El sol parecía más amable esa mañana.
Valeria caminaba junto a Ángela rumbo al colegio de Jimena, con una carpeta en la mano, una hoja firmada por la directora y una bolsa con galletas para las maestras, “por si el universo necesitaba un soborno azucarado para aprobar todo”.
—¿Estás segura? —preguntó Ángela, aún con cierto pudor en la voz.
—Te estoy dando un título oficial —le respondió Valeria—: Guardiana de tribu, categoría abuela, con acceso completo a la niña, las muñecas y la merienda.
En la secretaría del colegio, la directora las recibió con una sonrisa que parecía no estar acostumbrada a estirarse tanto. Ángela fue presentada, Jimena firmó con un corazón en lugar del punto de la "i" y, cuando salieron del despacho, tres niñas corrieron a abrazar a Jimena.
—¿Podemos ir a tu casa? —preguntó una de ellas—. Mamá dijo que sí si tú invitas.
Y así, sin planificación previa, con la lógica caótica de los planes felices, la tribu se trasladó a casa de Valeria. Cada madre trajo a su hija, y algo más: una caja de galletas, un termo con café, una planta en una maceta improvisada, una historia bajo el brazo.
En el living, las muñecas fueron alineadas. Jimena les hablaba con tono solemne:
—Queridas hijas, hoy conocerán a sus nuevas mamás. Les aseguro que todas son buenas cocineras de mentira, algunas hasta saben bordar y una vez cuidaron un pez durante dos semanas.
Las niñas rieron. Las madres también.
Ángela observaba todo con una ternura tranquila. En su falda, una muñeca con trenzas deshechas. En la mano, una cucharita invisible.
En la cocina, las mujeres se turnaban para servir café y vigilar ventanas. Conversaban de maternidad, trabajo, deseos postergados y series inconclusas.
—Parece que formaron una pequeña sociedad secreta —dijo una de las madres, mirando a las niñas.
—Y nosotras somos las supervisoras oficiales —añadió otra, levantando su taza.
—Juntas, pero no revueltas —agregó Ángela, y todas rieron.
Cuando las visitas se fueron, Jimena se tiró en el sillón como si hubiera corrido una maratón de juegos y risas. Ángela le pasó una toalla húmeda para la cara, y Jimena le dijo:
—Creo que las muñecas están contentas. Y yo también. Tengo más mamás. Y tú eres mi abue favorita.
—¿Solo favorita? —dijo Ángela, fingiendo indignación.
—La mejor de todas las abues del universo conocido y del sistema solar también.
Ese elogio merecía una salida.
—Vamos a comprar más juguetes —dijo Ángela—. Tu tribu lo necesita.
Fueron caminando, de la mano. Y mientras miraban vitrinas llenas de cucharitas, sillas de muñecas, mini hornos de juguete y platos de plástico rosa, Ángela sintió algo que no había sentido en años: propósito. Como si cuidar de esa niña fuera cuidar de sí misma, de su niña interior, de todas las niñas que alguna vez estuvieron solas.
Esa noche, Valeria escribió en el cuaderno rojo. No como madre. Esta vez, como mujer que observa lo que florece cuando alguien decide quedarse.
Manual de mamá para no rendirse – Paso 29
“Cuando das desde el alma, el universo responde con multiplicación.”
Hoy vi cómo una niña, una abuela, y un grupo de madres desconocidas construyeron una comunidad con café, muñecas y platos vacíos.
Nadie pidió nada. Todas ofrecieron algo.
Y entendí que las redes que sostienen no siempre vienen con sueldos, ni contratos.
A veces vienen con juegos. Con confianza. Con sillas pequeñas y cucharas invisibles.
Y aún así… son las más sólidas.
Paso 29:
Multiplicá vínculos, no solo ingresos.
Creá una casa donde otros puedan jugar sin miedo.
Porque la verdadera riqueza es crecer con otros sin dejar de ser vos misma.
Editado: 28.06.2025