Vade Retro

CAPITULO 1

La lluvia golpeaba los vitrales del convento como metralla de vidrio. Cada impacto era un grito de siglos, un recordatorio de que la muerte siempre estaba cerca. El aire olía a humedad, a velas quemadas… y a algo más, algo podrido, como cadáveres escondidos bajo el suelo antiguo.

No recordaba su infancia. Ni la risa de sus padres, ni los abrazos tibios que algún día quizá había sentido, ni siquiera su propio nombre completo. Todo antes de llegar a su tío Gabriel era un borrón gris y silencioso, como una página arrancada de su vida y consumida por la niebla del olvido. A veces sentía fragmentos: un olor, un susurro, un destello de luz, pero desaparecían antes de que pudiera atraparlos. Ese vacío la hacía caminar siempre al borde de un abismo invisible; un paso en falso y sentía que se hundiría en la nada, atrapada entre lo que fue y lo que jamás conocería.

Su tío, un sacerdote severo y cruelmente meticuloso, la entrenaba sin descanso. La obligaba a enfrentarse a sombras que olían a podredumbre y sangre, demonios que intentaban quebrar su voluntad. Algunos niños habrían enloquecido, pero Eimy los reducía a cenizas antes de que tocaran siquiera su piel. Los demonios la temían; los demonios la odiaban.

Esa noche, sin embargo, la oscuridad parecía más hambrienta. Un grito desgarrador atravesó los pasillos del convento, un sonido que parecía provenir de un millón de almas torturadas a la vez. Los susurros que siempre la acompañaban se transformaron en un coro de lamentos inhumanos: “¡Eimy… devuélvenos… devuélvenos lo que nos quitaron!”. No eran solo voces: eran uñas que arañaban su mente, dientes que mordían su memoria, un dolor que se clavaba en su pecho y la hacía tambalear.

Eimy avanzó, arrastrando la capa negra que rozaba el suelo mojado. La vela sobre el altar titilaba, proyectando sombras que se estiraban y retorcían, deformando la capilla en un espacio que parecía respirar y observar. Allí, en el centro, surgió del humo negro una figura que era pura maldad.

No era completamente humana. Su piel estaba chamuscada, casi líquida, con cicatrices que sangraban fuego. Sus ojos eran pozos negros sin fin, llenos de hambre y odio. Sus garras eran largas y delgadas, capaces de desgarrar carne y hueso con un simple gesto. Y cuando abrió la boca, no salió un grito, sino una oleada de sangre que parecía gritar por sí misma, un rugido de dolor convertido en látigo que azotaba la mente de Eimy, obligándola a caer de rodillas.

—No tengas miedo —dijo una voz profunda dentro de su cabeza, tan cercana que sentía el aliento en su nuca—. Observa… siente… aprende.

Eimy cerró los ojos, y un calor abrasador brotó de su interior, como si mil soles explotaran en su pecho. Su poder estalló, envolviéndola en luz y fuego. La sombra chilló, sus garras arrancaron pedazos de su propia carne mientras se retorcía, hasta que finalmente explotó en una lluvia de sangre y cenizas negras. El olor a azufre y carne quemada inundó la capilla, y los restos del demonio se retorcieron como gusanos muertos antes de desintegrarse en polvo.

Su tío apareció en la puerta, la sotana arrastrando el suelo, el rostro una mezcla de orgullo y terror.

—Eimy… los demonios sienten tu poder —dijo, con voz cortante y helada—. Pero recuerda: nunca permitas que tu corazón se enfríe. Nunca permitas que la luz se apague. No confíes en nadie. Ni en ellos… ni en nosotros.

Eimy asintió, pero dentro de ella algo se rompió. Un vacío oscuro se abrió en su pecho, hambre de respuestas y de venganza. Las voces, la sangre, el humo… habían despertado algo que ya no podía ignorar: su poder no era solo luz… podía ser destrucción, horror y muerte.

Sin embargo, esa noche, cuando regresaron a la pequeña habitación donde vivía, su tío hizo algo que no esperaba. Le ofreció una manta cálida, la sentó a su lado y, por primera vez, no la reprendió ni la entrenó. Sus manos, ásperas por años de rituales y trabajo, se posaron suavemente sobre sus hombros.

—Has hecho bien, Eimy —dijo—. Has enfrentado lo que pocos podrían. Estoy orgulloso de ti.

Eimy sintió un calor que no era de su poder ni de la luz que quemaba a los demonios. Era calor humano, familiar, algo que no sentía desde que su memoria se perdió. Por un instante, se permitió cerrar los ojos y descansar, dejar que su pecho dejara de latir como un tambor de guerra. El miedo seguía ahí, la sangre y el humo aún resonaban en su mente… pero ahora había un refugio, aunque pequeño, aunque frágil.

Mientras la lluvia seguía golpeando los vitrales, Eimy comprendió que su vida estaba marcada por la oscuridad, pero que la luz podía tener matices cálidos, aunque fugaces. Y en ese instante, entre la agonía y el consuelo, la niña sintió algo que hacía tiempo no experimentaba: un hogar, aunque fuera solo por un momento..



#99 en Terror

En el texto hay: secretos, #terror #maldicion, #exorcismo

Editado: 24.10.2025

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