Valeria: manual para no rendirse

Capítulo 9: El Día de la muñeca Lola.

Algunos juguetes no son solo juguetes. Algunos guardan historias.

Dicen que los días libres son como unicornios: cuesta creer que llegarán y cuando llegan se vuelven fantasía.

Pero ahí estábamos nosotras: Valeria y Jimena, dos guerreras del calcetín desparejado, disfrutando de un día libre como si fuera la primera vez que respirábamos oxígeno sin culpa.

No había colegio. No había trabajo. Ni reuniones ni facturas ni jefes llamando.

Era el sagrado y casi mitológico... día de asueto .

Y como todo ritual importante, comenzó con un tardío desayuno, una taza de café que parecía salida directamente de una cafetería de barrio en París (aunque en realidad era soluble), y un silencio tan profundo que incluso Kafka, el perro salchicha de Mateo, quedó callado al otro lado de la pared.

—Mamá —dijo Jimena, con esa voz que solo usan cuando están a punto de pedir algo grande—, ¿puedes jugar conmigo?

La pregunta me tomó por sorpresa. Porque últimamente, jugar era algo que hacíamos de paso, entre llamadas de trabajo, recordatorios escolares y emergencias de loncheras olvidadas.

Pero hoy no había prisa. Hoy éramos solo ella y yo, en nuestra burbuja temporal de paz y cereales.

—Claro, cariño. ¿Qué quieres jugar?

—Muñecas. Y quiero que traigas a Lola.

Me quedé quieta. Un escalofrío pequeño, como el recuerdo de una canción vieja, pasó por mi espalda.

Lola.

La muñeca quemada. La muñeca curada. La muñeca que había vivido demasiado.

La muñeca que, en cierta forma, era yo.

—¿Cómo no se te olvida que se llama Lola? —pregunté.

Jimena me miró como si hubiera hecho la pregunta más obvia del mundo.

—Porque tú la llamas así. En tus sueños. A veces dices cosas como 'Lo siento, Lola' o '¿Tú también quisieras un amor bonito?'”

Sentí que el aire se detenía.

Mi hija, con sus seis años y su corazón gigante, había estado escuchando mis sueños.

Mis pesadillas.

Mis memorias disfrazadas de palabras dormidas.

Y en ese momento, supe que era hora. Era hora de contarle la historia de Lola. De verdad.

Así que saqué el cuaderno rojo. El mismo donde escribía mi diario personal. Entre sus páginas, guardadas como un secreto bien custodiado, estaba el cuento que escribí hace muchos años.

Un cuento sobre una muñeca que ayudó a crear una familia.

Un cuento sobre amor, pérdida y cómo a veces hay que dejar ir lo que amas para encontrar algo aún mejor.

Leí la historia de Lola .

Jimena escuchó cada palabra como si fuera un hechizo antiguo. Sus ojos brillaban. Su boca se abriría en “oh”s pequeños. Y de vez en cuando, acariciaba a Lola como si estuviera asegurándose de que seguía viva.

Cuando terminó, quedó callada. Largo. Tan largo que pensé que quizás no había entendido nada. O que se había dormido con los ojos abiertos.

Hasta que dijo:

—Lola fue muy valiente.

—Sí —respondí—. Fue muy valiente.

—¿Y tú fuiste como ella?

Miré a mi hija. A mis manos. A la muñeca chamuscada que ahora tenía una vida nueva, gracias a ella.

—A veces… sí. A veces soy como Lola. Me quemé un poco por el camino. Pero aprendi a seguir adelante. Aunque no siempre haya sido fácil.

Jimena me abrazó. Fuerte. Como solo una niña puede abrazar. Con ese tipo de fuerza que parece decir: "Estoy aquí. Siempre estará aquí".

—Yo también tengo miedo de que me dejen sola —susurró.

—Lo sé —le dije—. A veces yo también.

Y allí, en medio de juguetes esparcidos, muñecas rotas y un sol de tarde que entraba por la ventana como un invitado inesperado, comprendimos algo:

Que ambas éramos Lola. Que ambas éramos Martín y Carolina. Que ambas éramos la bebé recién llegada. Que todas las historias eran nuestras. Que el juego no era solo un juego. Que las muñecas no eran solo muñecas. Que a veces, contar una historia era comprenderlas.

Y que, aunque el mundo fuera un caos, teníamos un lugar seguro: Nosotras mismas. Nuestra casa. Nuestro amor.

Epílogo para ti, apreciado lector.

Después de eso, hicimos galletas con forma de corazón (aunque algunas salieron más bien de alienígena). Pintamos a Lola con marcadores (porque, según Jimena, “necesita colores nuevos”).

Fue un día bonito. Un día lento. Un día sin prisas. Un día donde no tuvimos que ser madres perfectas, ni hijas perfectas. Solo nosotras.

Y mientras veía a Jimena dormirse con Lola entre los brazos, supe que no importaba si el mundo era injusto, si las cuentas no cerraban o si mañana volviéramos a correr como gallinas sin cabeza.

Porque hoy, en este día de asueto, habíamos encontrado algo más importante que el tiempo perdido.

Habíamos encontrado el amor.

Y eso, cariño… también puedes ser tú.

El siguiente capítulo es una carta de amor disfrazada de cuento infantil, es como un abrazo de los que duran días. Un relato que Valeria escribió cuando su corazón estaba roto, y que ahora comparte con Jimena como si fuera un secreto mágico.

“La muñeca Lola” no es solo un cuento. Es un espejo. Una lección. Un recordatorio de que a veces somos el puente entre dos corazones. Y que eso, por sí solo, ya es un milagro.

Léelo. Vas a querer contárselo a alguien. O a recordar a alguien que, como Lola, te ayudó a seguir adelante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.