Valeria: manual para no rendirse

Capítulo 6: Miércoles

Escena 1: Las Semillas de la Tristeza (Mañana, Antes de la Escuela)

El miércoles se sintió más pesado que el martes, y no solo por las deudas. Apenas amanecía, Jimena se me acercó, con los ojos vidriosos y esa expresión de tristeza contenida que me rompía el alma.

—No quiero ir a la escuela —dijo con voz bajita, abrazando su peluche como si pudiera protegerla del mundo.

—¿Por qué, amor? —le pregunté, tratando de mantener el tono maternal y no sonar como una mujer al borde del colapso nervioso.

—Porque todos tienen papás que van a los festivales. Y yo no tengo más que mi cartulina.

Boom. Corazón roto. Era una punzada fresca sobre las heridas abiertas de las deudas y el desalojo. La pequeña Jimena, que ya cargaba con la ausencia de un padre, ahora enfrentaba la humillación de la comparación diaria. ¿Cómo le explicaba que mamá, aunque lo intentaba todo, no podía ser dos personas a la vez?

Escena 2: La Llamada y la Directora-Morsa (Tienda de Cosméticos y Oficina de la Directora)

Todo comenzó a las 9:12 a.m., cuando recibí una llamada del colegio mientras atendía a una clienta que preguntaba si el sérum antiedad podía borrarle los últimos diez años y a su exmarido de la memoria. Mi corazón se encogió como calcetín olvidado en secadora; y no solo por el pálpito de una vergüenza pública inminente, sino por la sombra del señor Benítez y el ultimátum del viernes que seguía pesando sobre mí como una losa.

—¿La mamá de Jimena? —dijo una voz femenina con tono a fotocopia húmeda y autoridad con puntillas—. La directora necesita verla. Hoy. Es urgente.

Mi corazón se encogió como calcetín olvidado en secadora. Solo hay tres razones por las que el colegio te llama de improvisto: piojos, vómito o vergüenza pública.

Fue la tercera.

—Señora Valeria —dijo la directora Ramírez, mientras se acomodaba una peluca que, honestamente, parecía vivir su propia existencia independiente—. Su hija ha dicho algo… inapropiado.

Me senté en la silla de plástico con la gracia de una almeja en shock.

—¿Inapropiado cómo? —pregunté, ya anticipando que Jimena había hecho su famosa imitación de dinosaurio en misa o intentado vender pegamento como "slime terapéutico".

La directora se aclaró la garganta.

—Textualmente, y cito: “Mi mamá dice que usted parece una morsa con peluca que se come la paciencia de todos.”

Silencio.

Yo.

Intentando.

No.

Reírme.

¡Porque no está bien! ¡No está bien, Valeria! ¡Eres una madre responsable! ¡No te puedes reír frente a la directora-morsa!

—Yo jamás… o sea, puede que alguna vez haya hecho un comentario parecido… en la privacidad de mi cocina… y en un momento de frustración… cuando quemé las croquetas y usted me mandó diez notificaciones del grupo escolar por la pijamada ecológica.

La directora no pestañeó. No lo sé con certeza, porque los párpados estaban... camuflados.

—La señorita Jimena ha repetido ese comentario frente a sus compañeros. Y a la maestra de inglés. Y a la inspectora de tránsito escolar.

Ay, Dios. Mi hija es un altavoz de mis pensamientos más oscuros.

—Lo siento muchísimo. Hablaré con ella. De verdad. Jimena no suele ser irrespetuosa…

—Tiene una imaginación muy viva, lo sabemos. Pero debe entender que lo que se dice en casa, se copia. Los niños repiten. Absorben. Como esponjas.

"Como grabadoras portátiles con wifi", pensé yo.

—Los errores de una madre pueden convertirse en lecciones para su hija. —dijo la directora —Detrás de una “tragedia escolar”, hay una verdad enorme: los niños nos ven, nos escuchan y nos reflejan tal cual somos.

Escena 3: El Eco en Casa y la Semilla de la Esperanza (Tarde)

En casa, me senté con Jimena en el sofá. Tenía sus piernitas cruzadas, una taza de leche tibia y la cara de quien está a punto de escuchar una sentencia.

—Jimena… cariño, ¿por qué dijiste eso de la directora?

—Porque tú lo dijiste —respondió, con toda la lógica del mundo. Me miró muy seria—. Y porque es verdad. ¿Has visto cómo camina? ¡Hace esto! —Y me hizo una imitación entre foca, león marino y señora ofendida.

Contuve la risa. Otra vez.

—Mi amor, hay cosas que mamá dice porque está estresada. Pero eso no significa que tú debas repetirlas. Mucho menos frente a los demás. Las palabras pueden herir.

—¿Como cuchillos?

—Como cuchillos. O como tenedores de los chiquitos, pero en el alma.

Ella bajó la mirada.

—Es que te escucho decir cosas tristes a veces. Como que nadie te ayuda. O que todo es difícil. Y yo no quiero que sea difícil para ti.

Se me cerró la garganta. ¿Cómo le explicas a una niña que lo intentas todo pero igual te desbordas?

—No es tu trabajo cuidarme, Jimena. Es mío cuidarte a ti. Pero gracias por escucharme. Y perdón por lo que a veces digo. A veces… mamá también se siente sola.

—Yo también —susurró ella.

Y en ese momento, supe que el comentario en el colegio era apenas la puntita de un iceberg llamado Jimena está absorbiendo todo y no sabe cómo sacarlo. La imagen de los estantes de Yolanda, que me esperaban para ser recogidos, y el garaje de Mercedes, donde la idea de una "tienda" comenzaba a tomar forma, me daban un pequeño respiro en medio de este torbellino emocional. Eran un recordatorio de que, a pesar de todo, había un plan. Una salida.

Hoy fue un día que deseé tener un filtro entre mi mente y mi boca. Los hijos son como un eco emocional de uno mismo, solo que con altavoces más potentes y menos filtros.

Manual de Mamá para no Rendirse

Hoy aprendí sobre cómo criamos con palabras, con silencios e incluso con errores. Hoy aprendí que las palabras viajan más lejos de lo que creemos. Que una broma puede herir. Que una niña puede ver más de lo que decimos. Y que, a veces, el amor se expresa en cómo decidimos callar.




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