Utopía

Capítulo 42.- Fastasma de carne y hueso

Mi garganta estaba seca y la boca me sabía amarga. Abrí mis ojos y tuve que parpadear varias veces por el dolor. La habitación estaba oscura por las pesadas cortinas cerradas. Oía el rugido del viento en el exterior. El olor a humedad en el ambiente marcaba claramente la presencia de lluvia fuerte, aunque había una nota acre que me hizo darme cuenta de que no estaba en mi habitación. Bueno, no estaba en ninguna habitación conocida. Ya no podía afirmar con certeza dónde estaba MI habitación. ¿Londres? ¿La Academia? ¿La casa de Friedrich?

Me senté confundida intentando recordar qué había pasado. ¿Qué era lo último que recordaba? ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía ahí?

De repente, recordé la conversación con Eithne. Me levanté la manga e intenté encontrar la gema de sangre, pero ya no era visible. Sin embargo, podía sentirla bajo mi piel, igual que la piedra de la promesa que hicimos con Aless y Thomas. ¿Quién la había ocultado?

¿Qué había sucedido después de que la reina de las hadas- mi nueva madre - desapareciese?

Recordaba haber visto a Friedrich despertar... y luego, un montón de guardias entraron y, básicamente, nos arrastraron fuera de ese viejo y desolado almacén. Apenas pude ver lo que pasó, y mucho menos pude entender los diálogos en alemán. Lo que sí entendía eran los gritos llenos de rabia, y podía deducir que no estaban nada felices. Deduje que nos estaban culpando por la huida de Eithne. Y antes de que pudiese levantarme, me empujaron de nuevo hacia el suelo, haciendo que me golpease otra vez.

Friedrich les gritaba a todos. Estaba tan enfadado que era como un tomate escupiendo y gritando de la rabia. Casi me reía de la situación, si no hubiese sido porque los guardias también estaban enojados conmigo y siendo groseros. Incluso las profesoras Sasha y Morgana estaban discutiendo, empezando a mostrar su naturaleza mágica por la rabia.

Pero la situación no fue tan larga, o yo perdí el sentido del tiempo al no entender nada. Pero Markus hizo una entrada un tanto dramática rodeado de un grupo de cuatro hombres y una mujer que llegaron haciendo más ruido, para mi sorpresa.

Markus empezó a hacer preguntas a todo el mundo, o al menos, eso parecía por su tono de voz si le bajabas unos cuantos decibelios... Y luego volvió a gritar, un par de veces hasta que entendí que las preguntas eran para mí.

Estaba volviéndose realmente rojo, y cuando sentí su doloroso agarre en mi brazo mientras tiraba de mí zarandeándome varias veces, no pude nada más que sentirme confundida, y luego sentí la rabia de Friedrich junto a mí, mientras me rodeaba con un brazo y con otra mano apretaba la muñeca de Markus soltando su agarre de mi adolorido antebrazo. ¿Cuánto más tenían que lastimar mi brazo hoy?

Miré alrededor confundida. ¿Qué estaba pasando? Sentía calambres punzantes en mi extremidad y nadie hablaba inglés.

-¡Suficiente!- grité soltándome de Friedrich y Markus -¿¡Qué pasa aquí!?

-¿¡Por qué liberaste a la reina de las hadas!?- exigió Markus furibundo todavía moviendo la mano con la que me había sujetado, intentando disimular que le había dolido el agarre de Friedrich.

-¡Yo no la liberé! ¡Ella no estaba atrapada! ¡Sólo fingió estarlo!- me quejé.

-Suficiente.

No fue en un volumen alto, ni con enojo. Era una orden firme y simple, que nadie osó ignorar. La mujer que había pronunciado aquella palabra era muy atractiva. No en el sentido de que podría ganar Miss Universo, más bien era un rostro contradictorio: cálido pero serio, poderoso pero amable, común con ojos marrones y pecas pero sencillamente enigmático. Y toda esa contradicción lo hacían mil veces más atractivo. Sentía que se me hacía familiar, aunque podía jurar que jamás la había visto antes.

-Elizabeth Smith- pronunció simplemente antes de mirarme directamente -. Has sido convocada al palacio real.

Y por primera vez, no me atreví a oponerme a una orden. No pronunció nada más, ni hizo ningún gesto, pero por dentro sentía que debía hacerle caso.

Uno de los guardias que la seguían, abrió un portal y decidí darle la mano a Friedrich. Estaba adolorida y no sabía lo que iba a encontrar al otro lado. No es que fuera un seguro, pero si confiaba en alguien para protegerme, ese era Friedrich. Puso una cara extraña antes de cruzar el portal, pero enseguida se recompuso antes de aterrizar en el vestíbulo de lo que parecía ser un jardín botánico dentro de un invernadero. Lo decía por los cristales que rodeaban toda la estructura, y porque no podía imaginar otra edificación con características similares.

-¿Quién eres...- me dirigí a la mujer con el cabello del color de sus pecas -es usted?- corregí cuando regresó a verme.

-Mi nombre es Gräfin Helena Marie von Altenstein, primera hija del König Heinrich Theodor Alexander Silberhain- el apellido me sonaba familiar...

¡Espera! ¡Silberhain era el apellido de Marko!

Hice una reverencia algo torpe e improvisada cuando ella levantó la comisura de su boca en una mueca neutral que, apostaba, la tenía ensayada y perfeccionada. Era una expresión digna de la Mona Lisa.

-¿Gräfin es condesa?- pregunté curiosa.

Vi la expresión de Friedrich, intentando callarme con la mirada, pero la ignoré. Prizessin era el título formal para la primera hija del rey, o König alemán... o eso recordaba de una historia.

Ella no pudo contener su sonrisa y soltó una elegante carcajada.

-Ahora entiendo lo que dijo mi hermano- respondió simplemente, dejándome con la duda, mientras empezó a caminar con sus elegantes tacones bajos y sus pantalones de traje negros en conjunto con su chaqueta negra con mangas tres cuartos y camisa gris oscuro.

No entendí a que se refería, pero con la expresión de Friedrich, no me atreví a preguntar más.

Los guardias se desplegaron antes de que nosotros cruzáramos una pared de vidrio con enormes puertas también transparentes, y llegamos a una pérgola octogonal, donde un hombre, una chica de cabellera rubia muy conocida y Marko nos esperaban con tres sillas dispuestas para nosotros.




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