Utopía

Capítulo 1.- Academia Utopía

"Angelique. ¡Angelique! ¡ANGELIQUE!"

Me desperté sobresaltada. Me froté los ojos y descubrí que había vuelto a llorar.

Nunca recordaba lo que había soñado cuando despertaba cubierta de lágrimas, sólo sabía que había dos hombres conmigo en un extraño lugar que me ponía los pelos de punta.

Era extraño, porque mi cabello es negro y mis ojos azules; en cambio, en mis sueños más raros recuerdo tener el cabello morado y los ojos rojos, oscuros como la sangre. ¿Conoces esa sensación de verte en un sueño con una apariencia totalmente distinta en un espejo, pero sabes que eres tú? No tiene sentido, pero los sueños no tienen sentido... 

Suspiré y empecé mi día. Me bañé, me vestí y bajé a desayunar. Mi hermano Nathan, llegó cuando ya había quemado una sartén, y la pequeña cocina de color rojo, blanco y crema parecía un sauna con peste a fogata.

- ¿Cuántas veces te he dicho que yo cocino, Beth?- Dijo cogiendo una sartén sana para los huevos revueltos, mientras yo abría e intentaba respirar aire limpio por la ventana.

- Debería rendirme - dije y Nathan puso su sonrisa más irresistible -. No sé cómo habría sobrevivido sin ti.

Le tenía mucho que agradecer a Nathan. No éramos hermanos de sangre, y legalmente, era mi padre. Todo era muy complicado. Pero él me encontró en la calle cuando tenía 5 años. No tengo recuerdos antes de eso, pero no me hacen falta. Él tenía 19 años cuando me adoptó, a veces me contaba que le costó mucho trabajo y esfuerzo, pero lo logró. Siempre estaría eternamente agradecida. ¿Qué hubiera sido de mi vida sin Nathan? Agradecía no tener la respuesta.

Como era raro llamarlo «papá», desde el principio fue mi hermano mayor. Lo malo es que desde los 12, no puedo verlo como un hermano... Este sentimiento me mata, porque nunca intentaría nada; es más, sentía que era algo enfermo y que algo estaba mal conmigo.

-Hoy tengo que hacer unas cosas. Te tienes que quedar en la tienda después de las clases, por favor- su despreocupación me irritaba a veces.

-Claro- respondí resignada.

Cogí mi bolso y fui a clases. Estudiaba filología de la lengua inglesa y cuando no lo hacía, cuidaba de la librería familiar. Tenía 19 años, mucho conocimiento sobre historia y literatura y una inexistente vida social en Londres. Me daba pena a mí misma... Una obra de teatro cerca de Piccadilli Circus de vez en cuando, no era precisamente mi modelo de vida perfecta.

Las clases fueron tan aburridas como siempre, e ignoré a todos como siempre. Así pasaba mis días: salía de mi casa, estudiaba una carrera que no me satisfacía demasiado, volvía a mi casa, mis compañeros hace tiempo que habían desistido de que saliera con ellos, por lo que apenas salía. Hoy no era la excepción, y nada más llegar a la puerta, Nathan salió volando.

-Cuida de la librería- gritó a lo lejos.

Suspiré y dejé el bolso en el mostrador. Empecé a organizar los libros que habían llegado ayer, mi hermano nunca los colocaría, ni aunque su vida dependiera de ello... era un desordenado, pero como cocinaba, yo me ocupaba de la limpieza de la casa y la librería que teníamos en la planta baja cuando no estaba en clases. Entre los libros que habían llegado, había un par de ellos que me llamaron la atención, tal vez los leería después. Empecé a limpiar el polvo hasta que no quedó una sola mota en el interior del local, tal vez Nate tenía razón y era una limpiadora compulsiva... Deseché mi problema mental sacudiendo un poco la cabeza y me senté en el mostrador para empezar a hacer los deberes.

Iba a buscar una enciclopedia en el pasillo 3 que había ojeado y sabía que tenía un resumen perfecto de la genealogía de los Estuardo, cuando el timbre de la entrada sonó. Entró un anciano alto, de traje, con un sombrero que tapaba la mayoría de su calvicie y una barba blanca perfectamente recortada.

-¿Elizabeth Smith?- preguntó mirándome con fijeza a los ojos.

-Sí, soy yo- dije un tanto intimidada por su aspecto, altura y ¿mal humor?

-La he estado buscando desde hace tiempo- dijo tendiendo su mano -. Es para ofrecerle una beca.

- Ya estoy estudiando- Ese viejo era muy raro -, gracias.

- Nuestra academia es muy especial, y sólo entran los mejores- iba a negarme de nuevo, pero continuó hablando sin inmutarse -. No es nada común y a usted le sonará extraño, pero nuestra especialidad es la magia.

Me quedé con cara de póquer, para luego empezar a buscar la cámara para aquella broma rara mientras avanzaba detrás del mostrador y sentirme un poco más protegida de aquel imponente viejo excéntrico. No me llevaba precisamente bien con los casi alcohólicos de mis compañeros, ni mis promiscuas compañeras y más de una vez habíamos tenido algún que otro encontronazo después de ofrecer mi punto de vista sobre lo que hacían con sus vidas. Más de una vez había salido mal ubicada de aquellas querellas, con alguna que otra mala broma por su parte.

-¡Vamos! Dígame dónde está la cámara para esta broma- Quería resistirme a reír.

-Sé que resulta muy raro para usted, pero si no acepta venir conmigo de inmediato, estará en un grave peligro.

Había algo en su voz, que me decía que no mentía. Él estaba totalmente seguro de sus palabras. ¿Acaso estaba loco?

-Creo que me arriesgaré- dije sentándome detrás del mostrador, no iba a caer en esa broma tan estúpida-. Y si no está interesado en ningún libro, me temo que no puedo ayudarlo.

El hombre dudó unos segundos, pero pronto se dio la vuelta enfadado y salió.

La gente cada vez estaba más loca. ¿Magia? ¿Y quién sería mi profesor? ¿Un unicornio?

Tomé la tarjeta que había dejado en el mostrador: «Academia Utopía». Si mentía, utilizaba material muy bien elaborado, aunque podía nombrar a un bastardo con dinero capaz de esa broma...

Mi hermano volvió para cerrar la tienda y darme mi medicina. Todos los miércoles, sin falta, debía acabarme el contenido de una botella oscura sin respirar. Bueno, no debía dejar de respirar, era sólo que no sabía bien. 250 mililitros de fresa metálica. Tenía una rara enfermedad de la piel que ningún médico supo tratar, pero uno de esos raros chamanes homeópatas lo había controlado con esa medicina. No le encontraba una explicación lógica, pero funcionaba. ¿Qué más podía hacer realmente?




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