CUANDO EL AMOR ARDE (CAPÍTULO 88)
La batalla entre Leo y Richard continuaba. El maestro del adolescente no quería dejarse llevar por su lado salvaje. Había una parte dentro de él que ansiaba desatar todo el poder vampírico que ahora poseía. Luchaba contra ese deseo oscuro que le susurraba en la mente que se dejara llevar.
Ambos estaban heridos, pero con una diferencia: Richard luchaba con todo su poder, mientras que el pobre Leo era incapaz de hacerle daño al hijo de su amigo John.
Agotado, el adolescente cayó al suelo sin energía. El exagente de la CIA corrió hacia él, preocupado. Se agachó para comprobar su estado, pero todo había sido una trampa: Leo bajó su defensa y, con gran velocidad y enorme fuerza, golpeó a su maestro, lanzándolo contra un conjunto de montañas. Aprovechó ese momento para concentrar todo su poder en las manos y destruir la puerta, logrando finalmente cruzarla.
Leo salió de entre los escombros, pero ya era demasiado tarde. Había fallado. Abatido, se lamentaba por no haber luchado en serio, convencido de que, si lo hubiera hecho, nada de eso habría pasado.
En ese instante, el cuerpo del vampire killer desapareció, revelando que el verdadero Leo estaba dentro del templo. Había logrado crear una copia mental, como hiciera Ra tiempo atrás. Estaba sentado en el suelo. Abrió los ojos.
—¡He fallado! Tenía que haber luchado en serio —murmuró.
—¡Entonces quizás te hubieras perdido! —respondió la Llave de Llaves, que se encontraba delante de él.
—¡Maldita sea! —gritó, golpeando el suelo.
La mujer le había explicado antes que, al convertirse en vampiro, tendría que librar una lucha interna, ya que ahora estaba más cerca de una fuerza oscura llamada Nefaria. Ella conocía muy bien ese seductor deseo oscuro.
Las auras que había visto en sus enemigos —como Johan, Ra o el mismísimo Nigromante— se debían a que se habían entregado a ella. Y ahora Nefaria intentaba hacer lo mismo con él, ya que, al ser vampiro, era más propenso a caer.
Aquel lugar donde estaban Gabriel y, ahora, Richard, había sido creado por la Llave de Llaves con la intención de traer de vuelta a su hermano. Pero el coste fue altísimo para todos los mundos, ya que dio origen al Nigromante.
Mientras tanto, Gabriel había llegado a la última puerta. Si la superaba, Elena volvería a la vida.
Nadie le había explicado que era la primera persona en superar las pruebas tras la remodelación del templo. La única anterior fue la misma Llave de Llaves, pero su intento no terminó bien.
El español apenas prestaba atención a lo que le decían. Solo tenía una cosa en mente: traer de vuelta a su amada. Nada más importaba.
El hombre imponente que le vigilaba le deseó suerte. Gabriel subió las escaleras y, por fin, abrió la puerta azul.
Una neblina blanca lo envolvía todo. Una luz resplandeciente lo cegaba. Alzó la vista al cielo y vio un sol enorme sobre él, pero no era uno normal. Aquella luz abrasadora le debilitaba, le hacía sentir un dolor desgarrador en el cuerpo.
Entonces, una voz de mujer mayor habló:
—Este sol no es como los demás, lo habrás notado. Es abrasador. Tú, Gabriel, que siempre has pensado en ti mismo, que has destrozado familias, que has matado a inocentes... ¿Darías tu vida por amor?
—¡Haría cualquier cosa por verla una vez más! —gritó el vampiro, con lágrimas cayendo por su rostro—. ¡No me importa si quieres quedarte con mi vida! Pero... ¡tengo que verla una vez más!
Gabriel avanzaba con decisión hacia la luz, aunque su piel comenzaba a quemarse. Los recuerdos de su vida pasaban por su mente: cuando era humano, cuando Sonia lo convirtió, la muerte de su padre, la oscuridad que lo consumió y todas las vidas inocentes que arrebató.
Pero no se detenía. Aunque sus manos ardían, podía verla a ella: su rostro angelical, su sonrisa, sus ojos... Si debía morir para volver a verla, lo haría sin dudar, aunque solo fuera una última vez.
—Lo siento, hermana… Cuídate —susurró antes de cerrar los ojos y arder.
—¡Has superado la prueba, Gabriel! Abre los ojos —dijo la voz femenina.
Gabriel seguía con vida. Se tocó el rostro, su cuerpo estaba intacto. Frente a él estaba la abuela de Elena, igual que la última vez que la había visto.
—Parece que has cambiado. Has superado la prueba. Te doy mi bendición para que vayas con ella. ¡Cuídala!
La luz blanca lo envolvió todo, y allí estaba Elena. Al ver a Gabriel, corrió hacia él.
—¡No puedo creerlo! ¡Estás aquí! No es un sueño… puedo tocarte —dijo mientras colocaba su mano en su mejilla.
—Gabriel… —rió nerviosamente mientras se abrazaba a él.
—Soy yo, amor mío. Estás aquí… estás conmigo —susurró él, acariciando su cabello.
—¡Bésame, Gabriel! —pidió ella, mirándolo a los ojos.
—¡Ahora mismo! —contestó.
Y los dos se fundieron en un romántico beso. El tiempo, una vez más, pareció detenerse.
Pero de pronto, todo comenzó a temblar.
—¿Qué ocurre? —preguntó Gabriel.
—¡Alguien más ha entrado además de ti! ¡Tenéis que marcharos ya!
Una electricidad recorría el lugar, el suelo comenzaba a abrirse, y la puerta estaba siendo tragada. Elena se despidió de su abuela, quien una vez más le pidió a Gabriel que cuidara de ella.
Los dos cruzaron la puerta. Minutos después, esta desapareció.
CONTINUARÁ...