Es una fresca mañana. El invierno se acerca, y los preparativos para el Festival también. Ahora Og y su padre descansan en el bosque. Notan un comportamiento extraño en los animales; se encuentran alterados y buscan los lugares más lejanos al Monte Vatra. Cerca de allí, toda la vegetación se encuentra muerta debido al aumento de la temperatura del suelo. Es comprensible el pánico, ya que en los últimos días han ocurrido leves sismos y también se han escuchado extraños ruidos en las cercanías del lugar.
Hureral y Vennehelael se encuentran ocupados con la organización del festival. Loreto no ha salido de Palacio. Después del lamentable incidente con el centauro, ha dejado que Lierur se haga cargo, tal como el malvado elfo quería. Su plan funcionó. La ninfa del lago se encuentra sola en una de las habitaciones de Palacio, refugiada allí, esperando que Taiga vuelva. No sabe si lo hará sola o con la descendiente de Raven.
“Ha sido una larga espera. A veces siento que no podré continuar sola. ¿Por qué tardas tanto, Taiga? ¿Será que aún no la encuentras o acaso tú ya no volverás? Debes volver; no puedes dejarme sola”, se decía a sí misma entre lágrimas y sollozos. La soledad la abrazaba, desgarrando su alma. La tristeza corrompía su alegre corazón. Desde que Raven y Taiga partieron, no ha sido la misma. “Ven pronto”.
Se convencía a sí misma. Anhela tanto la llegada de su única hermana, ya que claramente Raven no puede volver. De su memoria brotaron los hermosos recuerdos de cuando eran felices, antes de la llegada del humano que arruinó su armonía y rompió el corazón de Raven al secuestrar a su hija. También llega de golpe el recuerdo de aquella tarde en la que Og, ebrio, irrumpió en Palacio. Lierur se ha mostrado amable; se encarga de arreglar lo que Og rompió, de dejar cada cosa en su lugar, todo para que Loreto se sienta bien y continúe con su labor. Se mantiene cerca de ella.
Se siente convencido de que ya nadie podrá sacarlo de Palacio. Hureral, su hermana y su sobrino Vennehelael llegan para hablar con Loreto, pero ella aún está encerrada en su tristeza.
—Lierur, ¿qué haces aquí? —dijo asombrada la elfa rubia.
—Hermanita, pasa —sonrió amable el elfo castaño—. ¡Bienvenidos!
—Tío —lo miraba sorprendido Vennehelael.
—No has respondido a mi pregunta —musitó seria Hureral.
—Calma, hermana —repuso Lierur—. Loreto me pidió ayuda.
—¿Dónde está ella? —dijo la elfa—. ¿Qué ocurrió?
—Nada importante. La ninfa se repone de un incidente —aclaró el castaño.
—¿La señorita Loreto está bien? —cuestionó Vennehelael, serio.
—Ella está bien —continuó Lierur—. Ya les dije. ¿Qué se les ofrece?
—Hablar con ella —inquirió molesta—. Es importante.
—Notamos que las orquídeas rabo de zorro, catleya, estrella y tigre se marchitaron —suspiró con tristeza el pelinegro.
—Eso es todo —replicó Lierur—. Pensé que era importante. La ninfa no tiene tiempo para eso. Regresen después.
—Está bien, Lierur. Regresaremos en otro momento —masculló molesta Hureral. Vennehelael los observó imperturbable.
Se retiran sin ver a Loreto. Sin explicación aparente, las orquídeas se han secado; son usadas para ornamentar el palacio y la laguna durante el festival. Esta vez no se podrán usar. Son detalles que, en realidad, son superficiales comparados con la actividad sísmica reciente. En la casa del árbol, en lo profundo del bosque, Sisath y Vanna están solos, ya que el resto de su familia está ausente.
—Padre, algo raro ocurre con el bosque —inquirió Sisath, triste. El deterioro del lugar es notable.
—Es verdad, hija —dijo el elfo anciano.
—Mi madre y Vennehelael se encuentran ocupados planeando el festival —comentó la elfa de cabello negro.
—Ahora que es de noche, salgamos a caminar por el bosque.
Sisath sonrió emocionada. Salir de casa le resulta muy agradable, pues su debilidad a la luz solar no le permite, ni a ella ni a su padre, salir durante el día. En esta, la luna llena, se alza sobre el cielo con un peculiar tono azul.
—El Monte Vatra está en llamas —expresó Sisath con temor. Eso no se veía todas las noches.
—Eso se ve en raras ocasiones —dijo pensativo Vanna—. Hija, debemos vigilar el Vatra. Me temo que algo malo sucederá.
—Eso mismo sospecho yo —comentó una varonil voz.
—Og —sonrió Sisath—. ¿Cómo le va?
—Piensas lo que yo —indagó el anciano elfo. Cree que pueden tener la misma respuesta.
—Es posible —respondió Og—. Mi padre me ha dicho que se trata de una erupción.
—Se debe avisar a la ninfa —urgió Vanna—. Tratemos de poner a salvo a todos. Og, tú que estás en Palacio, puedes decirle lo que ocurre.
—Ya no es posible —respondió él—. Me pidió que me fuera.
—¿Loreto le dijo eso? —preguntó sorprendida Sisath—. ¿Pero qué ocurrió?
—No lo recuerdo —comentó el centauro, triste, apretando los puños a causa de la frustración.
Justo en ese momento, una fuerte sacudida los hizo sentir miedo. Esta vez se sintió en toda Urania, desde el bosque hasta Sirenia. Acompañó al sismo una violenta expulsión de cenizas. Todos los animales corrieron asustados. Loreto salió de su amarga soledad para ver qué ocurría.