Ashley
Mi vida es como un muro de miedos que me hace sentir atrapada, como si estuviera en un callejón oscuro y sin salida. Recuerdo un día aterrador en el que mi abuela me pegó y encerró en un armario, un espacio pequeño y tenebroso, sin luz, ni comida, ni bebida. Pasé un tiempo interminable ahí, pero, milagrosamente, mi abuelo logró sacarme de ese encierro y curó mis heridas. Él siempre ha sido mi héroe, a pesar de su problema de corazón. Intento cuidarlo como merece, ya que mi abuela no le presta la atención necesaria y lo descuida bastante. Verlo en ese estado me rompe el alma; no quiero perderlo porque él es mi mundo entero. Mi abuelo ha dejado de comer y se siente muy débil, apenas puede valerse por sí mismo.
Tan solo cuatro días después de que intentara, con la ayuda de mi tío, localizar a mi padre sin éxito, mi abuelo falleció, dejándome sola para siempre. Si tuviera que describir mi vida a los 15 años, diría que no es precisamente perfecta. Supongo que hay otros niños que están sufriendo tanto como yo o incluso más, dependiendo de las circunstancias que les ha tocado vivir.
Mi madre falleció cuando yo tenía doce años. Ese fue un momento muy difícil en mi vida. Mi padre trató de hacerse cargo de mí, pero no pudo hacerlo debido a la profunda tristeza y ansiedad que lo consumían tras la pérdida de mi madre. Como resultado, terminé viviendo con mis abuelos, quienes me han brindado su cuidado desde entonces pero mi abuela comenzó a tratarme mal
Afortunadamente, crecí en España, un país con sus propios desafíos, pero donde hay democracia .
Sin embargo, la familia de mi madre es de Nigeria, mientras que la parte de la familia de mi padre proviene de Italia y Londres.
Hoy es un día muy triste para mí. Estoy sentada en un banco, sola, mirando un pequeño estanque donde los niños juegan con los peces. Puedo ver sus sonrisas y la alegría en sus rostros, mientras las lágrimas caen por mis mejillas, marcadas por la pérdida de mi abuelo. Me siento completamente sola, como si caminara en un sendero lleno de espinas, desorientada porque dependía de él. Ahora, cada vez que tropiezo, me cuesta más levantarme sin su ayuda.
Aun así, me resulta casi imposible asimilar que ya no está a mi lado. Me siento rota por dentro, como si algo me hubiera arrancado una parte de mí; mi abuelo era mi héroe, mi luz, mi todo. En este momento, solo me queda mi abuela, que parece odiarme aunque no sé por qué.
De repente, escucho unos pasos detrás de mí. Al volverme, veo a mi tío acercarse y sentarse a mi lado, ambos en silencio, ensimismados en nuestros pensamientos sobre la pérdida de mi abuelo.
Un rato después regresemos a mi casa y, al cruzar la puerta, los recuerdos me golpean la cabeza, haciendo que las lágrimas de amargura fluyan por mis mejillas. Mi tío me abraza con fuerza. Aún no sé nada de mi padre; parece como si se lo hubiera tragado la tierra. He intentado ponerme en contacto con él a través de familiares en Italia y Londres, además de buscarlo en redes sociales, pero no he tenido éxito, lo que me lleva a pensar lo peor.
Trato de mantenerme ocupada con mis estudios y en conversaciones con Miriam, quedando con ella en alguna cafetería o simplemente paseando, en un intento de ahuyentar el lamento y la desesperación que cada vez se vuelve más pesada sobre mis hombros.
Hoy me encuentro en un pequeño parque, charlando animadamente cuando, de repente, escucho que me llama mi abuela con tono severo. Me despido rápidamente de Miriam y salgo corriendo hacia casa. Al llegar, respiro hondo y cuento hasta diez antes de entrar. Dentro, veo a mi abuela sentada en su sillón habitual. En cuanto me ve, sin motivo alguno, me grita que soy un estorbo para ella, canalizando toda su rabia conmigo. Después de desahogar su frustración, me manda a mi habitación sin permitirme comer. Sin protestar, me dirijo a mi cuarto, sintiendo el peso de su furia a mi alrededor.
Al entrar, me cambio y me pongo la pijama. Después, me tumbo en la cama y alcanzo mis auriculares que están sobre la mesita de noche junto a mi móvil. Coloco los auriculares sobre mis oídos y enciendo un poco de música en el teléfono. Dejo que las suaves melodías me envuelvan, permitiéndome relajarme y escapar de este mundo caótico que me rodea. Poco a poco, me dejo llevar por la música y, finalmente, caigo en un profundo sueño, alejándome de toda preocupación.
Al día siguiente, me despierto y empiezo a prepararme para ir al instituto. Sin embargo, sé que mis compañeros serán crueles conmigo debido a mi peso, lo que hace que cada día se convierta en un verdadero desafío. A pesar de esto, hay un profesor que siempre está ahí para defenderme de esos abusadores. Su apoyo es una luz en medio de este oscuro camino que estoy atravesando. Es el único maestro que realmente ha hecho algo para ayudarme en este infierno que vivo día tras día. Por otro lado, he decidido no contarle nada a mi tío ni a mi amiga Miriam, ya que no quiero que se preocupen por mí.
Una vez que terminé de vestirme, me dedico a organizar mi mochila con todo lo que necesitaría para el día.
Agarro mi móvil y lo guardo en el bolsillo de mi chaqueta luego tomé los auriculares y me los puse alrededor del cuello. Salí de mi habitación y comencé a caminar hacia el salón. Al llegar allí, noté que mi abuela no estaba, así que aproveché la oportunidad para desayunar algo rápido.
Entro en la cocina y decidí calentar una taza de leche en el microondas. Mientras espero agarro un paquete de galletas y lo coloco sobre la mesa. En ese momento, escucho un ruido que me indica que la leche ya estaba lista. Abrí el microondas y la saqué, colocando la taza sobre la mesa de inmediato. Una vez que todo estuvo listo, comencé a desayunar tranquilamente.
Después de terminar mi desayuno, limpié la mesa y lavé mi taza y plato para evitar que mi abuela me regañara por no dejar la cocina limpia. Satisfecha con haber hecho todo bien, salí de la cocina caminando hacia la puerta de casa.