Escena 1: Ángela y la lección de la flor invisible
—Hoy es martes —dijo Jimena con voz seria—. Martes es día de inventar una regla nueva.
Ángela se acomodó los lentes y fingió escribir con una pluma imaginaria en una libreta invisible.
—¿Cuál será, jefa de las normas?
—Regla número 11: nadie puede estar triste si hay sol en el jardín.
—Perfecto —dijo Ángela—. Pero ¿y si hay nubes?
—Entonces tú haces de sol.
Y así empezó el día en la Casa de la Tribu, con niñas sacando flores prestadas del jardín, poniéndoles nombres y sentándolas en mesitas improvisadas para tomar el té de mentira.
Una niña nueva, Emma, no hablaba mucho. Solo tenía una muñeca de trapo que no soltaba jamás.
—¿Y tu muñeca cómo se llama? —preguntó Jimena.
—No tiene nombre —dijo Emma, mirando al suelo.
—Eso es grave. Todas las muñecas tienen alma, pero si no tienen nombre, se les escurre.
Ángela intervino, suave como una hoja que cae sin hacer ruido.
—Podés darle un nombre hoy. Uno que te haga sentir que ella te escucha incluso cuando no hablás.
Emma pensó. Luego dijo: “Flor invisible”.
Y todas las niñas asintieron como si ese fuera el nombre más poderoso que hubieran oído.
Escena 2: Mateo, sin Valeria
Mateo se sirvió café en su departamento del 3B. Kafka lo miraba desde su cama canina con cara de: “Hoy también la vas a pensar mucho, ¿no?”
No tenía un plan. Tenía dudas. Pero también tenía una certeza:
No iba a quedarse al margen.
Pensó en Valeria, en Jimena, en Andrés. En todo lo que había empezado a construir con ellas sin haberlo planeado.
Buscó un libro en su estantería. Era uno viejo, con el lomo despegado: “Cartas a un joven poeta” de Rilke.
Abrió al azar y leyó:
“Ama las preguntas mismas… Quizá algún día, sin darte cuenta, vivas hacia la respuesta.”
Suspiró. Tomó papel. Escribió:
“Carta 1. Para alguien que todavía no sé si debo esperar.”
Escena 3: Andrés y el pan imperfecto
El horno pitó.
Andrés sacó una bandeja con panecillos, algunos inflados, otros aplanados como sueños sin levadura.
Se rió. Le envió una foto a Jimena.
“Tus panes de papá experimental. Me salieron medio chuecos, pero saben a intento.”
Ella le respondió con un emoji de pan y otro de fuego. Y escribió:
“Te doy un 7.5. Ángela dice que el esfuerzo es más importante que la forma.”
Andrés suspiró. Y escribió a su terapeuta:
“Hoy me di cuenta que el pan necesita tiempo, como todo lo que vale la pena. Incluyendo a una hija que antes era solo un recuerdo. Y ahora es un vínculo en construcción.”
Escena 4: Ángela, la niña que se quedó
Por la tarde, cuando las niñas dormían la siesta del cuento, Ángela se sentó en el porche con un té de manzanilla.
Pensó en sus propios hijos. En el país del hielo. En su nieta lejana que no conoce. En Jimena que la ha adoptado con más amor que compromiso.
Escribió en su cuaderno:
“Cuando una niña te llama 'abue' sin que le enseñes, eso no es adopción. Eso es destino.”
Y miró a Emma, que dormía abrazada a Flor Invisible.
Escena 5: El Muro de la Tribu
Esa noche, las niñas pegaron sus dibujos en el nuevo “Muro de la Tribu”: una pared grande de papel donde podían escribir frases, pintar muñecas y dejar notas.
Emma escribió, en letra temblorosa:
“Mi muñeca invisible tiene un corazón valiente. Igual que yo.”
Jimena dibujó a sus dos “casi papás”, a su mamá y a Ángela, y puso:
“Esta es mi familia rara y feliz. Pero también es fuerte.”
Lección 36 del Manual de Mamá para No Rendirse
A veces, quien más enseña no tiene título.
A veces, quien más amor da, no lo esperaba.
Y a veces, las familias se inventan con paciencia, té tibio y paredes de papel.
Paso para no rendirse hoy:
Escuchá a una niña.
Guardá su frase como si fuera un poema.
Y recordá que cada acto invisible de cuidado construye el mundo más visible que existe: el del amor.
Editado: 28.06.2025