Valeria: manual para no rendirse

Capítulo 24: Las cartas que quizás nadie lea.

Esa tarde, la casa estaba tranquila.

Demasiado tranquila, considerando que había una niña de seis años con energía de cometa suelto viviendo en ella. El silencio era tan extraño que me preocupé. Dejé la taza de café, crucé el pasillo en puntas de pie y me asomé a su cuarto.

Y ahí estaba Jimena.

Sentada en el suelo, rodeada de muñecas. Todas perfectamente alineadas como si estuvieran en una asamblea mágica. Lola, con sus tatuajes de marcador. La dormilona, con su vestido torcido. La que ya no tenía brazos, con una bufanda envuelta como si fuera reina.

—¿Todo bien, amor?

—Shhh, mamá. Estamos escribiendo cartas.

—¿Cartas?

—Sí. A nuestros papás.

—¿Ah sí?

—Sí —dijo, con total naturalidad—. Ahora que yo tengo papá... mis muñecas también tienen. Aunque no los conozcan. Aunque nunca les contesten. Quieren decirles cosas.

Sentí un nudo suave en la garganta. Como una canción vieja que no sabías que extrañabas. Me senté a su lado. Ella tomó una hoja, la dobló en dos y sacó un lápiz mordido.

—¿Me ayudás a escribir, mamá? Yo les pregunto qué quieren decir y vos lo anotás. ¿Sí?

—Sí, claro.

Ella se acercó a la primera muñeca. Era Lola, por supuesto.

—Lola dice… que le da miedo tener un papá porque nunca tuvo uno. Pero que le gustaría que la viera bailar. Que a veces ensaya sola, sin música, solo con su corazón.

Escribí en silencio. Mi mano temblaba un poquito. Como si supiera que no era solo un juego.

Siguió con la dormilona.

—Ella quiere decirle que no se acuerda de su cara. Pero que a veces sueña con alguien que la abraza sin que ella lo vea. Y le da calor. Aunque sea solo un sueño.

Escribí. Tragué saliva.

Después fue el turno de la de la bufanda.

—Ella dice que no le guarda rencor. Que solo quiere saber si alguna vez pensó en ella. Porque ella piensa en él a veces. En la escuela, cuando todos dibujan a sus familias. Ella hace un dibujito con una silueta en blanco. Pero le pone un corazón.

Yo no podía hablar. Solo escribía. Porque si hablaba, se me rompía algo en la voz.

Jimena se acomodó a mi lado. Tomó una hoja vacía.

—Ahora la mía.

Me miró.

—¿Podés escribir lo que yo diga, como si fuera yo?

Asentí.

Y empezó:

"Hola, papá.

No sabía que te llamabas Andrés.

Yo te había puesto otros nombres en mi cabeza, como Fantasma Bueno o Señor Invisible.

Pero ahora ya sé que sos real.

Y que hablás, y que tenés ojos, y que a veces te rascás la barba cuando estás nervioso.

Quiero que sepas que te perdono por no venir antes.

Aunque me hubiera gustado que me vieras cuando aprendí a andar en bici. O cuando se me cayó el primer diente. O cuando lloré sola porque mamá no podía llevarme al festival.

No importa.

Ahora estás.

No sé si vas a venir mucho. No sé si me vas a querer un montón. Pero yo te voy a querer igual.

Porque soy así. Porque mamá dice que soy buena queriendo.

Y porque mamá también dice que a veces los adultos también tienen miedo.

Así que está bien.

Pero si un día querés venir a jugar con mis muñecas, ellas ya están preparadas.

Ah, y a Lola no le gusta el jugo de tomate.

Fin."

Cuando terminamos, Jimena dobló la carta, le hizo un dibujo de nube feliz y la metió en un sobre que encontró en mi cajón.

—¿Y ahora qué hacemos con ellas? —le pregunté.

—Nada —dijo, como si fuera lo más lógico del mundo—. Solo escribirlas ya es suficiente.

Y sí.

Tenía razón.

Esa noche, mientras ella dormía con las cartas apiladas bajo su almohada, entendí que no todas las reconciliaciones se dan en voz alta. A veces ocurren en juegos. En dibujos. En una hoja que quizás nadie leerá, pero que igual es de ayuda.

Manual de Mamá para no Rendirse.

Hoy aprendí que las palabras no necesitan ser pronunciadas ni las cartas enviadas para sanar. A veces, la simple acción de escribir, de dar voz a lo que duele, es suficiente para liberar el alma y empezar el camino hacia la reconciliación interna.

No subestimes la sabiduría de un niño. Ellos, con su inocencia, pueden enseñarte las formas más puras de perdón y aceptación. Sus juegos, sus dibujos, son un reflejo de verdades que los adultos a menudo ignoramos.

Porque la sanación no siempre es un proceso ruidoso y público. A veces, ocurre en el silencio de una habitación, en la quietud de una noche, en la pila de cartas bajo una almohada, donde el amor encuentra su propio lenguaje para curar.

Paso para no rendirse hoy:

Identifica un sentimiento no expresado que guardas.

Escríbelo, dibújalo o permítele una forma de salir, aunque sea solo para ti.

Y observa cómo, al reconocerlo, empiezas a aligerar tu corazón.




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