Valeria: manual para no rendirse

Capítulo 25: El plan secreto de Jimena.

La puerta sonó a las 11:42 de la mañana. Un horario incómodo, ni temprano ni tarde. El tipo de horario en el que no esperás a nadie y mucho menos a un fantasma vestido de presente.

Abrí la puerta.

Era Andrés.

Sin uniforme, sin portapapeles. Sin aquella mirada de sarcasmo administrativo.

Vestía una camisa azul marino, un jean sin pretensiones y una bolsa de papel en la mano.

En la otra… un pequeño ramo.

Flores blancas. Inofensivas. Silenciosas.

—Hola, Valeria.

—¿Una planta carnívora habría sido más honesta, no?

Él no sonrió. Solo bajó la vista.

—No vine a verte a vos.

—Entonces empezamos bien.

Jimena apareció como si supiera.

Como si hubiera estado escuchando desde la cocina, lo cual probablemente era cierto.

—¡Papá! —dijo, como si esa palabra hubiera estado ensayada durante años.

Andrés se agachó. Abrió los brazos. Ella corrió hacia él como si no existiera ninguna historia anterior, ninguna ausencia, ningún océano.

Solo ese momento.

Y yo, testigo muda.

—Te traje algo —dijo Andrés, extendiéndole la bolsa—. Un cuaderno nuevo. Para que escribas lo que quieras. Y pegatinas.

Jimena abrió la bolsa como si fuera un cofre del tesoro.

—¿Puedo enseñarte mi habitación?

—Claro, mi amor.

¿Mi amor?

El aire se volvió denso.

No por celos. No.

Por historia. Por lo que fue. Por lo que no fue.

Por lo que tal vez ella aún anhela en su imaginación de niña: que mamá y papá se tomen un café juntos y hablen de cosas importantes como si no hubiera pasado un abismo entre ellos.

Los miré subir. Él la escuchaba con atención. Ella hablaba con la energía de quien cree que un reencuentro puede arreglar el mundo.

Yo me quedé abajo. Con la flor blanca. Y la duda.

Veintitrés minutos después bajaron. Jimena parecía flotar.

—Papá dice que podríamos ir todos juntos al parque. Como una familia. ¡Como cuando en las películas los papás se separan pero se dan cuenta de que se extrañan!

Mi alma se partió un poco. No por mí. Por ella.

Andrés me miró.

—Sé lo que pensás. No estoy acá para complicarte la vida. Solo... desde que la vi, algo en mí hizo clic. No es culpa tuya que yo haya sido un idiota. Lo fui. Pero quiero hacer las cosas bien. Quiero estar. En serio.

—¿Y entonces aparecés con flores y cuadernos y pensás que todo se resuelve?

—No. Pero es un comienzo.

—¿Y qué más querés, Andrés?

Se quedó callado. Pero la respuesta la conocía. La leí en sus ojos.

No quería solo ser “el papá que cumple”.

Quería redibujar el hogar.

—No estoy acá por vos, Valeria. No me malinterpretes. Ya lo perdí todo contigo. Lo sé. Pero tal vez… si puedo reconstruir algo para Jimena…

Tal vez podamos hacer esto como un equipo.

¿Equipo?

Palabra peligrosa cuando se dice mirando hacia atrás.

Cuando él se fue, Jimena se sentó a mi lado en el sillón. Tenía el cuaderno nuevo en la mano.

—¿Mami?

—¿Sí?

—¿Y si ustedes vuelven a quererse? Así, como antes. ¿Eso se puede?

Respiré hondo.

Quise decirle que no. Que no era tan simple.

Pero ella no necesitaba una lección de realismo. Necesitaba contención.

—Amor, hay muchos tipos de amor.

Y a veces, aunque dos personas se hayan querido mucho, el mejor amor que pueden ofrecerse… es uno con distancia y respeto.

—Pero yo quiero una familia con papá y mamá. Como Tita. Como Fran. Como en los cuentos.

—Y la tenés —le dije—. Solo que la nuestra tiene más crayones fuera del borde. Pero sigue siendo familia.

Se quedó en silencio. Abrazó el cuaderno.

—¿Y Mateo? ¿Él también es parte?

La pregunta cayó como una piedra envuelta en terciopelo.

Dulce. Pesada.

—Mateo… es alguien que me hace bien.

—¿Te hace reír?

—Sí.

—¿Y te cuida?

—Mucho.

—Entonces creo que también puede ser parte. Pero... no le digas a papá todavía. Se va a poner triste.

Esa noche escribí en mi propio cuaderno, el rojo.

Sobre cómo los hijos no quieren grandes respuestas.

Quieren creer. Quieren paz. Quieren que los adultos se abracen y dejen de pelear. Quieren finales felices, aunque tengan que dibujarlos con crayones torcidos.

Yo no sabía aún qué hacer con Andrés.

Pero sí sabía que mi hija no iba a cargar con esa decisión.

Yo se la debía. Yo le debía claridad.

Aunque doliera.

¿Alguna vez viste a un niño intentar juntar lo que el tiempo separó?

Nos leemos ahí. Va a doler, pero va a valer.

Manual de Mamá para no Rendirse.

Hoy aprendí que el pasado puede presentarse en tu puerta con flores y una nostalgia inesperada, y que el amor de un hijo puede intentar cerrar abismos que creías insalvables.

No subestimes el poder de la esperanza infantil, ni la complejidad de las emociones que resurgen. A veces, la mayor valentía es proteger la inocencia de quien amas, incluso cuando tu propio corazón lucha por encontrar claridad.

Porque la "familia perfecta" no existe, pero una familia con "crayones fuera del borde" y mucho amor es siempre posible. Y en la sabiduría de los niños, encontramos la fuerza para navegar las tormentas emocionales, incluso las que nosotros mismos no hemos resuelto.

Paso para no rendirse hoy:

Permítete sentir la complejidad de tus emociones ante un pasado que resurge.

Recuerda que tu prioridad es el bienestar emocional de tu hijo, dándole claridad y contención.

Y confía en que, aunque duela, al proteger a los que amas, también te proteges a ti misma.




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