El sol de media mañana calentaba el asfalto cuando me bajé del taxi frente a la casa de Mercedes. Llevaba semanas sin pasar por allí; el tiempo se había esfumado entre la demanda a Andrés, los trámites del juzgado y los primeros pasos de mi cafetería imaginaria. Había prometido visitar a Mercedes y ver cómo iba "Tesoro Escondido" sin mi supervisión diaria.
Desde la calle, la casa de Mercedes parecía más vibrante que nunca. Los tendederos estaban repletos de ropa de colores, secándose al sol. La gente entraba y salía con paquetes, y la música de un reguetón suave flotaba en el aire. Entré por el portón y me encontré a Mateo en su elemento, charlando con una clienta mientras ordenaba una pila de blusas. Kafka, a sus pies, dormitaba placenteramente.
—¡Valeria! —exclamó Mateo, su sonrisa iluminando el patio—. ¡Mira esto! Vendimos casi todo el lote de liquidación en tiempo récord. Tu mentora tenía razón.
Me sentí orgullosa. "Tesoro Escondido" funcionaba con una eficiencia que yo no habría podido lograr sola. Mateo no solo era bueno; era extraordinario. Verlo allí, manejando todo con tanta soltura, me dio la tranquilidad de que mi sueño de la cafetería no era una traición al negocio de ropa, sino una evolución natural.
Mientras Mateo seguía con las ventas, Mercedes apareció de la casa, secándose las manos en un delantal. Sus ojos brillaron al verme.
—¡Mi niña! ¡Ya era hora de que te dieras una vuelta! Pensé que ya habías cambiado los trapitos por las tazas de café.
Nos abrazamos. Sentí el olor a especias y a ropa recién lavada que siempre la acompañaba.
—¿Cómo va todo por aquí, jefa? —le pregunté, observando el ajetreo.
—De maravilla, mi amor. Mateo es un genio. Y déjame decirte, la gente ya está preguntando si se casaron.
Me ruboricé. Los chismes del barrio, como la humedad, se colaban por todas partes.
—Mercedes, no estamos casados. Vivimos en la misma casa, eso es todo.
—Ay, mija, la gente ve lo que quiere ver. Y se ve que hacen buena pareja. Esos ojos de Mateo cuando te mira...
Donaciones, Vecinas y Verdades a Medias
Justo en ese momento, Mateo se acercó con una pila de ropa que no había logrado vender. Eran piezas de buena calidad, pero tal vez los colores o los talles no habían conectado con los clientes.
—Tenemos este inventario que no rota —dijo, rascándose la nuca—. Es ropa muy buena, pero no sale. ¿Por qué no la donamos? Conozco un albergue en una zona marginal del sur donde les harían mucho bien.
—¡Me parece una idea fantástica! —respondí con entusiasmo—. Me encantaría ir, pero estoy a tope con los preparativos del "Café y Tribu". Tengo cita con la abogada y una llamada con Carla.
En ese instante, una joven alta, de unos veintitantos, con el cabello rizado y una sonrisa amable, salió de la casa. Era Laura, la hija de Mercedes. La había visto de niña, y recordaba su inicial recelo cuando llegué al garaje. Pero ahora, su mirada era más abierta, menos escéptica.
—Hola, Valeria. Mi mamá me ha hablado tanto de ti que siento que ya te conozco. Soy Laura.
—Un gusto verte de nuevo, Laura. Estoy pensando en abrir un pequeño café en la placita del barrio. Un lugar para mamás, con libros y un espacio para que los niños jueguen.
Los ojos de Laura se iluminaron.
—¡Qué buena idea! Yo soy diseñadora gráfica freelance. Si necesitas ayuda con el logo o la marca, me encantaría. Y mi mamá siempre ha querido un lugar así cerca.
—¡Claro que sí! Estaría encantada. Y de hecho, estamos justo en un dilema. Mateo necesita una mano para llevar una donación de ropa a un albergue. ¿Les gustaría ayudar?
Laura miró a su madre, y Mercedes le dio un leve empujón.
—Claro que sí, Valeria. Me parece una idea bonita —dijo Laura, con una sonrisa sincera. Sus ojos se detuvieron un instante en Mateo, que apareció por la puerta, y luego volvieron a mí con un brillo particular que no me pasó desapercibido. Yo, que ya había sido advertida por Mercedes sobre los chismes y las miradas de la vecina, no pude evitar notarlo.
—¡Genial! —dijo Mateo, ajeno a cualquier subtexto—. La camioneta está lista.
Mientras Laura y Mateo cargaban las cajas, sentí una punzada extraña. No eran celos, no exactamente. Era más bien una observación, una nueva arruga en el tejido de la vida compartida con Mateo. El universo, a veces, tenía un sentido del humor peculiar, haciendo que la hija de Mercedes, que al principio dudó de mí, ahora ayudara a Mateo en un acto de altruismo que nos unía.
El Chismorreo de la Colonia y la Visita Prometida
Más tarde, mientras Mercedes y Laura ordenaban la ropa, Laura preguntó:
—Mamá, ¿es verdad que Valeria y Mateo viven juntos? La gente lo comenta mucho.
Mercedes suspiró, sacudiendo una blusa.
—Sí, hija, es cierto. Él le consiguió una casa de una clienta suya, con cuartos separados. Están con Jimena.
—¿Y qué pasa con la muchacha que te digo? La vecina que siempre está preguntando por Mateo. Se ve que le tiene ganas.
Mercedes sonrió con picardía.
—Ay, Laura. La gente aquí en la colonia no para de hablar de eso. Dicen que son esposos. Que él la ayudó a salir de la calle y ahora viven juntos. Él con su perrito y ella con Jimena. Es la comidilla del barrio. Valeria me dijo que viven en la misma casa, pero en cuartos separados. Él con Jimena y Kafka están en un ala de la casa, y Valeria en la otra. Él le está dando una mano con la renta y el negocio de ropa. Es una ayuda, no un romance, al menos no por ahora.
—¿Y tú qué crees? —insistió Laura.
Mercedes sonrió con astucia.
—Yo creo que la vida da muchas vueltas, hija. Y que las apariencias engañan. Pero también creo que las personas buenas merecen cosas buenas. Y tanto Valeria como Mateo son muy buenas personas. Ya veremos qué les depara el destino. Pero de que hacen linda pareja, la hacen.
Laura asintió pensativa, la imagen de Mateo ayudando a cargar cajas, grabada en su mente.
Editado: 28.06.2025