Ashley
El sol brilla intensamente en el cielo cuando finalmente regreso a casa, pero en mi interior todo parece envuelto en una profunda y grisácea desesperanza. Avanzo con determinación hacia el jardín, un lugar que conozco bien por ser el refugio habitual de Noel a esta hora. Al llegar, lo encuentro sentado bajo el árbol que tantas veces hemos compartido. Sin embargo, hoy… todo se siente diferente.
Con paso firme me acerco a él, y cuando levanta la vista y me sonríe, no tiene ni idea de lo que se avecina.
—¿Podemos hablar? —le pregunto, sin esperar su respuesta. Me planto frente a él, con las piernas cruzadas y mi corazón latiendo con fuerza.
Noel asiente, visiblemente confundido por la expresión en mi rostro.
—Anoche… escuché tu conversación con mi papá.
El cambio en su postura es inmediato. La sonrisa se esfuma de su cara y se queda inmóvil, parpadeando como si le costara procesar lo que acabo de decir.
—Ashley, yo…
Levanto la mano suavemente, no para callarlo, sino para pedirle que me escuche primero.
—No vine a reclamarte, solo necesitaba saber si lo que dijiste era cierto. Si ese “te amo” que pronunciaste fue genuino.
Noel traga saliva, su mirada fija en mí.
—Es verdad. Cada palabra.
—¿Desde cuándo? —pregunto, sintiendo cómo mi voz tiembla—. ¿Desde cuándo me amas en silencio?
—Desde que empezaste a reír sin miedo. Desde que dejaste de hundir la mirada en el suelo. Desde que volviste a ser tú… incluso en medio de tus heridas.
Me cubro el rostro por un momento. La presión en mi pecho es tan intensa que provoca dolor. Escuchar esas palabras de su boca, mirándome con esa sinceridad, es demasiado abrumador.
—¿Por qué nunca me lo dijiste?
—Porque te veía sanar. Y temía ser un obstáculo en tu camino.
—Y en vez de eso, me dejaste llena de confusión —respondo, sosteniendo su mirada—. Me hiciste sentir segura, pero ahora… me has dejado con tantas preguntas. ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué no antes?
—Porque antes no me sentía digno. Porque eras una herida abierta y yo quería ser tu cura, no una carga más.
El silencio se vuelve denso entre nosotros. Mis manos tiemblan, incapaces de encontrar paz.
—Noel… no sé qué siento. Te prometo que desearía tenerlo claro. Te quiero, eso es indudable. Pero no sé si lo que siento es amor… o gratitud… o un profundo miedo a perderte.
Él baja la mirada, y puedo notar el dolor en su expresión, pero no me presiona, lo que me tranquiliza.
—Solo quiero que seas honesta contigo misma. Si lo que sientes por mí es confusión, está bien. No te fuerces a corresponder algo que aún no estás lista para sentir.
—No me estoy forzando —le aseguro, con voz suave—. Pero sí necesito tiempo. Y espacio. La verdad que buscaba, ya la tengo. Ahora solo necesito encontrar la mía.
Noel asiente, aceptando mi necesidad. No intenta detenerme, ni me ruega que me quede.
—Estoy aquí, Ashley. No como alguien que espera algo a cambio… sino como quien se queda, aún sin ser elegido.
En ese instante, mi mirada se inunda de lágrimas. Me doy cuenta de que no hay amor más grande que ese:
el que permanece, aun sin garantía de ser correspondido.
El nudo que siento en mi pecho permanece tenso mientras camino de regreso a casa. Las palabras de Noel resuenan en mi interior como un eco suave, persistentemente presente y difícil de ignorar.
Al cruzar el umbral de la puerta, el silencio me envuelve con una sensación acogedora. En la cocina, encuentro a Miranda y Luz: una se dedica a preparar limonada, mientras la otra pela fruta con la calma que ella irradia, convirtiendo lo cotidiano en momentos de serenidad. Me perciben apenas entro en la habitación.
—¿Cómo estás? —pregunta Miranda, su voz siempre acompañada de una dulzura que se siente como un abrazo genuino.
No respondo. En lugar de eso, me acerco en silencio y me dejo caer en la silla más cercana. Apoyo los codos en la mesa y cubro mi rostro con las manos, buscando en esa oscuridad un momento de respiro.
—Fue con Noel, ¿verdad? —afirma Luz, su tono carece de juicio y está lleno de comprensión.
Asiento sin levantar la vista. Sin embargo, en ese instante, siento una mano suavemente apoyada en mi hombro. Es Miranda. Luego, una segunda mano se posa en mi espalda. Luz.
—Lo escuché anoche —susurro, la voz temblando—. Confesó a mi papá que está enamorado de mí.
Ambas parecen no sorprenderse. Simplemente me escuchan y eso, en este momento, es todo lo que necesito.
—Hoy tuve el valor de confrontarlo. Le hice la pregunta directa. Me respondió que es verdad… que no espera nada a cambio. Solo quería que yo lo supiera —agrego con una voz quebrada.
—¿Y tú qué sientes? —indaga Luz, su tono suave y comprensivo.
—Confusión. Cariño. Culpa. Y miedo. Miedo a hacerle daño, miedo a no saber cómo amarlo… miedo a reconocer si realmente sé lo que es amar —susurro, mis palabras apenas audibles.
Miranda se sienta a mi lado y toma suavemente mi mano entre las suyas.
—Amar no siempre significa elegir de inmediato. A veces también implica tomarse un tiempo. Escucharte a ti misma. Comprender que mereces ese tiempo antes de ofrecer respuestas.
—Y tú estás creciendo, Ashley —añade Luz—. Estás comenzando a darte ese tiempo. Ese respeto hacia ti misma. Eso también es amor… por ti.
Una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla, y Miranda la seca con su pulgar, en silencio, sin necesidad de más palabras. En este instante no requiero explicaciones; solo este silencio compartido en el que encajan todas mis dudas.
Nos quedamos así. Tres mujeres diferentes, unidas por un lazo invisible pero extraordinariamente fuerte: el valor de escucharnos, de acompañarnos mutuamente, de permitirnos experimentar nuestras emociones.
Y, por primera vez en mucho tiempo, me siento menos desorientada. No porque haya encontrado respuestas. Sino porque estoy rodeada de personas que me enseñan que no tener respuestas… también está bien. Pero mi corazón parece tener otro mensaje que susurrar.
La noche ya ha llegado. La casa es un remanso de silencio, interrumpido solo por el sutil crujido de la madera que suena cuando el viento sopla suavemente.