Ashley
Después de haber conversado con Luz, ella se despide y se aleja, dejándome a solas con mis pensamientos. En ese momento, me enfrento a una profunda reflexión. Comprendo que debo ser fuerte, a pesar de las dificultades que enfrento. Coloco mi mano sobre mi corazón y, de repente, empiezo a cantar.
Eres todo lo que necesito en mi vida para ser feliz. Tú eres mi mejor cura y mi medicina.
Cuando llegaste a mi vida, fue como si se tratara de un milagro. Has transformado el resto de mi existencia y has sanado a mi corazón. Agradezco tu cariño, porque gracias a ti he aprendido lo que significa ser amada por alguien especial.
Eres todo lo que necesito en mi vida. Eres tú quien ha conquistado tanto mi corazón como mi alma por completo. No puedo imaginar mi existencia sin tu compañía, y sinceramente, ni siquiera quiero contemplar la idea de que no formes parte de mi vida. 
Justo cuando concluya mi interpretación, mi voz todavía tiembla por la emoción que siento. De repente, una voz conocida resuena detrás de mí:
—¿Sabías que tienes una voz hermosa?
Me giro con rapidez, ansiosa por ver de quién se trata. Allí, en el umbral de la puerta, se encuentra Miranda, con los brazos cruzados sobre su pecho y una cálida sonrisa en su rostro. No parece sorprendida de haberme escuchado cantar; al contrario, su expresión denota un profundo sentido de conmoción. 
Me disculpo, sintiendo cómo el calor del rubor se apodera de mis mejillas al murmurar: Lo siento, no sabía que había alguien cerca.
La otra persona me responde con una sonrisa, acercándose un poco más, y dice
—No tienes por qué disculparte. Fue realmente hermoso lo que dijiste. Y, sinceramente, me alegra haberte escuchado, porque creo que acabas de pronunciarte en voz alta cosas que necesitabas decirte a ti misma desde hace mucho tiempo.
Yo no contesto. En lugar de eso, bajo la mirada, sintiendo cómo las palabras se desvanecen en el aire, y asiento levemente, reconociendo en silencio la verdad de sus palabras.
No digo nada en absoluto. Simplemente bajo la mirada y asiento de manera sutil, sin emitir palabra.
Miranda se acomoda a mi lado y, con ese tono alegre que a veces adopta para aliviar los momentos difíciles, dice:
—Escucha, princesa… hoy no vas a quedarte aquí encerrada con tus pensamientos todo el día. He tomado la decisión de que vamos a disfrutar de un día de chicas.
Al oír esto, levanto la vista, sintiéndome confusa.
—¿Un día de chicas?
—Sí, tú y yo. Sin dramas, sin complicaciones amorosas, sin lágrimas… bueno, al menos no más de dos
—dice entre risas, con un tono ligero y divertido
—. Vamos a salir a caminar, compraremos algo bonito para recordar este día, disfrutaremos de una buena comida y hablaremos sobre cosas que nos hagan reír. ¿Qué te parece?
Me sorprendo al darme cuenta de que estoy sonriendo sin quererlo.
—¿Puedo escoger el lugar donde vamos a comer helado?
—¡Por supuesto! Pero solo si prometes no elegir vainilla
—responde en tono de broma.
—¡Trato hecho!
Miranda me lanza un guiño pícaro, como si ya estuviera disfrutando de la idea.
—Ve a cambiarte. Hoy no es un día para estar en pijama. Hoy celebramos a Ashley. No a la que está llena de confusiones, ni a la que se encuentra en la encrucijada de tomar decisiones difíciles. Solo a ti, tal como eres, en este momento.
Y, por primera vez en días, siento una sensación de ligereza en mi pecho. Puede que aún no haya llegado a resolver nada de lo que me preocupa. Sin embargo, he decidido darme el permiso de tomar un respiro.
Y ese, también, es un acto de amor hacia mí misma. 
Sin perder ni un instante, me levanto del sofá y me dirijo hacia mi habitación. Al entrar, busco entre mi colección de ropa y selecciono un vestido del color que más me gusta, al cual le añado unas zapatillas deportivas. A continuación, comienzo a vestirme; una vez que termino de ponerme el vestido y las zapatillas, decido dejar mi cabello afro suelto, luciéndolo con orgullo.
Luego, tomo mi móvil y lo guardo en mi bolso. También recojo mis gafas de sol, listas para salir. Tras hacer esto, abandono mi habitación y camino hacia el salón, donde me espera Miranda. En ese momento, me doy cuenta de que Noel me está observando. Su expresión me hace sentir que le agrada mi aspecto y eso me llena de confianza.
¿Estás lista? —pregunta Miranda, acercándose hacia mí con una amplia sonrisa en el rostro mientras se coloca sus lentes de sol.
—Estoy lista —le contesto con una energía renovada que no había sentido en varios días.
Al pasar cerca de Noel, él no pronuncia ninguna palabra, pero nuestros ojos se encuentran brevemente. En ese instante, percibo que tiene algo que decirme, que tal vez estaba a punto de pronunciar alguna frase… sin embargo, solo se limita a asentarse con la cabeza en silencio. Ese gesto, tan sencillo, me acompaña en el momento en que cruzo la puerta al lado de Miranda.
—¿Qué fue esa mirada? —pregunta ella con un tono juguetón, sus ojos brillando con curiosidad mientras descendemos lentamente los escalones del porche. 
—Nada —respondo, aunque sé que no es verdad. 
—¿Nada? Ashley, he criado adolescentes. Sé muy bien a qué te refieres con ese nada.
Suelto una risa ligera. Aún no tengo respuestas definitivas, pero hoy… hoy no me siento obligada a proporcionarlas.
Nos dirigimos calle abajo, bajo un cielo despejado y radiante. El aire es fresco y revitalizante, y las calles, en una calma singular, parecen ofrecerme un respiro. Por primera vez en mucho tiempo, tengo la sensación de que está bien simplemente disfrutar del momento.
Porque a veces, sanar significa precisamente eso: optar por respirar profundamente, reír sin reservas y permitir que el corazón encuentre su propio compás. 
El sol baña las calles del centro con su luz dorada mientras avanzo, y Miranda, a mi lado, me relata varias anécdotas de su juventud con tono nostálgico. De repente, nos dirigimos a una pequeña librería que se encuentra en una esquina tranquila. Al entrar, el aroma a papel viejo y tinta me atrapa, creando una atmósfera acogedora. En medio de los estantes repletos de libros, lo veo.