La ninfa guardia del bosque camina despacio, respira profundo. Dejó que el aire impregnado del olor a pino llenara sus pulmones. Se aleja tocando cada árbol, acariciando la corteza, y se abrazó a uno de ellos como si fuera un ser a quien quería. La suave brisa rozaba sus mejillas y jugaba con su cabello, como si le diera la bienvenida. Mirage solo la observó. No dijo nada, pues el comportamiento de ella le pareció raro.
De pronto, una sacudida violenta y una enorme cantidad de cenizas y humo se vieron cerca del lugar donde estaban. En la cima se veía fuego.
—Taiga, ¿estás bien? —preguntó Mirage, nerviosa.
—Sí —respondió ella, aferrada al árbol.
—Te das cuenta de que estamos cerca de un volcán activo —comentó la morena, seria—. A todo esto, ¿dónde estamos?
—Lo sé, Mirage —la miró y se alejó del árbol—. Estamos en Urania.
Al decir estas palabras, sus ojos verdes se iluminaron. Mirage levantó la vista al cielo nocturno, que dibujaba infinitas constelaciones. La brisa movía las hojas de los árboles. Escuchó a los grillos y los murmullos indescifrables que provenían del río cercano.
—Pero algo está realmente mal —dijo la castaña, preocupada. El temblor la hizo pensar en lo que podría pasar.
—Ya has visto el volcán —Mirage señaló la humeante montaña. Ella se sentía aterrada de estar tan cerca—. No creo que sea el bonito bosque del que tanto me hablabas.
—Mirage —dijo la castaña, mirándola esperanzada y sonriendo—. Llegamos a tiempo. Tú nos puedes proteger.
—¿Qué estás diciendo? —dijo con horror. No comprendía qué significaban esas palabras—. ¿Acaso has perdido la razón? ¡Es un volcán activo! —señaló la montaña.
—Ya lo vi —dijo ella—. Es lo que me temía. Por fortuna, ya estamos aquí y solo tú puedes detener la erupción —la miraba completamente convencida de lo dicho.
—Deja de repetir eso —le respondió, molesta—. A mí nadie me dijo que sería un volcán.
—Tranquila, sé que puedes con esto —le sonrió serena. No había temor en la castaña—. Aún hay tiempo. Pero tendremos que adelantar la ceremonia.
Mirage la miraba con enormes ojos; estaba asombrada por la reacción de Taiga ante tal situación. Ella esperaba que se sintiera igual. Taiga no se podía dar el lujo de demostrar que tenía miedo; necesitaba ser fuerte para que la morena pudiera restaurar Urania.
—Vamos a Palacio —dijo Taiga—. Loreto y los demás tienen que verte.
Mirage la observaba con desconfianza. Lo del volcán la hacía sentir intranquila por la inminente erupción. Además, tenía que conocer a la otra ninfa. Ni que decir de los elfos, sátiros, sirenas y centauros. Los nervios consumían a Mirage. Mientras tanto, en el palacio, Loreto se encontraba reunida con Lierur, Hureral y Vennehelael; a ellos se sumaban Seira y su séquito de sirenas, que estaban en la laguna Aqua.
—Todos tengan calma —dijo Loreto, parada en la escalinata. Los elfos la vieron.
—¿Pides calma después de que todo se sigue moviendo? —la rubia señaló el candelabro del techo que apenas había sido reemplazado.
—Madre, todos estamos asustados —comentó Vennehelael, serio. Observaba detenidamente a la ninfa.
—Calma, Hureral —replicó Lierur, molesto. El sismo no le preocupaba tanto como la intrusión de su familia en el palacio.
—¡Loreto! ¡Loreto! —gritaban las sirenas con temor. Nadaron desde su isla para ver qué ocurría en el lugar. Loreto bajó por la escalinata y salió a la laguna Aqua para calmar a las sirenas.
—Esperen, el sismo nos tiene nerviosos a todos —dijo la ninfa, intentando mostrarse tranquila. No quería mostrar su verdadero estado de ánimo.
Los elfos salieron a ver en la laguna a las sirenas, que no conseguían calmarse. Se encontraron con las sirenas en la laguna.
—Es cierto —dijo Lierur, calmado, al ver a la ninfa de cabello azul.
—Esto no puede estar pasando —habló asustada Talía. No era fácil de asustar.
—Es terrible —opinó Ligia, ansiosa—. Siempre estuvo tranquilo.
—Debemos calmarnos, señoritas —invitó Seira, a pesar de la situación.
—Yo no puedo estar calmada —repuso, con gravedad, Redne. Era un manojo de nervios.
—Yo quiero regresar a la isla —expresó Yoko, con tristeza.
Las sirenas, alteradas, miraban con frustración a Loreto. Buscaban que ella las calmara y les brindara una respuesta. Og, Vanna y Sisath llegaron al palacio, y no traían buenas noticias de la montaña.
—Hemos sentido movimientos de la tierra —explicó Sisath, preocupada.
—La montaña humea y escupe fuego —dijo Vanna, con seriedad. Ha visto lo que ocurre en el Vatra.
—Es una inevitable erupción volcánica —exclamó Og, exaltado. El bienestar de todos estaba en peligro.
—Tú no deberías estar aquí —intervino Lierur, molesto. Miraba a Og, ya que, por el problema que causó con Loreto, debería estar lejos del palacio.
—Lierur, puedes parar con tu actitud —ordenó Hureral, fastidiada. Se estaba cansando de su mal genio. Su hermano la miró con frustración.
—¿Qué propones, hermana? —comentó el elfo castaño, serio. También estaba fastidiado de su rubia hermana—. Irnos no es opción.
—Eso es imposible —intervino Talía; se sentía incómoda con todo lo que ocurría.
—Lierur, sé más cortés con tu hermana —dijo Vanna, irritado. El trato que tenía con él solo era tolerable porque era el hermano de su esposa.
—No eres confiable, Lierur —objetó Og, molesto. El centauro debía tener cuidado.
—Mejor no opines, centauro —masculló Lierur—. Después de que vienes al palacio e intentas agredir a la ninfa que dices proteger.
—Lierur, basta —suspiró, con pena, Loreto. Ella prefería no hablar de esa tarde.