DEMASIADO TARDE PARA HUIR (CAPÍTULO 91)
Necromante ya se había dado la vuelta cuando oyó el sonido húmedo.
Cale cayó de rodillas, escupiendo sangre. La energía aún ardía dentro de la herida abierta, quemándolo desde dentro. Sus manos temblaban, pero aun así se obligó a levantarse. Sus ojos, enrojecidos, no buscaban piedad. Solo rabia. Solo odio. La imagen de su amigo muerto seguía clavada en su mente como un cuchillo.
—No… —gruñó—. No has terminado conmigo.
Necromante se detuvo.
Giró despacio, como si alguien acabara de decir algo curioso. Su expresión no mostraba sorpresa, solo un interés tranquilo… casi infantil.
—Oh —dijo, observándolo de arriba abajo—. Sigues en pie.
Dio un par de pasos hacia él, midiendo cada respiración de Cale, cada gota de sangre que caía al suelo.
—Eso es admirable —continuó, ladeando la cabeza—. Estúpido, pero admirable.
Cale intentó avanzar. No llegó a dar el segundo paso.
Necromante sonrió apenas.
—Bueno… —susurró, juntando las manos con calma—. Supongo que podemos jugar un poco más.
El impacto llegó sin aviso.
No fue un golpe para matarlo.
Fue uno para enseñarle cuánto podía doler seguir vivo.
El cuerpo de Cale salió despedido y se estrelló contra el suelo con un sonido seco, antinatural. No gritó. El aire se le escapó de los pulmones en un jadeo ahogado mientras la sangre le llenaba la boca.
El villano caminó hasta él sin prisa.
Se agachó frente a su rostro y lo observó con auténtica atención, como un estudioso ante un experimento que todavía no ha terminado.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de esto? —preguntó con voz suave—. Que sigues creyendo que esto es una pelea.
Apoyó dos dedos en la herida abierta de Cale.
No presionó.
La energía oscura reaccionó al contacto y el dolor explotó desde dentro. Cale arqueó la espalda, los dientes apretados hasta que uno de ellos crujió.
—Ahí está —murmuró Necromante, complacido—. Esa cara… Esa es la que buscaba.
Retiró la mano y se incorporó despacio.
—Tu amigo murió tan rapidamente —continuó, como quien comenta el clima—. Fue decepcionante. Esperaba más de él.
Los ojos del vampire killer de ese mundo se abrieron de par en par. Intentó levantarse otra vez. No por fuerza. Por pura rabia.
Necromante lo vio… y rió.
No una carcajada.
Una risa breve, sincera.
—Increíble —dijo—. Incluso ahora sigues intentándolo.
Le apoyó un pie en el pecho y fue aumentando la presión poco a poco, disfrutando de cada segundo.
—No te preocupes —añadió—. No voy a matarte aún.
Se inclinó lo justo para que Cale pudiera oírlo.
—Todavía me estás divirtiendo.
Y entonces empujó.
El humano rugió y, reuniendo lo último que le quedaba, extendió la mano.
La espada reaccionó al instante.
La hoja surgió envuelta en un brillo tembloroso, imperfecto, pero real. La espada que su amigo había creado, la que aún conservaba su voluntad. Cale la empuñó con ambas manos, apoyándose en ella para no caer.
—Por él… —susurró.
Atacó.
Fue un golpe torpe, desesperado, cargado de todo lo que le quedaba por dentro. La espada cortó el aire con violencia.
El malvado simplemente dio un paso al lado.
El filo pasó a centímetros de su rostro.
—Oh —comentó, divertido—. Así que todavía recuerdas cómo atacar.
Antes de que Cale pudiera reaccionar, Necromante lo golpeó en la muñeca.
Un chasquido seco.
La espada cayó al suelo junto con un grito ahogado. Cale retrocedió, agarrándose el brazo, pero Necromante ya estaba frente a él.
Otro golpe.
La rodilla cedió.
—Uno —dijo con calma.
Cale cayó, pero intentó levantarse de nuevo. Siempre intentaba levantarse.
El ser oscuro dejó que lo hiciera
Cuando Cale volvió a empuñar la espada con la mano sana y lanzó otro ataque, Necromante giró sobre sí mismo, esquivando con una elegancia casi burlona, como si estuvieran bailando.
—Demasiado lento.
Golpeó el costado.
Algo se rompió dentro.
—Dos.
Cale cayó de nuevo, tosiendo sangre, pero aún así alargó la mano hacia la espada. Sus dedos temblaban al tocarla.
Necromante lo observó con auténtico interés.
—Qué curioso —dijo—. Incluso sabiendo que no puedes ganar… sigues viniendo.
Le pisó la mano.
Los huesos crujieron uno a uno.
Cale gritó.
Necromante inclinó la cabeza, escuchando el sonido como si fuera música.
—Ahí está —susurró—. No la espada. No la rabia.
Retiró el pie lentamente.
—Eso —añadió— es desesperación.
Cale quedó tendido en el suelo, rodeado de fragmentos rotos, respirando a duras penas.
Ese ser tenebroso lo miró desde arriba, con una sonrisa tranquila, satisfecha.
—Y aún no he terminado contigo.
Cale apenas tuvo tiempo de reaccionar.
Necromante alzó un solo dedo.
No hizo ningún gesto grandilocuente.
No recitó nada.
Simplemente señaló.
La energía oscura nació en la yema de su dedo como un hilo vivo, retorcido, palpitante. Descendió lentamente, casi con pereza, hasta tocar el suelo…
Se enroscó alrededor de las piernas de Cale.
—No… —alcanzó a decir.
El primer tirón le destrozó el muslo.
El hueso no se partió de golpe.
Cedió.
Se dobló donde no debía doblarse.
Cale gritó.
Necromante frunció ligeramente el ceño, no molesto… concentrado.
—Demasiado rápido —murmuró.
Movió el dedo.
La energía se tensó de nuevo y atacó la otra pierna, subiendo despacio, aplastando, retorciendo. El segundo hueso crujió con un sonido húmedo, definitivo. Cale cayó de espaldas, gritando hasta quedarse sin voz, arañando el suelo con la mano destrozada.
Necromante observaba cada espasmo con atención clínica.
—Interesante —dijo—. Sigues consciente. Eso es buena señal.