Valeria: manual para no rendirse

Capítulo 9: "Los sueños no vienen con instrucciones, vienen con coraje"

Escena 1: El Despertar y la Desilusión (Apartamento de Mateo, Mañana)

El sol se coló por las cortinas, un recordatorio brutal de la realidad. Abrí los ojos, desorientada por un instante, y la manta de Mateo me pareció demasiado suave para la crudeza de la situación. Jimena dormía a mi lado en el sofá, su respiración tranquila el único ancla en el caos. Kafka roncaba a mis pies. La vergüenza me quemaba, pero el agradecimiento era más fuerte. Estábamos a salvo. Por ahora.
Mateo estaba en la cocina, preparando café. El aroma llenó el apartamento, intentando disfrazar el olor a tragedia de la noche anterior. Me miró con una sonrisa cansada pero cálida.
—Café caliente, lista para afrontar el día. ¿Cómo durmieron?
—Como piedras, Mateo. Gracias. De verdad, no sé qué habríamos hecho.
Desayunamos en silencio, un silencio cómodo que no pude entender. Me fijé en sus manos, pronto se arrugarían, pero fuertes. Se veía bien, sí, apuesto a su manera, con esa barba canosa que le daba un aire intelectual. Demasiado mayor para mí, pensé. ¿Qué buscaría un hombre así en el caos de mi vida? Era obvio que ya había vivido mucho, quizás demasiado.
—Llevo tiempo queriendo ir al centro —dijo, rompiendo el silencio—. Tengo que ver si mis libros están bien. Si quieres, puedo llevarte a donde tengas que ir.
Escena 2: El Golpe Final (La Calle de la Librería, Mediodía)

Decidí que lo primero era ver mi antiguo apartamento, aunque fuera para asimilarlo. El coche de Mateo nos dejó en la esquina y el estómago se me encogió. El edificio parecía vacío, desolado. Y entonces, mis ojos se desviaron hacia la calle de la librería, buscando esa pequeña luz de esperanza que había sido el cartel de "Se Alquila".
Ya no estaba. El local lucía el mismo aspecto de siempre, pero el letrero había desaparecido sin dejar rastro. Como si nunca hubiera estado allí. Fue un golpe seco, directo al pecho. Esa pequeña chispa, esa posibilidad de un futuro diferente, se esfumaba como si hubiera sido solo una ilusión. La amargura me invadió. En un solo día, había perdido mi casa y mi incipiente esperanza de un negocio propio.
—¿Todo bien, Valeria? —preguntó Mateo, su voz suave, notando mi reacción.
Solo pude negar con la cabeza. La promesa del universo se había borrado.
Escena 3: La Tensión en la Tienda (Tienda de Cosméticos, Tarde)

El horario de mi turno llegó demasiado rápido. La idea de enfrentar el trabajo después de todo lo que había pasado era abrumadora, pero no tenía opción. Llegué a la tienda de cosméticos y el ambiente era denso. Mireya estaba pálida, con los ojos hinchados.
—Valeria, me alegra que estés aquí —susurró, tirando de mi brazo para llevarme a un rincón—. Los de la casa matriz… levantaron un informe. Por tu ausencia de ayer. Dicen que doy "permisos personales" y que por eso la sucursal no rinde. Mi puesto y el tuyo… están en el aire. Incluso hablan de cerrar la sucursal.
Sentí un escalofrío que no era por el aire acondicionado. La amenaza era real. Trabajamos en silencio, atendiendo a las pocas clientas que entraban, cada una de sus preguntas sobre si un tono de labial era "demasiado atrevido" se sentía como una burla cruel. Mireya evitaba mi mirada, y yo entendía por qué. Mi crisis personal estaba afectando su vida también. El miedo a perder lo poco que me quedaba era un veneno lento en mis venas.
Escena 4: La Confesión y el Vínculo (Durante el Viaje de Vuelta, Tarde)

Al terminar mi turno, Mateo me recogió en la tienda. Jimena venía con él, ya que había pasado la tarde con la abuela de Mateo. Mientras nos llevaba al garaje de Mercedes, le conté sobre el cartel que había desaparecido, sobre cómo esa pequeña puerta había representado tanto y ahora se sentía como una burla. Él me escuchó, su mirada en la carretera, pero su atención en mis palabras.
—Sé lo que se siente que las cosas no salgan como uno espera —dijo, su voz rasposa—. Toda mi vida buscó la estabilidad. Tuve dos matrimonios... y ambos terminaron mal. Creí que el amor era la respuesta, y cada vez se iba. Al final, me jubilé con mi pensión y me dije que al menos tendría paz. Pero te das cuenta de que la soledad es pesada, incluso si hay dinero. A veces, los años te enseñan que no es el éxito lo que te sostiene, sino saber levantarte y tener a alguien que te entienda, aunque sea por un instante.
Su voz, llena de una melancolía que resonó con la mía, me sorprendió. Mateo, el tipo guapo y mayor, con ese aire tranquilo, también cargaba sus propias cicatrices. De repente, la brecha de edad parecía menos importante que el abismo de la experiencia. No, no era un posible interés amoroso, no de esa forma, pero era un alma afín, alguien que comprendía la lucha, la decepción.
Escena 5: El Refugio Organizado (Garaje de Mercedes, Atardecer)

Llegamos al garaje de Mercedes. La camioneta de Laura no estaba, afortunadamente. Mercedes nos recibió con su calidez habitual.
—¡Valeria, qué bueno que vinieron! Ya estaba pensando en ustedes.
Con la ayuda de Mateo, ordenar los estantes de Yolanda fue mucho más fácil. Mercedes observaba, sonriendo. Ver los armazones metálicos tomar forma, los ganchos listos para la ropa, me dio un propósito. Colgar las primeras prendas en los estantes, ver cómo se transformaban de un montón arrugado en algo con potencial, fue una pequeña victoria. Era como si, a pesar de todo, estuviera construyendo algo.
Jimena, entretanto, jugaba con Kafka, quien parecía haberse adaptado a su nuevo rol de "perro-niñera". Verla reír, ajena a la gravedad de la situación, me recordó por qué seguía luchando.
Escena 6: La Incertidumbre de la Noche (Apartamento de Mateo, Noche)

De vuelta en el apartamento de Mateo, mientras Jimena dormía profundamente, mi mente no podía parar. La amenaza en la tienda se sumaba al hecho de no tener dónde vivir. El apartamento donde vivía ya estaba alquilado, Tenía que buscar otra alternativa. La amabilidad de Mercedes y la presencia de Mateo eran un bálsamo, pero sabía que no podía depender de ellos para siempre. Miré a Jimena, su pequeña mano fuera de la manta. Ella era mi motor, mi razón. Pero el camino por delante era una oscuridad que me asustaba.
Manual de Mamá para no Rendirse




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