Llevo cuatro días aquí encerrado, en todo este tiempo tan solo han venido “A” y “B”, uno para seguir inyectándome de ese maldito veneno que provoca que no me pueda mover y el otro para darme el resto de comida que sobra. Todas las cosas que la gente no se ha atrevido a comer me las estoy comiendo yo. Son comidas que carecen de sabor. Nadie se atrevería a comérselo pero ahora mismo en este estado mi cuerpo más que nunca necesita algo de fuera y sin esta basura no podría aguantar vivo y cuerdo mucho tiempo.
Entra “A” y a su lado va su perrito faldero de “B”, si pudiese hacerlo le escupiría en toda la cara.
—Bueno novato, creo que ya es suficiente, me parece que ya has aprendido la lección, ¿no? —me dice mientras me quita los grilletes.
Me miro las muñecas, las llevo marcadas por la fuerza de los grilletes. Esto me va a llevar bastante tiempo para que se cure.
—Venga, llevalo a su casa a que se termine de recuperar, y una cosa más “J” —dice dándose la vuelta de nuevo y quedándose mirándome—. Si vuelves a meterte donde no te llaman tendremos un problema tu y yo. Y te puedo asegurar de que no vas a estar aquí sino en un sitio todavía peor —termina de decir y “B” me coge del brazo con fuerza y me arrastra hasta mi casa.
Abre la puerta, la casa sigue totalmente igual a como la dejé. “B” me tumba sobre el sofá cama.
Las horas pasan, lentamente voy recuperando la movilidad del cuerpo y finalmente consigo hablar. Poder pronunciar palabras por la boca es algo que no se le debería de privar a nadie.
El sonido de las campanas invade mis oídos, es hora de cenar, con el tiempo que he tardado en recuperarme no me he dado cuenta de que ya es de noche. Salgo para la puerta, todos lo hacen a la vez, nos movemos directamente al templo como si estuviésemos en la cárcel y todos tuviésemos que seguir unas normas estrictas.
Llego hasta la puerta mientras por la espalda escucho que “G” me llama.
—¿Cómo estás? —me pregunta el hombre mayor preocupado.
—Bien bien —le respondo sin dar detalles de lo que me han hecho.
—¿Seguro que has estado malo? ¿o te han hecho algo? —creo que “G” sabe más de lo que creo.
—Prefiero no decir nada, al menos ahora —añado musitando todo lo posible.
El hombre no dice nada, solo asiente con la cabeza.
Llego hasta la mesa, las bandejas ya estan puestas, me siento en el único hueco libre que queda. Dentro de la bandeja hay un triste sandwich que está ya un poco duro y un yogurt que está ya un poco pasado. Me lo como a la fuerza, estos cuatro días no he comido del todo bien.
Termino en apenas un par de minutos. El hambre elimina cualquier gusto amargo y retorcido.
Me levanto y sin que nadie me diga nada me vuelvo a mi casa, estar cerca de aquellos dos que me han atado de pies y manos en una mazmorra durante cuatro días hace que me den arcadas.
Alcanzo mi casa o lo que simula que es porque mi hogar está donde mis hijas y mi mujer, quiero salir de aquí pero no se a quien ir a decirle que me quiero ir.
—Ehhh —se escucha en el eco de la casa, no se de donde ha salido ese sonido—. Ehhh —de nuevo las mismas palabras entran por mi odio y retumban en la casa.
Miro para todos los lados hasta que observo que por la ventana asoma una cabeza. Es “G”, no se que es lo que quiere.
Voy a la puerta, la abro y no veo a nadie fuera, con todo el día que llevo habia olvidado que estamos en cuarentena y que nadie puede salir. Miro a mi izquierda, el hombre asoma con su gran cabeza en el recobeco de la pared.
—¿Puedo pasar? —me pregunta musitando. No se si es una buena idea tal como están las cosas pero quizás sí para averiguar más cosas que están pasando.
Asiento con la cabeza y entra corriendo mirando a su alrededor para que no le vea nadie.
—Dime que te han hecho aquellos dos —me mira directamente poniéndose en paralelo a mi.
—¿Qué me han hecho?... me han encerrado en una mazmorra fría, que apenas entraba el sol, me inyectaban algo que no se que cojones era pero hacia que no pudiese tener el control de mi musculos ni tampoco podia hablar y así durante cuatro e interminables días.
—Me lo imaginaba —dice casi sin pestañear y sin sorprenderse.
—Espera ¿esto ya lo han hecho antes? —le pregunto con los ojos como platos.
—Pues claro, cada vez que alguien trata de salirse de sus ideas, al principio yo era uno de ellos... veia y observaba cada tortura que le hacian a cada persona que alzaba un poco la voz. Hasta que un dia decidi que ese no era mi camino y me separe de aquellos dos, desde entonces no me hablan pero me la tienen jurada y cuando encuentren un recobeco en mi dia a dia me devolverán el platón que les hice. No quieren que diga nada de todo sus planes y si descubren todo esto que te estoy diciendo créeme que serán mis últimos días.
—¿Que planes tienen? —me adelanto a sus palabras.
—Tienen un arsenal de gasolina para barrer todo el desierto durante años, cada vez que traen comida ellos dejan una nota en la que ponen todo lo que necesitan y después en la mayoría de ocasiones lo cumplen y se lo dan. “A” lleva pidiendo gasolina y diversas cosas desde el principio. Su idea es que llegue un momento en el que barran el desierto para conseguir escapar —sus palabras calan bien dentro de mi, me da miedo pensar hasta dónde son capaces de llegar por conseguir la libertad.