El cese abrupto de los martillazos me devolvió a la realidad. Miré la hora. Mediodía. Solo entonces fui consciente del montón de horas que llevaba revolviendo papeles sin la más remota idea de que demonio hacer con ellos. Me levanté del suelo con esfuerzo, noté las articulaciones entumecidas. Mientras me sacudía el polvo de las manos, me alcé de puntillas y miré por el estrecho ventanuco cercano al techo. Como único paisaje contemple una obra momentáneamente parada. Había llegado a España la noche anterior después de tres aviones y mil horas de vuelo. Tras recoger el equipaje y después de unos instantes de desorientación, localicé mi nombre en un pequeño cartel, sostenido por un joven robusto de mirada ausente y edad imprecisa, treinta y tres y algunos mas quizás. Me acerqué hasta el pero ni siquiera cuando me tuvo delante pareció percatarse de mi presencia.
Soy Tifany Ruiz, creo que me está buscando.
Me equivoqué, no me buscaba. Ni a mí, ni a nadie, tan solo se mantenía estático y ausente, abstraído entre la masa en movimiento, ajeno al bullir agitado de la terminal.
-Tifany --- insistí, la Doctora Tifany Ruiz, de España.
Reacciono por fin cerrando y abriendo los ojos con fuerza, como si acabara de regresar precisamente desde un viaje astral. Me tendió entonces la mano y la agitó con una sacudida abrupta; después sin medir palabras, echó a andar sin esperarme mientras yo me esforzaba para seguirlo haciendo equilibrios entre tres maletas, un gran bolsón y mi ordenador portátil colgado del hombro.
Conducía concentrado, sin medir una palabra pegado al volante. Apenas hablamos en el trayecto, la sensación de que algo en mí no andaba bien, lo miraba y el me observaba por el retrovisor, esa mirada era tan mía, decía yo por dentro. Era la misma mirada de mi esposo pensé. Tan solo en el trayecto respondió a mis preguntas con monosílabas y unas brevísimas porciones de información. Aun así, averigüe algunas cosas. Que se llamaba Luis Manuel por ejemplo. Que trabajaba en los tribunales de España y que su objetivo inmediato era depositarme en el apartamento que, junto con un sueldo sin excesos, formaba parte de la beca que finalmente me había sido concedida. Seguía conociendo tan solo por encima las obligaciones de mi cometido. La precipitación de mi marcha me impidió dedicarme con detenimiento a averiguar más datos. No me preocupaba demasiado, ya habría tiempo para ello. Anticipaba en cualquier caso que mi trabajo no iba a ser ni estimulante ni enriquecedor pero, de momento, me bastaba con haber logrado gracias a él escapar de mi realidad con la prisa del alma que lleva el diablo. Despidiéndome del joven pidiéndole su número telefónico para llamarlo la próxima vez que lo necesite para transportarme en la cuidad. El me miró y me dio una de sus tarjetas con su número de contacto. Me baje dándole las gracias me ayudo a bajar todas mis maletas, me preguntó ¿quieres que te ayude a subirla las maletas hasta tu apartamento? –sí, claro…gracias, no podía dejar de observar lo parecido que tenía con mi esposo, de verdad creo que ahora si estoy loca. Él se marchó y yo quede totalmente pensando en todo y cada cosa que me ha pasado este año.
A pesar de la falta de sueño acumulada, el despertador me sorprendió a la siete de la mañana moderadamente despejada y lúcida. Me levanté y salté a la ducha de inmediato, sin dar oportunidad a que la fresca consciencia tempranera echara la vista atrás para revisitar el camino oscuro de los días previos. Con la luz del sol corroboré lo que había intuido la noche anterior: aquel apartamento destinado a Jueces visitantes, sin tener nada de especial, resultaría un refugio adecuado. Una sala de estar pequeña con una cocina básica integrada al fondo. Un dormitorio, un cuarto de baño escueto. Paredes vacías, muebles escasos y neutros. Un cobijo anónimo, pero decente. Habitable. Aceptable
Callejeé en busca de un sitio donde desayunar mientras absorbía al ritmo de mis pasos lo que Santa Cecilia me desplegaba ante los ojos. En el apartamento había encontrado una carpeta a mi nombre con lo necesario para empezar a ubicarme: un plano, un folleto informativo, una agenda en blanco con el escudo de los tribunales de Justicia. Nada más, para qué.
Me senté por fin con apetito de lobo en una terraza madrugadora y, a la vez devoraba un muffin de pollo y bebía un café con mucha leche y escasa sustancia. Contemple detenidamente el escenario. Una gran plaza cuajada de árboles y rodeada de construcciones remodeladas con apariencia de adobe que transmitían el aroma de un pasado a mitad de camino entre lo americano y lo venezolano con un leve pasó de algo remotamente español.
Llegar a los tribunales Judiciales Españoles fue mi siguiente objetivo. En él encontraría el departamento de homicidio, que era donde estaría asignada por la prueba aprobada que realice para postularme. Para bien o para mal, habría de acogerme durante un número todavía impreciso de meses venideros. Si esto resultaría ser un bálsamo eficaz o una simple tirita para mis magulladuras, aun estaba por ver. Pero no quise arrinconarme otra vez bajo la sombra negras, el dolor y la pérdida de mí amado hijo y esposo no me dejan vivir, a pesar de tratar logras continuar, algo en mi corazón me hace debilitar mi vida.
El ruido de la fotocopiadora con la que estaba trabajando mitigó el sonido de mis pasos e impidió que Luis Manuel, la primera presencia visible, se diera cuenta de mi llegada hasta que estuve a su lado. Solo entonces alzó los ojos y volvió a contemplarme un par de segundos con su rostro inexpresivo; seguidamente extendió el brazo derecho con precisión de autómata y señalo la puerta abierta de un despacho. Alguien la espera, anunció. Y sin más se alejó con el mismo caminar desaborido con el que la noche anterior avanzó frente a mí por los pasillos del aeropuerto.
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Editado: 11.07.2020