Londres 1327.
Aquellos tres hombres corrían despavoridos por la callejuela. No sabían que era lo que los perseguía, pero sabían que si no huían su vida terminaría en ese instante.
¿Un animal? ¿Un monstruo? ¿Un demonio?
Fuera lo que fuese aquella criatura tenía fuerza sobre humana y era más veloz que cualquier otra cosa que hubieran visto antes.
Un golpe desde la penumbra los hizo caer y lastimarse con las botellas rotas que había en el suelo. La criatura se abalanzó sobre ellos con gruñido espeluznante, pero una de sus presas logró escabullirse.
Aquel hombre corrió con todas sus fuerzas a pesar del dolor por las heridas del brazo y su pierna, además del cansancio por el aire que no lograba llenar sus pulmones por la carrera. Al ver hacia atrás, se dió cuenta que en realidad se trataba de dos hombres y no criaturas.
Aterrorizado por lo que aquello significaba apresuró el paso hasta la cabaña. Volvía la vista cada pocos segundos, tratando de asegurarse que nadie le persiguiera, pero, aunque no había un alma a sus espaldas, podía sentir esos ojos endemoniados penetrando su interior.
—¡Valery! ¡Abre la puerta, soy yo! — Decía mientras la aporreaba al encontrarla cerrada del otro lado.
Ella apareció de inmediato al escuchar su voz.
— Pero ¿qué te ha ocurrido? — preguntó alarmada al verlo herido y tan pálido como ella.
A pesar del olor a sangre fresca, su preocupación por él le ayudó a ignorar su sangre. En esos momentos era más valiosa si lograba mantenerla dentro de él.
— Estaba en la taberna y cuando salimos algo nos atacó. Nos ha perseguido casi todo el camino — explicó sin aliento. La carrera lo dejó cansado y con el corazón trotando cual caballo galopando a campo abierto.
Al escuchar aquello ella se levantó para ir a trancar la puerta de nuevo y apagó todas las velas dejando solo la lumbre de la chimenea.
—¿Qué ocurre? — preguntó él al verla correr siendo un borrón de un lado a otro.
Pasó el dorso de su mano sobre su frente, estaba llena de sudor, aunque estaban cerca del invierno.
Se sentó junto al fuego sintiéndose más nervioso al ver a Valery moviéndose tan deprisa que apenas y si distinguía su figura.
—¿Viste que fue lo que te atacó? — preguntó acercándose a él con agua limpia y unos paños secos.
— Yo... No... No estoy seguro — dijo tratando de borrar el recuerdo. Además, que no quería ofenderle con su reacción.
—¿Cómo era? — Insistió sentándose a su lado para comenzar a limpiarle la herida del brazo.
— Eran dos hombres — comenzó sin mirarla —. Eran demasiado fuertes. Los otros dos que corrían conmigo no tuvieron tanta suerte como yo — dijo apartando la mirada como si con ello alejara la vista del recuerdo—. Creí que solo tú... Que no había más... Que... — Las palabras se le atropellaban mientras sentía su corazón volver a agitarse ante el recuerdo. Y aunque deseaba no mostrarse temeroso ante ella, su cuerpo evidenciaba lo vulnerable que sentía.
Claramente estaba asustado. Valery nunca le había comentado nada específico sobre sus cacerías y mucho menos le había permitido contemplar aquellas sangrientas escenas. Ahora al ser testigo de una y ser atacado era de esperar su sorpresa y temor.
— Quédate tranquilo — habló con voz cariñosa cociendo la herida. Puso su fría mano sobre su pecho sintiendo el palpitar de su corazón. Era un ritmo especial y apreciaba cada latido. Él reaccionó al contacto de su piel, que aún sobre la tela de su camisa podía sentir lo fría que era —. Ha sido una pena lo de esos hombres — añadió mostrando empatía ante su temor.
Él asintió y observó cómo ella había cerrado sus heridas llenando sus dedos de sangre.
— Lamento hacerte pasar por esto — dijo acariciando su cabello mientras ella cubría la herida de su brazo con un trozo de tela.
Valery le sonrió con cariño.
— No es tu culpa ser tan apetitoso — respondió besando la palma de su mano.
De pronto, Valery percibió unos pasos en el exterior. Se levantó de inmediato y lo llevó a toda prisa hacia su habitación pues podía ponerse llave por dentro.
Salió con la luz de una vela. No la necesitaba, sus ojos veían perfectamente, pero si se trataba de algún campesino no quería que la confundieran con un espectro.
Bajó los escalones buscando en la penumbra la presencia de alguien más. Un golpe la derribó arrastrándola hacia el interior del bosque. La sujetaban por las muñecas con tal fuerza que si ella fuera una mortal sus manos ya no estarían unidas a sus brazos. Sin dejarse vencer dió un golpe certero contra su atacante lanzándole lejos.
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Editado: 02.08.2018