Vade Retro

CAPITULO 4

Habían pasado tres noches desde el exorcismo.

Tres noches en las que Eimy no había logrado dormir más de unos minutos sin despertarse empapada en sudor, con el cuerpo cubierto de moretones que no recordaba haberse hecho, la garganta ardiendo por los gritos que no recordaba haber lanzado, y las manos temblando como si algo invisible las hubiese sujetado durante horas.

Las pesadillas eran demasiado reales. No se parecían a sueños, sino a recuerdos. Fragmentos breves, sesgados, saturados de sangre, fuego y voces que gritaban su nombre. Pero no “Eimy”… sino otro nombre. Uno que le erizaba la piel.

Cada vez que lo escuchaba en sueños, sentía calor en el pecho. Como si algo despertara allí. Algo que siempre estuvo… pero que había olvidado.

Esa noche, el aire en su habitación estaba denso, irrespirable. Las sombras parecían más largas que de costumbre, como si el cuarto se hubiera estirado cuando cerró los ojos. El crucifijo sobre su cama goteaba una sustancia oscura, espesa, que caía en el suelo sin hacer ruido.

Eimy abrió los ojos de golpe.

Y escuchó la voz.

Pero esta vez no fue un susurro en su mente.

Fue en su oído, tan real como la respiración de un ser vivo.

—Tu luz… es hermosa… pero yo quiero más. Aún no recuerdas.… Eimy.

Eimy se giró bruscamente, jadeando. No había nadie. No había presencia visible… pero el aire estaba helado. Respirar dolía, como si inhalara cuchillas.

No podía seguir así. No podía dormir. No podía pensar.

Su luz se debilitaba… y en su interior algo más se fortalecía.

Aturdida, se vistió, cubriéndose los moretones con las mangas de su hábito de protección, y salió de su habitación. No sabía exactamente a dónde iba. Solo seguía esa voz… o tal vez huía de ella.

Los pasillos del convento estaban iluminados por velas altas que titilaban sin viento. Todo estaba en silencio, excepto por un murmullo lejano. Voces. Voces humanas.

El corazón de Eimy se aceleró.

Esas voces… las conocía.

Caminó descalza, como en sus pesadillas, sin hacer ruido, y llegó hasta la puerta de la sala de archivos prohibidos. Estaba apenas entreabierta.

Dentro, dos hombres hablaban en voz baja.

Eimy contuvo el aliento.

El primero era el cardenal Moretti, un alto mando del Vaticano, enviado directo desde Roma.

El segundo… su voz era inconfundible. Su tono suave, casi paternal.

—Engel… —susurró Eimy, sintiendo un escalofrío.

El Padre Engel. Mejor amigo de Gabriel. Llegado apenas hace dos días para unirse “a la celebración”.

Pero Eimy sabía que no había venido a celebrar nada.

Se acercó más. Las sombras escondían su presencia.

—Debemos mover los restos esta misma noche —susurró la voz de Engel desde dentro—. Si la verdad resurge… todo se caerá.

La voz del cardenal Moretti respondió, grave, casi con deleite:

—Ya no importa si despierta los recuerdos. Al final, ella seguirá perteneciendo a la Iglesia. A nosotros. Su luz, su poder… su origen no fue un accidente, fue un sacrificio. Sus padres debían morir. Ella debía renacer para cumplir el propósito.

Eimy sintió que la piel se le erizaba. Sus pupilas se dilataron.

Y entonces… el mundo se quebró.

Las paredes del convento respiraron. El mosaico del suelo se llenó de grietas que se abrían como bocas. Las voces de Engel y Moretti comenzaron a distorsionarse, como si hablaran desde el interior de un pozo profundo.

—Ya lo viste, querida… —dijo la voz dentro de su mente, tan cerca que sintió un aliento helado en su oído—. No huyas. Mira.

—La entidad está cerca —respondió Moretti—. Lo hemos sentido. Su despertar es inevitable, pero mientras ella crea que lucha por nosotros, seguirá siendo útil.

Eimy sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Sus manos comenzaron a arder. No de luz… sino de una energía distinta. Ardiente. Oscura.

—¿Y Gabriel? —preguntó Engel, con tono burlón—. ¿No sospecha nada?

—Gabriel lo sabe pero el es un instrumento . Ni siquiera entiende lo que ella es. Cree que la salvó… cuando en realidad nos la entregó. Todo el tiempo la tuvo en sus manos… sin saber que no era suya, sino nuestra.

Moretti soltó una carcajada baja.

—El Vaticano nunca dejó cabos sueltos. La muerte de los padres fue necesaria. Si ese don hubiese caído en manos equivocadas…

—Y ahora —interrumpió Engel, con un brillo sombrío en la voz—, por fin está madurando. La luz crecerá… y cuando se rompa, la oscuridad será libre.

Silencio.

Y entonces, la voz dentro de su mente habló… esta vez con claridad absoluta.

—Ya lo viste… querida. Ahora sabes la verdad…

Eimy sintió un mareo profundo. Las imágenes volvieron de golpe: sangre. Un hombre con sotana. Gritos. Su madre suplicando. Una daga con el símbolo papal. Ojos dorados… los suyos.



#99 en Terror

En el texto hay: secretos, #terror #maldicion, #exorcismo

Editado: 24.10.2025

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