DANKO Y EL NIÑO (CAPÍTULO 90)
El silencio dentro de la nave era denso, como si el vacío mismo contuviera la respiración.
El niño estaba sentado en el rincón más alejado de la cámara, con los ojos completamente negros fijos en el suelo metálico.
Sus antenas temblaban a cada vibración.
Danko lo observaba desde el otro lado del cristal.
Sus manos, llenas de cicatrices y anillos metálicos, se cerraban lentamente.
No sabía por qué lo había traído consigo.
No sabía por qué no lo había dejado morir como a los demás.
El sistema de navegación emitió un zumbido bajo, alarmante.
—Trayectoria alterada… —susurró la voz mecánica—. Campo de asteroides detectado.
Danko miró al frente.
—Desvía el rumbo.
—Propulsión inestable. Colisión inminente.
Un rugido metálico cortó la conversación.
La nave tembló, y un estallido recorrió los pasillos como un trueno.
Un fragmento del tamaño de una montaña atravesó el casco lateral.
Luz y fuego. Gritos del metal.
El niño cayó al suelo.
Danko corrió hacia el panel central.
—¡Núcleo dañado! —gritó el sistema—. ¡Pérdida de propulsión!
El cielo frente a ellos se volvió rojo, y el planeta oscuro apareció bajo la nave, devorándolos.
—Aguanta. —dijo Danko, sin mirarlo.
El impacto los lanzó contra el suelo.
El silencio posterior era el sonido más extraño del universo.
Solo el humo se movía.
La nave, semi enterrada en la superficie del planeta, ardía en fragmentos.
Danko se levantó con el cuerpo cubierto de polvo y sangre.
Su respiración era pesada, su mirada fría.
El niño seguía vivo, escondido bajo un panel caído.
—¿Estás herido? —preguntó.
El pequeño negó, temblando.
Sus ojos se encontraron un instante.
Y en ese reflejo oscuro, Danko vio algo que lo golpeó con fuerza:
a sí mismo.
Años atrás.
Encadenado.
Convertido en experimento.
Mirando a sus captores con el mismo miedo que ahora veía en ese niño.
Danko apartó la mirada.
—Quédate aquí.
Salió de la nave.
El planeta se llamaba Vhar’ak.
Un mundo hostil, gobernado por un cacique que se creía dios entre ruinas.
Sus hombres lo vieron caer del cielo y acudieron como carroñeros.
Cuando Danko regresó, el niño ya no estaba.
Solo encontró la compuerta rota y rastros de lucha.
Su expresión cambió.
No gritó.
Solo inhaló.
Y el aire a su alrededor comenzó a vibrar.
El campamento del cacique estaba construido entre columnas de roca y restos de naves.
Los soldados reían mientras arrastraban al niño encadenado hasta una jaula.
—Mira esto —dijo uno—. Carne de otro mundo. Quizás su sangre brille.
El pequeño no respondió.
Sus antenas caían, su cuerpo temblaba.
Intentó mirar al cielo, pero solo vio humo.
Y entonces, algo descendió.
Una sombra, envuelta en energía roja, atravesó el aire con un rugido.
El suelo se partió en dos.
Los muros se derrumbaron.
Y cuando el polvo se disipó, Danko estaba de pie en medio del fuego.
Su piel ardía de luz carmesí, sus ojos brillaban con rabia contenida.
Los hombres retrocedieron.
—¿Quién eres tú? —rugió el cacique, desde su trono de metal.
—Soy quien vino a recoger lo que es suyo.
El primer disparo de plasma no llegó a tocarlo.
Danko se movió como una bestia desatada, arrancando armas, rompiendo huesos.
El fuego se extendió por el campamento.
El aire se llenó de gritos.
El cacique intentó huir.
Danko lo atrapó por el cuello y lo levantó.
—Tienes dos opciones. —su voz era fría, sin tono—.
Morir ahora… o ayudarme a reparar mi nave.
El cacique escupió sangre y rió.
—Aunque te deje vivir, ese pedazo de chatarra jamás volverá a volar.
Danko apretó.
El crujido fue seco.
El cuerpo cayó al suelo, sin cabeza.
Solo dos de sus hombres sobrevivieron: dos científicos temblorosos, con las manos en alto.
—¡Podemos repararla! —dijeron, temblando—. Solo… necesitamos tiempo.
—Tenéis hasta el amanecer. —respondió Danko.
Horas después, entre las ruinas humeantes, el niño seguía encadenado.
Su cuerpo temblaba, cubierto de polvo y hollín.
Danko se acercó lentamente.
Durante un segundo, vio su propio reflejo en las cadenas.
Recordó el frío del metal, el miedo, la impotencia.
—Ya basta. —murmuró.
Rompió las cadenas con un tirón.
El niño lo miró, sin comprender.
—¿Por qué… me salvaste? —preguntó con voz temblorosa.
Danko lo miró a los ojos.
—Ya te lo dije te necesito para cumplir mi objetivo. Además nunca me ha gustado ver a alguien encadenado —respondió.
El pequeño parpadeó, pero algo cambió en su respiración.
De regreso a la nave, el humo del amanecer cubría el horizonte.
Los dos técnicos trabajaban en silencio bajo su mirada.
Cada chispa del núcleo reparado se reflejaba en los ojos grises del humano imponente.
Cuando todo estuvo listo, los dejó marchar.
—Iros. —dijo simplemente.
Ellos no esperaron una segunda oportunidad.
En el interior, el niño estaba en su habitación.
Las compuertas permanecían abiertas.
Danko lo observó desde el pasillo.
El pequeño levantó la cabeza.
—¿Por qué no la cierras? —preguntó.
Danko apoyó una mano en el marco de metal, sin decir nada.
—....
El niño se quedó en silencio.
Y luego, por primera vez, dio un paso fuera de su rincón.
CONTINUARÁ…