Vampire.

VAMPIRE

Quizá en algún lugar del mundo no existen los sobrenaturales, pero no quisiera vivir en esos lugares...

Si no estuviera aquí, no tendría forma de recuperarte. Hace unos años bromeamos con ser vampiros, hombres lobo y creo que incluso sirenas... Justo ahora intento tomar esta decisión sin ser egoísta, pero es imposible.

No podría clavar una estaca en tu corazón y menos dejar que tu alma se quede en el limbo.

Debería haberme dado cuenta antes. Saber que terminaste así por mi culpa me hace sentir tan culpable, pero no voy a dejarte. Eres mi mejor amigo, el mejor que puedo tener...en esta vida.

—Sé que no serás el mismo—mis lágrimas no paraban de salir—, pero te querré sin importar qué... así que perdóname por esto —besé su mejilla y abracé su cuerpo inerte. Estaba frío y no podía escuchar su latido ni su respiración.—Te veo pronto...—susurre a su oído.

Salí del pozo, dejando su cuerpo junto a la tierra.

Alexander y Gabriel asintieron entre ellos y comenzaron a tapar el cuerpo.

No sabes lo doloroso que es verte siendo enterrado. Siempre creí que tú serías el que me vería siendo enterrada tres metros bajo tierra.

—Tengo que ir por algo para el polluelo—dijo Alexander, el vampiro que me ayuda en esto. No es la mejor "persona" que he conocido; supongo que es por tantos años de "vivo". Supongo que ver muertes o vivir con muertos te hace insensible.

—Isabella... ¿estás lista para verlo cuando vuelva?

—Sí...

Realmente no, nunca estaré lista. Temo que me odies por hacerte esto, por ser tan egoísta.

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—¡JACKSON! —grité con todas mis fuerzas, tanto que mi voz se quebraba. Intenté ir hacia el, pero el brazo de Marshall me detuvo.

—¡Suéltame! ¡No puedo dejarlo!

Me jaló hacia otra habitación y bloqueó la puerta con dos barras de hierro. Me solté, pero no pude ir. Lo vi y no pude hacer nada. Patee la puerta para evitar que mis lágrimas salieran

—Tú no tenías que estar aquí...

—Isabella... creo que...

—Tú no hables... pásame mi mochila —ordené, mi voz era fría.

—¿Para qué? -preguntó, su ceño fruncido.

—Marshall, no te importa —respondí, cortante.

Sin más preguntas, me pasó la mochila. Metí la mano y saqué el látigo de Mithril, su punta afilada reluciendo bajo la luz tenue. Sabía que, usado correctamente, no era mortal, pero para cualquier ser sobrenatural, incluso un simple roce era como sumergirse en una tina de agua hirviendo.

—¿Qué es eso?—preguntó, desconcertado.

Este punk que, ¿a qué escuela fue? ¿No ve películas? ¿No lee libros?

—¿Nunca viste El Señor de los Anillos? Esto es un látigo de Mithril —expliqué mientras me limpiaba el rostro—. Ningún sobrenatural soporta un roce. Su regeneración se vuelve más lenta... y en vampiros como nuestros amigos, arde como si recibieran rayos UV directo.

—¿Y qué harás con eso?

—¿Qué crees que haré? No lo voy a dejar ahí, Si lo dejo, lo van a secar. Tú solo llama a Santiago y Alexander.

—¿A esos dos locos?

—Prefiero estar con ellos que contigo —dije mientras me quitaba el abrigo y comenzando a retirar las barras de hierro—. Espero no verte pasar por esa puerta.

Entré y cerré la puerta detrás de mí. Comencé a hacer girar el látigo y azotarlo contra el piso, el sonido resonó como un trueno en el silencio del lugar, alertando a los cuatro vampiros presentes.

—¿Vienes a acompañar a tu amigo? —Uno de ellos se levantó, sus ojos llenos de burla, junto a su compañero.

No respondí, simplemente avancé, mis pasos firmes y decididos.

—¿Te comió la lengua un ratón, princesa? Hace uno segundos gritabas

—Tu amigo la está pasando bien —mentiras. Dos de ellos lo tenían en el sofá, su mirada estaba perdida y el veneno de vampiro corriendo por su sangre, con marcas en el cuello aún sangrando.

—Hoy estoy cansada, no tengo ganas de jugar con ustedes.

—¿Y qué harás con eso? -se burló otro—. Tacones y un látigo... no llegarás lejos.

—Pruébamelo —dije, mis palabras resonando con una confianza ganada a pulso.

En mis veinte años de vida nunca había sido fuerte, pero seis años con Agata y el señor Takeshi me enseñaron a ser ágil. Dos inútiles vampiros no iban a vencerme.

El látigo de Mithril silbaba en el aire, su punta afilada destellando con la luz tenue que se filtraba en la habitación. Los dos vampiros me rodeaban, sus miradas llenas de hambre y burla, subestimando la amenaza que representaba.

El primero se lanzó hacia mí con una velocidad sobrenatural. Con un movimiento fluido, giré mi cuerpo y el látigo lo acerque a mi, azotando el aire con un chasquido agudo. La punta de Mithril se clavó en su brazo, arrancándole un grito de dolor mientras su piel comenzaba a arder, la regeneración ralentizada casi instantáneamente.

Aprovechando su distracción, me deslicé hacia el segundo vampiro que intentaba acercarse por detrás. Sentí el aire cambiar con su movimiento y, sin voltear, giré el látigo de nuevo, esta vez enredándolo alrededor de su pierna. Un tirón fuerte lo derribó, su cuerpo chocando contra el suelo con un estruendo seco.

—Ustedes son unos inútiles...—Dije agachándome un poco para que me escuchara.

Repentinamente lo único que vi es pasar un daga, alce la mirada y me encontré al tercero de ellos a unos metros de mi, estaba agarrando la daga con sus manos sin importar que sangren voltee mi cabeza y vi Santiago y Alexander entrando.

—Porque un perro rabioso como tu usa dagas? ¿No tienes garras? —Comento burlón Santiago mientras le quebraba el cuello a un vampiro que tenia en sus brazos.

—Y tu colmillos pero solo los veo de adorno—Dijo acercándose a Santiago

—Aléjate, hueles peor que perro muerto

—mira quien lo dice

—Mejor muerto que perro rabioso

—Prefiero ser rabioso a ser un cadáver putrefacto—el sonido de sus garras desenvainadas hizo que me diera cuenta que esos dos idiotas se iban a pelear.



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En el texto hay: vampiros, hombres lobo, sangre

Editado: 25.06.2024

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