Epílogo: Renacer en la Penumbra

La noche cayó sobre las Tierras Quebradas con una calma inesperada.
Las estrellas, dispersas y tímidas, apenas iluminaban el horizonte donde el mundo se fracturaba entre realidades.

Vaelyra caminaba sola por los acantilados, sintiendo en cada brisa el pulso renovado de la tierra bajo sus pies.
No llevaba corona ni cetro, solo su sombra extendida como manto.

Recordó a la niña que fue, la elfa que creció entre promesas rotas y mentiras talladas en piedra.
Recordó el peso del odio y la sangre, la soledad que la había forjado en acero.

Pero ahora, bajo ese cielo oscuro, sabía que no era solo sombra.
Era luz contenida, destellos de esperanza que florecían en la oscuridad.

Elandor apareció silencioso a su lado, y sin palabras, compartieron la misma certeza.
Habían renacido. No como prisioneros del pasado, sino como arquitectos del futuro.

Un murmullo lejano, la voz del Consejo, la promesa de un nuevo tiempo, la leyenda que apenas comenzaba a escribirse.

Vaelyra alzó la vista hacia la grieta mágica en el cielo, donde la luz y la sombra danzaban eternas.
Y en ese instante supo que, aunque la oscuridad parecía infinita, la verdadera reina era quien aprendía a caminar en ambas.

Con un suspiro profundo, la Reina de Sombras se volvió hacia el sendero que llevaba a su gente.
Su reino no era un trono ni un castillo.
Era un legado forjado en equilibrio, poder y redención.

Y mientras la noche abrazaba el mundo, la leyenda de Vaelyra apenas comenzaba a brillar.