Utopía

CAPÍTULO XI

"¿Es necesaria la reincidencia en nuestros actos?"

 

-¿Qué tal la clase de historia? - Pregunta Simón al cruzar camino conmigo por el pasillo, nuestras clases han acabado y nos dirigimos hacía la salida de la universidad.

-Estuvo bien, gracias. - Dirijo mi vista hacia él y admiro una rara expresión de fastidio, lo cual me hace reír. - No es tan mala, ¿cómo puedes odiarla?

-¿Como puedes amar ese tipo de cosas? - Con una sonrisa en mi rostro y sin dejar de caminar levanto mis hombros, dándole a entender que no lo sé.

-¿Y cómo estuvieron tus clases? - Hemos llegado al aparcamiento de la universidad y empezamos a buscar su moto para dirigirnos hacia el restaurante.

-No estuvieron nada mal. - Dice algo pensativo, recordando con adoración las horas de clases que han pasado.

-¡Jm! al parecer tus endorfinas se multiplicaron al mil ésta mañana.

-¿Qué? ¿Por qué lo dices?

-Tómalo como una suposición, aunque podría ser más que eso. - Lo observo detenidamente por unos segundos y sonrío. - Sí, está perdido.- Lo dije más para los dos que para mí sola. "Nada raro en tí".

-¿De qué hablas?, ¿a qué te refieres con que estoy perdido? - Pregunta mientras nos acercamos a su moto.

-¡Ay! no te hagas, sabes a lo que me refiero... Romeo. - Lo apodo apretando uno de sus cachetes con un poco de romanticismo y un exagerado suspiro.

-No me jodas Salomé, mira que contigo no se puede cuando te lo propones. - Yo sólo levanto mis manos en son de paz y con una gran sonrisa en mi rostro.

-No me hables así, sólo llevamos cuatro semanas hablándonos y mira como me tratas cruelmente.

-No lo puedo creer. - Dice mientras me pasa el casco y prende su moto.

-¿Qué?, ¿me estás escuchando?

-En estos momentos deseo no haber escuchado lo que dijiste. - Dice mientras espera que me ubique en el asiento trasero de la moto.

-Sé más específico por favor. - Pido mientras empieza a salir del parqueadero de la universidad.

-Me lo acabas de confirmar.

-Ya cállate Salomé. - Sólo solté una risa y él entra al tráfico de la ciudad cercándonos cada vez más a nuestro destino.

 

El restaurante estaba muy solicitado esa tarde, nuestros compañeros caminaban de un lado a otro con sus pedidos. Simón y yo en menos de un minuto nos encontramos en nuestro respectivo camerino cambiándonos.

-Salomé en la barra hay dos domicilios que acabaron de solicitar. - Me informa el señor Adams, mientras ordena algunos pedidos solicitados. Yo asiento y me acerco a la barra para tomar los pedidos y dirigirme hacia la salida trasera del restaurante y llevarlos con sus respectivos dueños.

Me acerco a la entrada de la casa que coincide con la dirección del domicilio y toco el timbre. Segundos después, la puerta se abre dejando ver a un pequeño niño, de ojos grandes y muy azules; la ternura me invade y lo único que hago es ponerme de cunclillas para estar a la altura del hermoso niño.

-Hola pequeñño, ¿como estas? - Él me observa detenidamente mientras yo espero su respuesta, mi vista recorre todo su pequeño y hermoso rostro de tez blanca, decorado por unas sonrojadas mejollas; lo cual le daban un toque mucho más adorable al niño, para mí.

-¡Aidan, ya llegó mamá! - Escuché la voz de un jóven que en pocos segundos está con nosotros en la entrada de la casa. - ¡Oh! ¿qué tal nena? - Mis ojos se dirigen hacia los del joven y lo observo detenidamente mientras me pongo correctamente de pie, mientras hago una fuerza sobrenatural para no reirme de su actitud. "¡Vamos!... si éste culicagado supiera mi edad,  se arrepentiría de lo que hace.", "Pero vamos a seguirle el juego."

-Hola guapo, he traido tu domicilio.

-¿Tú? - Pregunta asombrado, se repone inmediatamente en su posición de coqueto. "Jajaja, que iluso, pobre niño."

-Sí cariño, ¿qué hay con eso?

-¿Viniste en esa moto?

-Buneo, acabo de confirmártelo. Así que por favor, recibe el pedido.

-¡Oh! claro, claro. - Dice mientras toma las bolsas que le extiendo y saca de uno de los bolsillos de su pantalón el dinero del pedido. - Muchas gracias, puedes quedarte con la devuelta. - Dice mientras me observa buscar el vuelto, detuve mi acción y lo observé por unos cortos segundos.

-Muchas gracias a usted, que esté muy bien. - Me despedí, a lo cual él correspondió con una sonrisa amistosa. Me incliné para estar a la altura del niño de nuevo. - Chao pequeño, que estés muy bien. - Me despido apretando levemente una de sus mejillas, él corresponde regalándome una hermosa sonrisa y elevando su manita izquierda en señal de saludo.

Al ingresar al restaurante, me dirijo hacia el señor Adams. Quien se encuentra en medio de la cocina, le entrego el dinero de los domicilios y me dirijo hacia la sala del restaurante para ayudar a mis compañeros a tomar los pedidos de las mesas que faltan.

Y así transcurre el día, realizo más domicilios, tomo pedidos en algunas mesas y hago más domicilios, hasta que la jornada termina. Unos barren, otros trapean y otros lavan platos; mientras el señor Adams realiza cuentas de lo que se realizó hoy y comparte a cada uno nuestro pago del día.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.