Capítulo 5: El Pacto del Olvido

La noche era densa sobre las Tierras Quebradas, un lugar donde la magia se desangraba por las grietas del mundo y los ecos de antiguas guerras susurraban a los locos. Allí, Vaelyra y Vaerion llegaron al borde del abismo conocido como la Boca de Nhör, una falla abierta por una tormenta de hechizos prohibidos siglos atrás, que aún respiraba oscuridad pura.

—Aquí no solo se entierra la esperanza —dijo Vaerion, con voz baja—. Aquí nacen los pactos que los dioses no se atreven a mirar.

Vaelyra se arrodilló al borde del abismo. El aire quemaba al inhalarlo. Las sombras se enroscaban en sus muñecas como amantes celosos. El antiguo lenguaje de la magia prohibida le llegaba como un eco perdido entre ruinas.

El ritual no era una invocación. Era una oferta.

Ella abrió su palma y dejó que una gota de su sangre, negra como el vacío desde que había abandonado Elun’dor, cayera al pozo. El mundo pareció contener el aliento. Y entonces, algo respondió.

Una voz sin nombre.

Un ser sin forma.

Una entidad que había sido sellada, traicionada, olvidada.

—¿Qué buscas, hija del fuego quebrado? —susurró la voz, no con palabras, sino con sensaciones: frío, pérdida, hambre.

—Poder —respondió Vaelyra, sin dudar—. No para destruir. Para reclamar.

Un silencio cruel.

Luego, una carcajada que pareció surgir de todas partes a la vez.

—¿Estás dispuesta a arder como las que reinaron antes? ¿A perder lo que aún crees que eres?

Vaelyra miró sus manos. Ya no eran las de la sanadora. Ni las de la guardiana. Eran garras, ramas secas, llamas domadas.

—Ya lo perdí todo.

Entonces, el abismo tembló. Un haz de oscuridad surgió del fondo, envolviéndola. No la devoró. La marcó.

Una runa antigua apareció en su clavícula, brillante como carbones encendidos. Su cuerpo se arqueó en dolor. Su mente se abrió como un cuenco ofrecido a los dioses olvidados.

Y allí, en la oscuridad más pura, Vaelyra hizo el pacto.

No con un demonio. No con un dios.

Con la propia Sombra.