Utopía

Capítulo 6.- Baile

Ese par de bolas oscuras corrieron y se metieron debajo de mi cama. Me abracé las rodillas asustada sobre la cama y cerré los ojos... siendo una adulta muy ridícula...

Había visto cosas más raras que un fantasma, como los orcos que casi me cazan, y esos sí venían con intenciones asesinas... No podía dejar que el miedo me impidiese reaccionar... además, se veían bastante sólidas y nada transparentes. Así que cogí aire y me asomé al borde de la cama. Con un poco de dificultad, me colgué bocabajo observando con recelo el fondo oscuro detrás del esponjoso edredón. No vi nada, hasta que las bolas, que ahora veía muy tangibles y peludas, se giraron con unos ojos amarillos brillantes y una sonrisa de dientes muy afilados, viniendo por mí.

Grité y volví a subirme al centro de la cama.

Una vez fuera, en la alfombra de mi habitación, me di cuenta de que las bolas peludas eran gremlins. El libro que había estudiado tenía una imagen similar a esos monstruitos. Había leído que los gremlins podían ser muy hostiles cuando su espacio era invadido, tal vez eran ellos los que desordenaban cada día. Con esfuerzo, me estiré hasta coger mi bolso, sin hacer ningún movimiento brusco, y saqué los caramelos que Maritte siempre me regalaba. Regla número 1, los gremlins se calman mientras comen dulces, así que los boté al suelo, haciendo que dieran un salto y uno se escondiera detrás de el otro. Era una buena manera de hacerme amiga, pero se veían asustados... más que yo.

Tras un minuto eterno, empezaron a relajarse, y se acercaron olisqueando a los caramelos. Luego la que se asustó fui yo, cuando de repente saltaron y con una especie de grito ronco se abalanzaron hacia los dulces. Me miraron con una sonrisa de oreja a oreja con envoltorios entre los dientes y babas de colores chorreando hasta la alfombra, me dije a mí misma que era tiempo de acercarme. Los sugeté con ambas manos lentamente, el primer avance fue que no me mordieron, y luego de unos cinco minutos se quedaron dormidos en mis piernas. Los aparté con cuidado y corrí al armario para sacar una cajita redonda, que tenía un sombrero dentro. Lo dejé colgado en una pared y busqué un suéter color mostaza horrible, que me recordaba a uno que Nathan me había regalado en una Navidad y jamás lo había vuelto a usar... ¿cuánto tiempo llevaban observándome? ¿Qué tal estaría Nate?

Ya eran cerca de las 10, la hora de apagar las luces, así que me di prisa, metí a los Gremlins en la caja y los arropé antes de dejarlos sobre la mesilla de noche que daba al balcón. Los observé respirando y roncando delicadamente, ¿cuánto tiempo llevaban en ese cuarto?

Cuando apagaron las luces, aún no me daba sueño, ya me había acostumbrado a mi horario nocturno extendido, y salí al balcón. La luna estaba llena y las estrellas brillaban sin apenas una nube que las tapara, nada que ver con el nuboso cielo londinense...

Me senté contra la ventana de cristal cuidadosamente, recogí mis rodillas y me abracé, hacía un poco de frío a pesar del buen clima de ahí. A veces echaba de menos la lluvia de Londres, aunque a veces no. Era raro, pero de alguna manera, me sentía más en sintonía conmigo misma estando en ese lugar extraño.

¿Iba a ir al baile...? una parte de mí quería, pero la otra sólo buscaba excusas: no tenía pareja, no tenía vestido, ya les había dicho a todos que no iba, nunca había ido a una fiesta y disfrutado... Cuando estornudé, me dije a mí misma que era tiempo de entrar, así que me giré y puse mi mano en el asa de la puerta. Pero me sorprendí de ver a Thomas en el tejado cuando levanté la mirada para ver la luna una vez más.

-Hola- dije un poco avergonzada.

-Hola- respondió de mala gana, aunque el simple hecho de que me respondiera era sorprendente.

-¿Qué haces ahí?- la verdad es que no había empezado con buen pie con él, tal vez debería disculparme.

-Pensar- respondió mirando el horizonte.

-¿Sobre qué?- pregunté un poco curiosa.

-Preguntar demasiado es de mala educación- dijo molesto mirándome con sus ojos de hielo.

-Y guardarse demasiadas cosas para uno mismo es malo, terminarás loco. Deberías compartirlo con tus amigos- dije sonriendo.

-No tengo amigos- respondió dejándome estupefacta mientras miraba el horizonte.

-Debería ser fácil para ti tener amigos. Siempre tan popular y rico. Tu vida debe ser muy fácil- me reía ante la idea de que él tuviera problemas.

-¿Y tú qué sabes?- me replicó molesto mientras saltaba a su balcón.

Tal vez había sido muy poco delicada, era cierto que no sabía nada de él y me la pasaba juzgándolo.

o-o-o-o-o

Cuando llegué al comedor esa mañana, todo era un hervidero de murmullos y risas. Todos estaban emocionados con la idea del baile en la tarde, y eso continuó incluso en clases de Protocolo, con Dorothy Malone, la gordita que había ayudado al bicho a levantarse aquella vez. Íbamos a repasar bailes de salón.

A pesar de su corpulencia, la profesora se movía sumamente bien junto con el profesor Warren. Supuestamente, estaba desocupado y Dorothy le pidió ayuda para su clase, aunque se notaba a leguas que la mujer moría por él. Se suponía que tenía que darme clases como metamorfo, pero el profesor Warren pocas veces llegaba a los entrenamientos, y sólo practicaba con el profesor Pim.

Edvard me tocó de pareja, y a parte de verme con desprecio, apenas hacía nada. Era el fiel seguidor de Thomas, parecía su sombra y parecía que si alguien le caía mal al chico de los ojos de hielo, a él también. Como era tieso como un palo, después de un buen rato de intentar bailar, la profesora lo puso de pareja con Margueritte que se movía extrañamente con una mezcla de buggie, disco y tribal, para ver si así lograba que se soltara un poco; y a mí, me tocó cambiar con su pareja... Thomas Enzensberg. ¿Por qué me tenía que tocar con él? ¿En mi vida pasada había sido Hitler o por qué tenía tan mala suerte?

-Bailas bien- dijo sorprendido de que supiera hacerlo luego de un rato.




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