar en el follaje de los árboles, el ambiente es cálido. Señal de que pronto vendrá el frío invierno, con su blanco manto que cubrirá todo el lugar.
Og llegó al Palacio después de ayudar a calmar a los animales que se encontró en el camino. Una vez en la sala del Palacio, busca a Loreto para decirle qué ha encontrado en la isla Sirenia, el lugar donde viven las sirenas. Es el límite de Urania en el mar.

—Og, ¿qué es lo que sucede en Sirenia? —dijo Loreto, seria.
—Señorita, es un hecho que los humanos visitan la isla —respondió el centauro—. Ellas sienten agrado cada vez que llegan.
—Me preocupa que los humanos lleguen un día hasta el Palacio —comentó preocupada la ninfa.
—Señorita, descuide. Yo no permitiré que ningún humano le haga daño —expresó con valentía el centauro.
—Gracias, Og —dijo ella—. Por ahora, lo que puedo hacer es hablar con Seira. Es la más prudente de las sirenas.

Og asintió en muestra de apoyo hacia la ninfa guardiana del lago. Así que Loreto irá hasta Sirenia. Para ello, debe cruzar el estrecho que separa la isla del resto de Urania. La joven nadará hasta Sirenia. El centauro tendrá que viajar a pie hasta allá. Una vez que llegaron a la isla, las sirenas se encontraban reunidas en una laguna cerca de la playa.




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