La Conversación en la "Frontera":
Luci no está en el cielo ni en el infierno, sino en un espacio blanco y vacío, frente a una presencia que se siente como un zumbido eterno y cálido.
—Solo quiero verlos de cerca —dice Luci, cruzando los brazos sobre su traje negro impecable—. Esos trozos de carne que creaste. Se rompen con nada, lloran por todo y, sin embargo, logran que el universo entero gire a su alrededor. Tengo curiosidad.
Una risa vibrante, que suena como mil campanas, inunda el espacio.
—¿Curiosidad, Lucifer? ¿O envidia? —pregunta la Voz.
—Interés antropológico —miente él—. Quiero saber qué tienen ellos que no tengamos nosotros.
—Está bien. Bajaras. Pero no como un rey, sino como uno más. Estas son las cláusulas de tus "Vacaciones en el Purgatorio":
El Tributo Diario: Cada puesta de sol, el sistema debe registrar una acción de benevolencia. Si fallas, el suelo se abrirá y volverás a casa.
Poderes Restringidos: Tu fuerza, tu fuego y tu vuelo están sellados. Solo se liberarán fragmentos de tu poder cuando tu corazón (ese que dices no tener) entienda qué es una emoción humana real.
La Marca de la Bestia: No puedo quitarte tus ojos de fuego. Pero en este siglo, los humanos son tan extraños que creerán que es moda. Di que son "pupilentes" o algo así.
El Descenso: De la Luz al AsfaltoEl descenso no fue una caída heroica entre llamas, sino algo mucho más humillante: un parpadeo. En un segundo, Luci estaba frente a la presencia de Dios, y al siguiente, sus botas de cuero fino pisaban un charco de agua estancada que olía a gasolina y lluvia reciente.
Se encontraba en un callejón estrecho detrás de un restaurante de comida rápida. El ruido era ensordecedor: bocinas de coches, sirenas a lo lejos y el zumbido de los acondicionadores de aire. Luci se tambaleó. Su cuerpo, que antes era pura energía y sombras, ahora se sentía pesado, denso y terriblemente frágil.
—¿Gravedad? —masculló, sintiendo cómo sus pulmones se expandían por primera vez con un aire viciado que le rascaba la garganta—. Qué invento tan vulgar.
Intentó desplegar sus alas para elevarse y observar su nuevo dominio, pero solo sintió un crujido en la espalda. Sus poderes estaban sellados tras una cerradura invisible. Frustrado, salió del callejón hacia la calle principal. La luz de los carteles de neón golpeó sus ojos rojos, haciéndolo sisear. La gente pasaba a su lado sin mirarlo, empujándolo como si fuera un simple mortal.