Valle De Sombras

Capítulo 1: El día en que la lluvia no paró.

Nivarith olía a tierra mojada incluso cuando no llovía.

Ese aroma era lo primero que Elena recordaba de su infancia. Más que el rostro de su madre, más que la textura de las sábanas tejidas por su abuela o el sonido oxidado del columpio en el jardín. Era la tierra, el musgo, las hojas húmedas bajo las botas.

Era el bosque que respiraba con ellos, que los observaba en silencio.

Tenía ocho años ese verano, y su mundo aún cabía entre las ramas bajas de los robles que bordeaban la casa. Camila, su hermana menor, tenía seis, y nunca se separaba de ella. A veces eso la molestaba. A veces la reconfortaba. Esa tarde, sin embargo, le hacía gracia verla correr con el vestido empapado, tropezando entre los charcos mientras reía.

—¡Elena, mira! ¡Mira lo que encontré! - gritó Camila desde detrás de una roca cubierta de musgo. Su voz era aguda, viva, como el canto de un pájaro travieso.

Elena la alcanzó resollando. El aire estaba espeso, cargado de humedad, y la brisa traía consigo el eco lejano de truenos que aún no se veían.

—¿Qué es eso? —preguntó, agachándose.

—¿Qué es eso? —pregunto, agachandose.

Camila le mostró una figura pequeña, apenas del tamaño de una mano. Era de madera oscura, tallada a mano, con una forma humana desproporcionada: cabeza grande, brazos largos y delgados, y una boca abierta como si gritara sin sonido.

—Estaba debajo de la piedra -dijo Camila con los ojos brillando—. El me dijo que la tomara.

Elena frunció el ceño.

—¿Quién?

—El que susurra.

Elena soltó una risa nerviosa.

—¿Otra vez con tus cuentos?

—No es un cuento —dijo Camila, bajando la voz-. El vive aquí. En los árboles. Dijo que te conocía.

—¿Ah, sí? ¿Y qué más dijo ese "él"? —Elena intentó sonar burlona, pero su pecho se tensó sin razón.

Camila bajó la mirada al muñeco.

—Que algún día volveríamos a verlo. Que me enseñaría a escuchar como tú.

—¿Qué estás diciendo? —Elena se irguió-. Eso es raro, Cami. No digas esas cosas.

—No estoy inventando.

—No deberías tomar cosas del bosque. A mamá no le gusta. Puede tener bichos —le arrebató la figura y la guardó en su mochila sin pensarlo—. Vamos a casa antes de que empiece a llover de verdad.

antes de que empiece a llover de verdad.

Camila la miró, molesta, pero obedeció.

En el camino de regreso, sin embargo, no cantó como solía hacerlo. Caminó en silencio, mirando de reojo a los árboles, como si esperara ver algo escondido entre la maleza. Y justo antes de entrar al jardín, susurró algo que Elena apenas escuchó.

—El no quiere que te vayas.

—¿Qué dijiste?

—Nada —respondió Camila, subiendo los escalones del porche.

A la mañana siguiente, el cielo era una losa gris. Las nubes colgaban pesadas sobre Nivarith, inmóviles, como detenidas en el tiempo. Elena se despertó inquieta, con la sensación de que algo había entrado a su cuarto durante la noche. Fue directo a su mochila, y la figura seguía allí, con la boca abierta, tan silenciosa como antes.

En la cocina, su madre hervía té con hojas que guardaba para "cuando se avecina tormenta", como solía decir. No hablaba mucho esos días. Había estado rara desde que comenzó el verano, como si algo la preocupara y no supiera ponerlo en palabras.

-Hoy no salen —dijo de pronto, sin mirarlas-. No al bosque. ¿Me entendieron?

—¿Por qué? —preguntó Elena, sentándose a la mesa.

—Porque lo digo yo.

Camila bajó la mirada. Elena sintió un nudo en el estómago.

—¿Mamá? ¿Qué está pasando?

Su madre se detuvo. El vapor del té le empañaba los lentes. Tardó en responder.

—A veces el bosque... despierta cosas que es mejor dejar dormidas.

Ninguna dijo nada.

Fue por la tarde cuando todo ocurrió.

Estaban en el jardín, trenzando ramitas para hacer coronas de hojas secas, una costumbre que Camila adoraba. Elena se levantó para buscar hilo en la cocina. Tardó, a lo mucho, un minuto.

Cuando regresó, Camila ya no estaba.

—¿Camila? —llamó, sonriendo al principio—. ¡Ya sé que estás escondida!

Nada.

Ni risas.

Ni pasos.

cerca.

Solo el murmullo leve de los árboles al otro lado de la cerca.

—Camila... ya, sal. No es gracioso.

Comenzó a caminar por el jardín. Recorrió el lado izquierdo, detrás del columpio. Luego se asomó entre los arbustos. Nada. Corrió hacia el portón, lo abrió.

El sendero hacia el bosque estaba vacío.

La sonrisa se le borró del rostro.

-iCamila! -gritó.

Pero solo el viento le respondió.

—¡CAMILA!

Sus padres salieron poco después. La búsqueda fue inmediata. La policía del pueblo llegó con perros, linternas, drones. Buscaron toda la noche. La figura de madera fue encontrada partida en dos en el borde del bosque.

La única pista.

La única huella.

La única prueba de que Camila alguna vez estuvo allí.

—¿Qué fue lo último que dijo tu hermana? - preguntó uno de los agentes, arrodillado frente a

Elena, su voz suave, como quien habla con un cristal a punto de romperse.

Elena bajó la mirada.

—Que él no quería que me fuera.

—¿Quién?

—El que susurra.

El hombre la miró unos segundos. Luego anotó algo sin comentar.

El único que se mostró diferente fue el Padre Ismael.

Pidió verla a solas. La llevó al altar, a la antigua iglesia de piedra, donde la luz entraba filtrada entre vitrales rotos.

-Elena —dijo con voz baja, encendiendo una vela-.

El bosque... no es como otros lugares. Lo sabes,

¿verdad?

Ella asintió.

—Camila... ¿te habló de El?

Elena lo miró.

-Él me habló a mí también -susurró el Padre-.

Cuando era niño. También me dio algo. También intentó que me quedara.

—¿Por qué?

—Porque eso es lo que hace. El Valle... o lo que vive bajo él, no olvida.

La semana siguiente fue borrosa. Elena dejó de hablar. Sus padres lloraban en turnos.




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