Ashley
Han pasado cuatro años desde que comenzó este viaje en mi vida, y en todo este tiempo he sentido que mi alma ha estado sumida en la confusión. Sin embargo, he tenido conversaciones enriquecedoras con mi querido super tío sobre Carlos y Noel. Él me ha aconsejado que permita que mi corazón me guíe en lugar de dejarme llevar solo por la razón.
A pesar de estar muy ocupada con mis estudios, aún recuerdo lo que nos había comentado el profesor sobre la importancia de confiar en los sentimientos y emociones que surgen desde lo más profundo de nuestro ser. Esas enseñanzas resonaron en mí, invitándome a abrir la puerta de mi interior y a explorar mis inquietudes y deseos, que a menudo se entrelazan para orientarnos en nuestros caminos.
En este proceso, he descubrierto que mi corazón se convierte en una brújula, un faro que ilumina mi trayecto en medio de la incertidumbre. Muchas veces, la razón puede actuar como un velo, impidiéndome ver la verdad que reside en mis emociones. Por eso, es fundamental escuchar con atención esa voz interna que resuena con mis anhelos más sinceros y que me impulsa a seguir un camino auténtico y lleno de significado.
Reflexionando sobre las decisiones que he tomado en el pasado, me doy cuenta de que muchas de ellas fueron impulsadas por el miedo o la lógica, y, en consecuencia, a menudo no reflejaron lo que realmente deseaba. Este aprendizaje me ha llevado a valorar la valentía necesaria para seguir lo que mi corazón me susurra, incluso cuando el camino no parece seguro o predecible.
Finalmente, me embarco en un viaje de autodescubrimiento, reconociendo que dejar que mi corazón me guíe no implica abandonar la razón, sino encontrar un equilibrio entre ambas fuerzas. Me comprometo a ser fiel a mí misma y a permitir que mis emociones se conviertan en una fuente de inspiración y claridad en mi vida. Este equilibrio será esencial para construir un futuro que resuene con mi verdadero yo.
Justo ahora mismo estoy entrando a la cocina, me encuentro a papá sentado a la mesa, disfrutando de una taza de café en completo silencio. No parece tener prisa. Su mirada está fija en la ventana, como si en ese instante estuviera emprendiendo un viaje introspectivo.
—¿Puedo sentarme contigo? —le pregunto, con una voz apenas audible.
Él gira lentamente su cabeza hacia mí, asiente con una leve sonrisa y me invita a ocupar el lugar a su lado al dar un pequeño golpe en la silla.
—Claro que sí —responde con amabilidad.
Nos envolvemos en un silencio que dura unos segundos, un momento en el que se siente la conexión entre los dos. Luego, sin saber bien cómo, las palabras comienzan a fluir de mis labios.
—Papá… ¿alguna vez has sentido que amabas a dos personas a la vez? —pregunto con cautela, como si mi confesión pudiera romper algo en la atmósfera entre nosotros.
Él no parece sorprendido en absoluto. Con una calma serena, coloca su taza sobre la mesa con cuidado, como si ya supiera que esta conversación era inminente.
—Sí —afirma tras una breve pausa
—. Aunque no me refiero al amor romántico. A lo largo de mi vida, he querido dos futuros posibles. Dos caminos que me hacían sentir completo… pero también roto al mismo tiempo.
Lo miro fijamente, atónita. Su respuesta me toma por sorpresa. La honestidad de sus palabras me conmueve.
—¿Y qué decidiste hacer? —pregunto, intrigada.
—No tomé una decisión por miedo o por obligación. Tampoco lo hice pensando en lo que los demás esperaban de mí. Escogí el camino que me permitía respirar. Donde podía ser yo mismo… sin necesidad de disculpas.
Su voz suena firme y serena, transmitiendo una sabiduría que me ayuda a calmar mis pensamientos.
—Ashley, no estás confundida porque no sepas amar. La confusión proviene de que, por primera vez, estás escuchando a tu corazón. Y eso… puede ser aterrador.
Conmovida, me cubro la cara con las manos, sintiendo el peso de sus palabras.
—Tengo miedo de lastimar a alguien. Y también de hacerme daño a mí misma —confieso, dejando salir mis temores más profundos.
—Eso solo significa que tu amor es genuino —responde papá con una claridad que me reconforta—. Sin embargo, a veces el corazón no elige para complacerse, sino para sanar.
Un silencio profundo se establece entre nosotros. En medio de esa quietud, empiezo a sentirme más ligera, como si una parte de mí se estuviera liberando.
Papá me observa con ternura y, antes de levantarse de la mesa, deja su taza vacía sobre la superficie.
—No tienes que tomar una decisión hoy, hija. Solo asegúrate de que, cuando llegue el momento, no lo hagas por miedo a huir… sino para quedarte contigo misma.
Entonces, con esa voz suya que combina ternura y una fuerte dose de realidad, me dice:
—Ashley… muy pronto cumplirás diecisiete años.
Levanto la mirada, sorprendida. No lo había considerado. He estado tan inmersa en mis propios sentimientos que he perdido de vista el calendario.
—Y también —prosigue, esbozando una sonrisa suave—, próximamente estarás en la universidad, comenzando una etapa completamente nueva en tu vida.
Asiento lentamente, tragando saliva.
—Lo sé —le respondo en un susurro.
—No estoy diciéndolo para presionarte —aclara—. Solo quiero recordarte que estás en proceso de crecer. Cada decisión que tomes ahora te va formando como persona. Pero también tienes el derecho a cometer errores, a cambiar de opinión y a no tener todo claro en este momento.
Sus palabras me tocan profundamente. No me está pidiendo respuestas concretas ni exigiendo que tenga un plan definido. Simplemente me está recordando que la vida continúa… y que yo aún soy parte de ella.
—A veces desearía poder congelar el tiempo —confieso con un tono melancólico—. Quedarme aquí, en este instante, donde todavía puedo errar sin enfrentar tantas consecuencias.
Él se ríe suavemente, como si entendiera mis anhelos.