—¡Lindos juegos de ingenio hace Lisandro! Pero mal quedarían mis maneras y mi orgullo si Hermia pretendiera decir que Lisandro la ha engañado. Sin embargo, dulce amigo, por amor y cortesía, tiéndete un poco más allá, por pudor humano; tal separación, bien puede decirse, conviene a un soltero virtuoso y una doncella. Quédate lejos por ahora, y buenas noches, dulce amigo: no cambies jamás tu amor mientras no acabe tu dulce vida.
Puse los ojos en blanco al sentir el ligero golpe en mis costillas y contuve una mueca de dolor. Quizás debería haberle advertido a Cam respecto a la paliza que había recibido el día anterior durante mi clase de boxeo. Tan solo había sido un segundo de distracción, un latido de corazón que había fallado y costado la pelea. Intentaba no pensar en lo sucedido, sabía que era imposible y no debería esperar algo así, mas era inevitable. El verano podía haber terminado, pero lo ocurrido era difícil de olvidar.
—Deja de repetir eso, sabes tus líneas a la perfección; como siempre —dijo ella.
—Es una audición, Cam. ¿Tienes idea de cómo Maurice se toma las audiciones? Si no logro hacerlo bien es posible que la pase peor que en Auschwitz. Además, quiero superarme a mí misma.
—No hay modo de superar tu actuación de Julieta. Hasta yo creí que su Romeo había muerto. Todavía sigo sin entender cómo lo hiciste, si no te conociera mejor diría que viviste una situación así. Maurice te dará el papel que quieres, sabes que será así. Entonces, deja de murmurar las líneas en medio del bus. ¡Las personas nos miran!
Contuve una sonrisa ante su dramatización, pero el fantasma del pasado se había apoderado de mi corazón. Si Cam me conociera mejor… Si conociera mejor a mi familia… De pronto toda mi vida en sí parecía una farsa, demasiado fácil y sencilla, inocente como mi mejor amiga sentada a mi lado.
Miré por la ventana para no tener que enfrentarme con ella. Casi como si fuera un instinto, mi vista abarcó todas las cosas reflejadas en el cristal. Aquel acto se había convertido, prácticamente, en un reflejo para mí. Del otro lado la lluvia azotaba fuertemente el vidrio y el tránsito de Londres era el disgusto de muchos.
—¿No llegaremos tarde? —preguntó Cam.
—Cuando llueve de este modo hay un retraso promedio de veinte minutos, es por eso que salí antes. Maurice nos espera a las seis y media, llegaré con quince minutos de ventaja —respondí, mi propia voz siendo monótona para mis oídos.
—¿Desde cuándo eres tan metódica con tu tiempo?
Bien, tal vez se me habían pegado algunas costumbres que no me pertenecían luego de lo vivido en París. Como ser perfectamente consciente de cómo el tránsito variaba ante el mínimo cambio climático. O el hombre sentado al otro lado que fingía leer el periódico cuando en realidad no me había quitado la vista de encima y tenía un auricular/comunicador en su oreja derecha por lo que ladeaba ligeramente la cabeza en aquella dirección para ocultarlo.
—Tan solo quiero controlar mejor mi tiempo, el instituto empieza mañana.
—Sí, no necesito que me recuerdes aquello —dijo Cam con una mueca—. Entonces, ¿tu hermano ya empezó la universidad?
—Eso supongo —respondí, simplemente.
Sería demasiado pedir que mi hermano fuera un joven normal de veinte años estudiando tecnología, con sus días buenos y malos y todo lo que un hermano mayor implicaba. Ethan estaba muy lejos de ser normal.
El hombre continuaba observándome por encima de su cubierta, atento a cada movimiento y palabra de mi parte. No era el primero, ya había notado otros antes y mis capacidades para detectarlos tan solo mejoraban con los días. Estaba cansada de la vigilancia, que me siguieran a donde fuera y controlaran con quienes me juntaba, de sentir siempre un ojo sobre mí.
El bus se detuvo en Picadilly Circus y tomé rápido mi decisión. Por favor, era tan solo una adolescente. Y lo único que quería era una vida normal y corriente sin nada de esto. ¡Merecía un poco de privacidad! No estaba haciendo nada malo. Tomé a Cam de la mano sin pensarlo y la miré seriamente.
Editado: 09.03.2022