Alexander abrió los ojos de un sopetón, poniéndose de pie en un salto de la cama. Se encontraba confundido y no tenía idea de lo que había pasado después de salvar a Ariam. Él pensaba que ese sería el último acto de amor y desobediencia que haría en su vida, pero eso no era lo que había pasado, pues claramente no estaba muerto ¿o sí?
Él reconocía ese lugar como la palma de su mano, era su habitación, la que había sido suya desde el primer momento en que existió, aun así, se sentía extraño, como si ya no perteneciera a ese lugar.
De inmediato quiso salir, pero para su sorpresa descubrió que la puerta estaba cerrada con seguro, algo raro estaba sucediendo y de eso no había duda, se suponía que Alexander debía estar muerto.
Ya iba a comenzar a desesperarse, se examinó las heridas que la vamptheria le había causado, pero ya no estaban, ¿qué había sucedido? No lo sabía, pero sus dudas no tardarían demasiado en ser aclaradas, minutos después de haber despertado, Alex escuchó como alguien abría la puerta.
—¡Hasta que despiertas! —le espetó Kairos de pronto.
—¿Qué está pasando? —le preguntó él con preocupación. Ver a Kairos lo alivió, pero al mismo tiempo lo confundió más.
—¿¡Eres consciente de lo que has hecho!? —le grita mientras cierra la puerta tras de sí. Estás vivo de milagro.
Alexander sabía que eso era cierto, después de todo no encontraba otra explicación para su condición.
—No entiendo nada, Kairos, por favor, dime ¿qué está pasando?
Kairos; su mejor amigo, también era un ángel, de hecho, todas las personas que se encontraban en ese lugar lo eran, Alexander sabía que estaba en graves problemas, se suponía que debía salvarla y ya, pero ahora su destino era incierto.
—Acompáñame, no te puedo decir nada, esto no me concierne.
Alexander tragó saliva, si su amigo no podía decirle nada era porque esto iba mucho más allá de su jurisdicción. Él sabía que las cosas se iban a poner feas muy pronto.
Ambos salieron del lugar sin decir nada más, Al poner un pie fuera de la habitación, otros dos ángeles tomaron a Alex por los brazos, le colocaron las ataduras celestiales, y lo franquearon a los costados, el corazón del rubio se aceleró. No pensó que las cosas fueran tan graves, pero la situación le decía que sí.
Se encontraba tan nervioso que ni siquiera tuvo tiempo de darle una miradita a los altos cielos, tenía muchísimo tiempo sin volver a su hogar, aunque las cosas ahí no cambiaban mucho, lo que él si tenía ganas de hacer era ver a sus amigos; Kairos estaba con él, pero se preguntaba dónde estarían Lykaios, Nyx, Tyrone, Inea y todos los demás.
Avanzaron a paso veloz mientras algunos ángeles y arcángeles los miraban cruzar con miradas desaprobatorias, él sabía que había cometido el peor crimen posible entre la comunidad de ángeles, pero nunca había visto lo que le pasaba a un ángel por hacerlo.
El muchacho tragó saliva, se dio cuenta muy tarde que lo estaban llevando al palacio de Titania, donde habitaban los grandes dioses. Él nunca había visto a uno, y aunque siempre deseó conocerlos, nunca espero que fuera por el motivo de la desobediencia, deseaba salir corriendo a toda prisa del lugar, pero las ataduras se lo impedirían.
Alex conocía muy bien esas cuerdas; todos, en realidad, pero realmente habían sido usadas muy pocas veces. Las ataduras celestiales eran cuerdas de gran poder, ningún ángel o arcángel podía ser capaz de luchar contra ellas, mucho menos romperlas. Él sabía que, si lo estaban llevando de esa manera, era porque deseaban evitar a toda costa que se escapara, y eso solo podía significar una cosa.
El ángel abrió los ojos como platos cuando entró al enorme palacio, muy pocos eran dignos de entrar a tales estructuras, y él no era uno de ellos. El lugar era inmenso, inmaculado, etéreo; enormes pilares perlados enmarcaban los pasillos dorados como el mismísimo sol, sin embargo, no resplandecían de forma enceguecedora, el color azul claro dominaba la mayoría de las paredes, y una gran alfombra roja adornaba el suelo ornamentando armoniosamente todos los colores. Alexander abrió la boca prácticamente dejándola caer, Titania era más asombrosa de lo que se había imaginado.
Los cuatro ángeles entraron a un gran salón, igual de majestuoso que la entrada al palacio, pero este tenía en su centro seis enormes tronos, adornados en oro y joyas que Alexander nunca en toda su vida había visto. El trono del centro era el más grande, y el ángel sabía por qué.
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Editado: 04.05.2019