La Tormenta en la Tienda (Mañana)
El lunes amaneció gris, tan gris como mis perspectivas. Jimena y yo nos despedimos de Mateo y Kafka, y yo la dejé en la escuela con un nudo en el estómago. El dinero de la venta del domingo pesaba en mi bolsillo, un pequeño alivio, pero la verdadera prueba esperaba en la tienda de cosméticos.
Al llegar, el ambiente era glacial. Los ejecutivos de la casa matriz, dos hombres y una mujer con rostros de piedra, ya estaban sentados en la oficina de Mireya. Sus miradas me taladraron cuando pasé. Mireya, con la mandíbula tensa, me hizo una seña para que entrara.
La reunión fue una formalidad helada. Nos pagaron nuestras quincenas –el salario que me permitía respirar un poco–, pero el discurso que siguió fue un latigazo.
—Señoritas —dijo uno de los hombres, su voz tan pulcra como su traje—, tenemos un reporte sobre irregularidades en esta sucursal. Horarios flexibles, ausencias injustificadas, y resultados que, francamente, son decepcionantes. Esta es una advertencia. Si las cosas no cambian, habrá despidos. O, peor aún, consideraremos el cierre definitivo de esta sucursal.
El mundo se me tambaleó. Mireya me lanzó una mirada cargada de resentimiento, y con razón. Mi problema del viernes la había arrastrado. Los ejecutivos me exigieron una explicación por mi ausencia. La verdad se derramó de mi boca como un torrente: el desalojo, la noche en casa de un vecino, el pánico de no tener dónde vivir.
La mujer, sorprendentemente, se ablandó un poco. —Entendemos que las situaciones personales pueden ser difíciles, señorita Valeria. Pero el negocio es el negocio. Le daremos una oportunidad. El día de hoy, el lunes, lo tiene libre. Sin pago, por supuesto. Utilícelo para "ordenar su vida", como dice usted. Pero mañana esperamos que esté aquí, con la cabeza fría y cien por cien dedicada a sus responsabilidades. Y que esto no se repita. Ni usted, señorita Valeria, ni usted, señorita Mireya, tienen margen de error.
Salimos de la oficina y Mireya estalló. —¡Valeria, esto es tu culpa! Mi empleo está en peligro por tus problemas. ¡No puedo creerlo!
Entendía su frustración, su miedo. Mi vida era un desastre que se esparcía. Me disculpé, pero sabía que las palabras no bastarían.
La Sombra en los Pasillos (En la Tienda, Después de la Reunión)
Mientras Mireya y yo discutíamos a flor de piel, vi a Daniel, un compañero, pasar cerca de la oficina. Tenía una sonrisa que no le llegaba a los ojos y una chispa de malicia. Daniel siempre había sido ambicioso. Sabía que deseaba el puesto de Mireya, y yo, por mi parte, había sentido sus miradas, como si midiera mi potencial, mi capacidad para escalar. Ahora caía en la cuenta. Los "reportes" y "rumores" sobre nosotras no venían solo de la casualidad. Daniel, con su aire de chico bueno, seguramente había estado malinformando a los de la casa matriz, pintándonos como irresponsables o, en mi caso, como una amenaza para su propio ascenso. Era una puñalada por la espalda, y en mi estado actual, dolía el doble. La traición se sumaba al peso de los problemas.
La Solución Creativa y el Apoyo de Mateo (Tarde)
Con el día libre forzado, no había tiempo que perder. Lo primero fue llamar a Yolanda, mi mentora. Le expliqué la situación, la necesidad urgente de más ropa para la venta de Mateo.
—¡Desalojada y bajo amenaza de despido! —exclamó Yolanda, pero su voz no era de pánico, sino de desafío—. ¡No hay problema, Valeria! Esto solo significa que tienes que volar más alto. Te diseñaré unas hojas volantes para pedir ropa usada a domicilio. Las tendrán listas hoy mismo. Mateo puede ir recogiéndolas en los barrios cercanos cuando no esté en el garaje. ¡Pondremos su número de teléfono!
Mi cerebro empezó a funcionar. Pedir ropa usada. Era una forma de crecer el inventario sin inversión. Recordé a la señora que me regaló la ropa de su nieta, la abuela del barrio que siempre tiene cosas que dar. Si podía contactar a gente así...
Le pedí a Mateo que me llevara al barrio de la señora que me había dado la primera donación. No solo me dio más ropa, sino que me contactó con otras dos vecinas que también tenían bolsas llenas de tesoros. Con cada nueva donación, el inventario de Mateo crecía, asegurando que tendría qué vender de lunes a sábado. Era una chispa. Una pequeña victoria en un día lleno de golpes.
Una Amistad que Florece (Tarde-Noche)
De regreso al apartamento de Mateo, mientras Jimena jugaba con Kafka, el ambiente se relajó un poco. Mateo, que había pasado parte del día organizando las donaciones en el garaje de Mercedes, me miró mientras yo ordenaba unas prendas.
—Sabes, Valeria, la otra vez mencionaste que tu sueño era una cafetería-librería. Tengo una máquina de café profesional que no uso. Podríamos, no sé, para ir probando la idea, ponerla un día en el garaje. Podríamos ofrecer café a la gente que venga a ver la ropa. Gratis al principio, solo para ver qué tal. Es solo una idea, por supuesto.
Su propuesta, casual pero cargada de visión, me hizo sonreír. Era Mateo, ese hombre mayor, jubilado, con sus cicatrices, el que estaba viendo más allá de mi caos actual.
—¿Café gratis en una tienda de ropa usada? —dije, elevando una ceja, una sonrisa juguetona asomando—. Eso es de locos, Mateo. Pero me gusta.
Mateo se rio, un sonido grave y sincero. —El caos y la locura parecen ser el ambiente perfecto para los nuevos comienzos, ¿no crees?
Hubo un momento. Una pausa cargada de la comodidad de dos personas que se entienden sin necesidad de grandes gestos. No era coqueteo en el sentido obvio, pero era una conexión, una chispa de complicidad que iba más allá de la amistad. Era el reconocimiento de dos almas cansadas que encontraban un propósito común.
Me sentía agotada, sí, con la incertidumbre laboral pesando como una losa. Pero tenía un techo temporal, a Jimena a salvo, el negocio de ropa en marcha con la ayuda de Mateo, y una mentora que no se rendía. Y, para colmo, la absurda y maravillosa idea de un café gratis en un garaje.
Editado: 28.06.2025