Ashley
A veces, a pesar de que el corazón tiene la certeza de que debe dejar el pasado atrás y seguir adelante, la mirada se aferra a lo que fue... sujeta a un recuerdo vívido, a una promesa silenciosa que el alma no encuentra en la manera de soltar. Dejo mis pensamientos profundos por un lado Carlos me comienza hablarme.
—Perdona, no te vi —Me, su tono lleno de una mezcla de sorpresa y disculpa.
—No pasa nada —Respondo, mientras él me observa detenidamente, sus ojos explorando cada detalle de mi rostro, y veo como se muerde su labio inferior así que decido hablar
—Bueno, tengo que irme con mi familia, así que... adiós —, apretando un poco los labios mientras me alejo, dejando atrás un momento un poco extraño.
Mientras me distancio, percibo su mirada fijándose en mí, como un hilo invisible que aún intenta unirme a algo que ya ha dejado de ser. La presión en mi pecho se intensifica ligeramente, pero continúo avanzando con pasos decididos y firmes.
No es un proceso sencillo. No lo será de inmediato, eso lo sé. Sin embargo, en mi interior, una voz suave y serena me susurra que he tomado la decisión de priorizarme a mí misma. Me recuerda que merezco seguir adelante, a pesar de que una parte de mi corazón anhele volver la vista atrás una vez más.
Esa voz interior es mi aliada en este camino. Aunque cada paso esté cargado de nostalgia y dolor, me apego a la certeza de que estoy eligiendo lo que es mejor para mí. Sigo avanzando, enfrentando la dificultad de dejar atrás lo que conocí, pero con la esperanza de encontrar nuevas oportunidades y avanzar hacia un futuro más luminoso.
Pero hoy decido no hacerlo. Hoy opto por seguir hacia adelante, manteniendo mi propio ritmo, segura de que cada paso que doy me acerca más a mi propio bienestar.
Regreso junto a ellos y continuamos explorando el museo. Caminamos por las diversas salas, admirando las obras de arte que nos rodean, hasta que nos detenemos frente a un magnífico cuadro que representa a una niña. Su expresión está cargada de tristeza y emoción, y al mirarla, siento que me transmite sensaciones inexplicables que me conmueven profundamente. Es como si, a través de esa obra, pudiera conectar con los sentimientos ocultos que reflejan sus ojos. 
Me quedo observando el cuadro, pensando en mis pensamientos, cuestionándome si alguna vez también he reflejado esa tristeza en mi propia vida. Intenté recordar algún momento de mi infancia, anhelar una conexión con mi historia personal... pero, al mismo tiempo, me di cuenta de lo lejos que he llegado y del amor que ahora me rodea.
Hay una frase que resuena en mi mente: Quizás, en algún momento, yo también tuve esa misma mirada. Una mezcla de miedo y esperanza, buscando algo que no sabía si podría encontrar...
De repente, mi padre se acerca, habiendo notado que estoy absorta en la contemplación del cuadro. Con un gesto sencillo pero profundo, coloca su mano sobre mi hombro. Su toque es suficiente para recordarme todo lo que necesito: que ya no estoy sola, que mi historia no se ha definido solo por la tristeza.
Tal vez le susurro que las niñas tristes también crecen para convertirse en mujeres valientes. Ese instante se convierte en una expresión de ternura silenciosa entre nosotros. Papá permanece a mi lado, su mano cálida reposando en mi hombro. No dice nada más, y no es necesario. El simple peso de su mano y su presencia serena me recuerdan cuánto he dejado atrás. Ya no estoy atrapada en esos días en los que todo parecía perdido. Ahora tengo un hogar, una familia, un lugar donde puedo florecer.
Cierro los ojos por un momento, permitiendo que esa certeza me envuelva como una suave manta. Y ahí, frente a la niña del cuadro, me hago una promesa silenciosa:
Voy a cuidar de la niña que fui. Voy a proteger su risa, su alegría, su fe en el futuro. Voy a ser la mujer valiente que ella soñaba ser.
Cuando abro los ojos, la tristeza que antes me oprimía el pecho ya no tiene el mismo peso. Está presente, por supuesto, como parte de mi historia, pero también siento algo nuevo: luz, fuerza, esperanza.
Sonrío levemente, consciente de que este pequeño momento, resguardado en lo más profundo de mi corazón, se convertirá en uno de esos recuerdos que me acompañarán siempre. Justo entonces, escuchamos un quejido proveniente del estómago de Noel, indicándonos que tiene hambre, lo que provoca que nos riamos juntos. Al salir del museo, decidimos caminar hacia un bar cercano.
Llegamos al bar cercano, todavía riendo por los gritos de hambre de Noel que resonaban en el aire. El lugar posee un ambiente acogedor, con luces cálidas que iluminan suavemente el espacio, un delicioso aroma a pan recién horneado que se mezcla con el murmullo tranquilo de las conversaciones dispersas entre las mesas.
Nos acomodamos en una mesa junto a la ventana, donde la luz del atardecer mece los contornos de los objetos. Noel toma el menú con emoción, casi como si se tratara de un mapa del tesoro, y comienza a examinarlo con una seriedad exagerada que provoca sonrisas.
—¿Cómo se supone que uno elige entre tantas opciones? —se queja de manera dramática, lo que lleva a Miranda a soltar una carcajada, contagiando su alegría a todos nosotros.
Papá, con una sonrisa cómplice, le da una palmada en la espalda con afecto paternal.
—Empieza por algo que puedas pronunciar —le aconseja en tono de broma, haciendo que Noel ponga los ojos en blanco pero sin dejar de sonreír.
Mientras ellos discuten animadamente sobre qué pedir, yo hojeo el menú sin prisa; sin embargo, más que hambre, siento una felicidad tibia que se instala en mi pecho, una calidez que se asesura desde lo más profundo. Es uno de esos momentos simples que antes solía pensar que estaban lejanos de mi realidad, y que ahora, en este instante, se han convertido en parte de mi día a día.
Levanto la vista y observo a mi familia: sus risas, los gestos que hacen al expresar cada broma y cada historia, ese cariño que fluye de manera natural, sin necesitar de palabras. Y en ese instante, caigo en la cuenta de algo importante.